Voz que clama en el desierto
Sur¨¢frica y su realidad violent¨ªsima constituyen el trasfondo -intenso y estremecedor, pero s¨®lo el trasfondo- sobre el que J. M. Coetzee viene perfeccionando, de una a otra de sus novelas, lo que se puede considerar tanto una ¨¦pica como una ¨¦tica del despojamiento. Quien venga leyendo los libros de Coetzee en el orden en que han ido public¨¢ndose dentro de la colecci¨®n Literatura Mondadori habr¨¢ hecho, a este respecto, una experiencia notable. La secuencia que establecen entre s¨ª Desgracia, primero (publicada originalmente en 1999), La edad de hierro (1990) a continuaci¨®n y, ahora, En medio de ninguna parte (1976) -quede a un lado el espl¨¦ndido ejercicio autobiogr¨¢fico de Infancia y de Juventud- traza una suerte de espiral por la que, girando en torno a un mismo eje, se remonta hacia sus or¨ªgenes el empe?o de Coetzee de postular la posibilidad de un humanismo all¨ª donde el odio at¨¢vico, la sed de venganza y la violencia m¨¢s salvaje parecen haber liquidado todo atisbo de humanidad.
EN MEDIO DE NINGUNA PARTE
J. M. Coetzee
Traducci¨®n de Miguel Mart¨ªnez-Lage
Mondadori. Barcelona, 2003
192 p¨¢ginas. 16 euros
En medio de ninguna parte es la perorata demente y furibunda de una solterona aislada en una granja de lana en medio del p¨¢ramo, entre vastos secarrales donde las ovejas pastan a su antojo. Hija indeseada de un colono adusto y brutal, Magda, que de ni?a perdi¨® a su madre, vive en la m¨²ltiple desolaci¨®n de un desierto geol¨®gico, social, afectivo y moral. Su tragedia es la de un ser sin ra¨ªces, condenado a la esterilidad, prisionero de un orden que lo excluye doblemente. En cuanto mujer, la excluye de la jerarqu¨ªa del poder y de la fuerza sobre la que se sustenta la posesi¨®n de una tierra cercada por "los n¨¢ufragos de la historia", hombres desentra?ados de su patria, de su tradici¨®n, de su lenguaje. Y en cuanto mujer blanca perteneciente a la colonia, la excluye de la tierra en la que se ha criado y de sus naturales moradores, sometidos a una semiesclavitud.
Con sus palabras, Magda se
propone atrapar el contenido de su vida. Pero ella misma reconoce ser un agujero ("soy algo incompleto, un ser con una oquedad interior; algo he de significar, pero no s¨¦ qu¨¦ puede ser"), un vac¨ªo producido precisamente por la ausencia de un lenguaje real en el que anclarse.
"No es el habla lo que convierte al hombre en hombre, sino el habla de los otros", dice. Pero eso mismo es lo que a ella le falta. Ella naci¨® "para desembarcar en un lenguaje de jerarqu¨ªa, de distancia y perspectiva": la lengua de su padre. Pero esa lengua se le ha vuelto inservible: su propio padre la ha subvertido al liarse con la mujer de uno de sus empleados. Y Magda ignora cualquier otra lengua en cuyo valor pueda confiar.
Se ve de este modo condenada a crearse y regenerarse ella sola a trav¨¦s de palabras que "silban sobre la planicie en un presente eterno y desolado, no alimentan a nadie". Tal es el sino de quien, heredero de una ley resquebrajada, est¨¢ condenado a vivir entre los despose¨ªdos "sin haberse sometido a la mirada id¨¦ntica del otro, sin haber sostenido tampoco una mirada id¨¦ntica por parte de ning¨²n otro".
La perorata de Magda trata una y otra vez de enhebrar el relato imposible de quien vive en la pura inmanencia de su propio ser, due?o de un lenguaje intransitivo. "La l¨ªrica es mi ¨²nico medio, y no la cr¨®nica", constata Magda. Y es a un poema, ciertamente, a lo que m¨¢s termina pareci¨¦ndose su "barboteo fren¨¦tico y espurio", que precisamente por carecer de los l¨ªmites que a las palabras y a la conciencia de uno mismo imponen las palabras y la conciencia de los otros, hace alarde de una desesperante libertad.
"Aqu¨ª, en medio de ninguna parte, en donde el espacio irradia de mi interior hacia las cuatro esquinas de la tierra, nada hay bastante para detenerme... Son muchas las cosas de las que carezco, pero entre ellas no se cuenta la libertad". As¨ª habla Magda. Y es en el delirio en que esta libertad se traduce como tiene lugar el escalofriante proceso de abyecci¨®n del que su perorata ofrece un testimonio siempre equ¨ªvoco, pues en un discurso exento de toda responsabilidad no hay forma de saber a ciencia cierta si se han producido los hechos terribles de los que se ofrece testimonio: el brutal parricidio, la agon¨ªa atroz a que da lugar, el terror¨ªfico episodio del enterramiento, la violaci¨®n sistem¨¢tica de Magda por parte de un antiguo servidor, su propia ansia sexual, su d¨®cil sometimiento a quienes poco antes fueron sus esclavos, el quebranto y la inversi¨®n de todo orden, la soledad extrema del final, las voces que Magda empieza o¨ªr y que la instruyen con sutiles sabidur¨ªas...
En medio de ninguna parte es una de las primeras novelas de Coetzee. Es tambi¨¦n una novela en cierto modo primeriza, no a pesar sino m¨¢s bien debido a la intensidad a menudo insoportable de sus p¨¢ginas, a su elevaci¨®n ret¨®rica, a su portentosa calidad l¨ªrica, a la audacia admirable de algunos pasajes y a su imponente patetismo. Quien se haya aficionado a este autor a trav¨¦s de la prosa frugal y severa de sus ¨²ltimos libros, sabr¨¢ ahora que ¨¦sta es fruto de una larga destilaci¨®n estil¨ªstica, paralela a los logros de una insistente inquisici¨®n moral. Todav¨ªa predomina aqu¨ª el magisterio, distintamente asimilado, de autores como Beckett, como Faulkner, como Dostoievski; y m¨¢s particularmente, el de los m¨ªsticos y los l¨ªricos espa?oles, en cuyo idioma hablan las voces que Magda cree o¨ªr hacia el final; voces que dicen -en espa?ol- cosas como que "el deseo es una pregunta cuya respuesta nadie sabe". Magda misma pertenece en cierto modo a la estirpe de la Yerma de Garc¨ªa Lorca ("me asemejo a la imagen popular de la mujer est¨¦ril", dice), si bien su lenguaje posee una tensi¨®n ¨¦tica y filos¨®fica y una violencia escatol¨®gica muy superiores. Su parentesco m¨¢s profundo es, con todo, con el Molloy de Beckett. Y as¨ª es hasta el punto que cabe preguntarse si no fue mediante la liberaci¨®n de la influencia aplastante de este autor como Coetzee conquist¨® su propia madurez y su grandeza como escritor, de la que esta novela ofrece un precoz, poderoso y excesivo testimonio.
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