Recordar a Pushkin
"No, no morir¨¦ del todo: el alma en la secreta lira sobrevivir¨¢ a mis cenizas"; as¨ª anunciaba Alexandr S. Pushkin en un poema escrito poco antes de morir que su obra perdurar¨ªa eternamente y su nombre no ser¨ªa olvidado. Y esta visi¨®n prof¨¦tica -tan aut¨¦ntica en poetas rusos- se hizo verdad, y hoy, en todas las lenguas, en todos los pa¨ªses del mundo, alguien repite las palabras de este admirable poeta. No obstante, la prosa de Pushkin es m¨¢s accesible al lector extranjero que su l¨ªrica, tan dif¨ªcil de traducir por el refinamiento de su metro y de su rima, y a manos de los lectores espa?oles llegaron sus relatos ya en el siglo XIX, casi siempre mediante traducciones francesas.
Felizmente, ahora aparece en las librer¨ªas un volumen con todas las obras de ficci¨®n de Pushkin, traducidas cuidadosamente por Amaya Lacasa, hace a?os consagrada a la tarea de ofrecernos autores rusos, y que aporta una introducci¨®n muy documentada acerca del autor y de la prosa pushkiniana. No hace falta decir que, por recoger los textos originales ¨ªntegros seg¨²n las ediciones acad¨¦micas rusas, se trata de un libro importante en el que se han incluido obras valiosas poco conocidas: El negro de Pedro el Grande, Historia del pueblo Gori¨²jino, Kirdzhali, la curiosa presentaci¨®n de un bandido moldavo y la novela Dubrovsky. Tambi¨¦n El viaje a Arzrum durante la campa?a de 1829 -del que recientemente ha publicado una bella versi¨®n Selma Ancira en la editorial Min¨²scula- y otros t¨ªtulos, junto con quince fragmentos que dentro de su brevedad no dejan de ser interesantes porque representan los inicios de futuros libros.
NARRACIONES COMPLETAS
Alexandr S. Pushkin
Traducci¨®n de Amaya Lacasa
Versi¨®n de los fragmentos en verso de Clara Jan¨¦s
Alba. Barcelona, 2003
568 p¨¢ginas. 30 euros
Y en este volumen encontra-
mos igualmente las tres obras en prosa m¨¢s difundidas de Alexandr Pushkin: La dame de pique, Los cuentos del difunto Iv¨¢n Petr¨®vich Belkin y La hija del capit¨¢n, esta ¨²ltima, inolvidable lectura juvenil, novela netamente rom¨¢ntica, basada en una sublevaci¨®n campesina de la Rusia de 1773, y cuyos personajes, aun brevemente dise?ados sus caracteres, son capaces de sugerir una densa psicolog¨ªa. Una historia aparentemente de aventuras que no es s¨®lo una historia de amor sino que describe el dramatismo de aquella rebeli¨®n popular. El cabecilla rebelde, Pugachi¨®v, al que Pushkin prest¨® una progresiva simpat¨ªa, logra transmitir, a quien lee, las razones de su bondad y de su crueldad.
La dame de pique, que acaso hemos le¨ªdo en la versi¨®n de Juli¨¢n Juder¨ªas, uno de los primeros traductores del ruso al castellano, evoca un San Petersburgo antiguo y nocturno en el que un jugador intenta apoderarse de la combinaci¨®n de tres cartas que le dar¨¢ la suerte, y que conoce ¨²nicamente una vieja condesa. Es magistral la atm¨®sfera misteriosa del relato: la noche invernal, el silencio del palacio de la condesa, la c¨¢lida habitaci¨®n de ¨¦sta donde el jugador espera para apoderarse del secreto, pero la condesa muere al verle aparecer en actitud amenazadora. Horas despu¨¦s, su espectro visitar¨¢ al jugador en su casa y le ofrecer¨¢ un pacto, rebel¨¢ndole la combinaci¨®n de la suerte, que s¨®lo podr¨¢ utilizar una vez. El incumplimiento de esta condici¨®n llevar¨¢ al jugador a la locura. En el clima fant¨¢stico de la narraci¨®n es sugerente la corporeizaci¨®n del fantasma de la condesa porque el jugador oye c¨®mo arrastra los pies y abre y cierra la puerta.
La dama de pique esconde indudablemente enigmas que motivar¨ªan diferentes interpretaciones, algunas biogr¨¢ficas, que acaso ver¨ªan rasgos del propio Pushkin en la figura del jugador; otras, que girar¨ªan en torno a sus ocultas alegor¨ªas del azar, la ambici¨®n y la muerte.
Santo muerto en duelo
VISITABA UNA tarde la salas del museo que, en Mosc¨², esta dedicado exclusivamente a la memoria de Alexandr Pushkin y al cruzar por un lugar de paso, creo recordar que al lado de una escalera, me fij¨¦ en un cuadro, quiz¨¢ puesto en un caballete, ya oscurecido el ¨®leo. Era un retrato del poeta, con acentuadas ojeras, demacrado hasta mostrar una expresi¨®n pat¨¦tica, en nada comparable con las facciones conocidas de los cuadros de Kiprenski o de Sokolov. Nada se sab¨ªa del pintor ni de la fecha de ejecuci¨®n, seg¨²n dec¨ªa la conservadora que me acompa?aba, sin prestarle importancia, pero en aquella fisonom¨ªa da?ada estaba el rastro de una ¨ªntima desesperaci¨®n. Aquella que sufri¨® Pushkin en los meses finales de su vida, acuciado por tantas contrariedades: la falta de dinero, la nutrida familia, las intrigas de la corte, los tenaces censores, la obligada asistencia a las costosas recepciones en palacio, y la peor para su aliento creador, la total carencia de calma en la que poder escribir. A todo lo cual se a?adi¨® el litigio con el petimetre que cortejaba a su mujer, al que tuvo que desafiar y en cuyo duelo Pushkin muri¨®, a¨²n no cumplidos los 38 a?os.
Pushkin ha sido santificado por el culto que Rusia rinde a los grandes de su literatura aunque su vida no fue propia de un santoral. Fue desordenada como era la de los j¨®venes nobles de su tiempo, el juego, las deudas, la bebida, las aventuras, los desaf¨ªos; de esa agitada experiencia extrajo la serenidad de su poes¨ªa. A millones de rusos le fue dada en herencia gigantesca y tal es as¨ª que, en Mosc¨², al pie de una estatua suya, en una avenida muy transitada, alguien suele detenerse y comenzar a recitar en voz alta cualquier poema; enseguida, otras personas se detendr¨¢n igualmente, para escuchar a quien ha necesitado de pronto entregarse a la fascinaci¨®n de ardientes palabras de nostalgia o de entereza.
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