Cu¨¦ntame
La necesidad de escuchar historias, de crearlas y de recrearlas remonta a los or¨ªgenes de la humanidad. Y cada vez que un ni?o implora a su madre que le lea un cuento antes de que se apague la luz est¨¢ recapitulando, sin saberlo, la trayectoria imaginativa de homo sapiens, especie que no puede sobrevivir sin ficciones.
A Espa?a le cabe la singularidad de haber creado, a trav¨¦s del genio de Miguel de Cervantes, la met¨¢fora m¨¢s universal de esta necesidad tan profundamente arraigada. Ello no s¨®lo en la persona de don Quijote sino en la relaci¨®n del hidalgo con su fiel Sancho Panza. Gracias a la lectura empedernida de las aventuras desmesuradas de las novelas de caballer¨ªa, Alonso Quijano puede trascender la vida aburrid¨ªsima del pueblo manchego cuyo nombre no quiere recordar, por razones nunca explicadas, el narrador. Tales lecturas son su escapatoria, su evasi¨®n de la dura realidad. Sin ellas no habr¨ªa m¨¢s remedio que morir de tristeza. Y gracias a lo que le cuenta Quijote a Sancho -que no tiene la suerte de saber letras- a ¨¦ste se le abren, a lo largo de la ficci¨®n, visiones antes insospechadas, entre ellas la posibilidad de ser nada m¨¢s y nada menos que gobernador de una isla. Los censores de entonces, claro est¨¢, no supieron entender los mensajes subversivos del libro -entre ellos la solidaridad con los moriscos expulsados-, sus m¨²ltiples iron¨ªas, sus rec¨®nditos sarcasmos, que hoy, siglos despu¨¦s, debido a los trabajos de tantos cervantistas alrededor del mundo, nos parecen inconfundibles.
Cuando le¨ª por vez primera el Quijote, a los dieciocho a?os y en traducci¨®n inglesa, era imposible no darse cuenta de que, para poder crear a don Quijote, el propio Cervantes hab¨ªa sido lector asiduo de las novelas de caballer¨ªa que vuelven "loco" a su h¨¦roe. S¨®lo mucho despu¨¦s me fui enterando del profundo conocimiento que ten¨ªa Cervantes de otras literaturas, por ejemplo la italiana (as¨ª como de las teor¨ªas que entonces circulaban por Europa en torno a la creaci¨®n literaria). Y es que los novelistas han sido, primero, ni?os fascinados por los cuentos que les contaban y, luego, lectores apasionados. No creo que haya escritor que no proceda de otros, aunque bien es verdad que a menudo existe una tendencia a negar tal o cual influencia, como si fuera un bald¨®n o algo inconfesable cuando, en realidad, sin influencias no hay creaci¨®n literaria posible.
Todo ello uno lo ha ido meditando tras escuchar, en un programa de radio, al gran fabulador que es Mario Vargas Llosa, que discurri¨® una vez m¨¢s sobre la necesidad que tenemos todos de imaginarnos vidas y experiencias distintas. Me da la impresi¨®n de que Vargas Llosa oy¨® de ni?o muchos cuentos, as¨ª como uno de los personajes de La guerra del fin del mundo cuyos primeros recuerdos son de los "cantores ambulantes" que le contaban maravillosas historias. Lo cierto es que las teleseries nunca podr¨¢n hacer las veces de una buena novela, aunque, para ser justos, hay que admitir que Cu¨¦ntame supera, con creces, la oferta habitual de las cadenas espa?olas en estos momentos en que los ¨ªndices de lectura siguen tan alarmantemente bajos.
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