Un hombre, una calle
La calle m¨¢s bulliciosa de La Mina, a la hora en que la tarde empieza a tirar del sol hacia abajo, es el paseo de Jos¨¦ Monge Cruz, Camar¨®n. En medio, "el pueblo de Sant Adri¨¤ de Bes¨°s" le ha levantado un modesto monumento "a la esencia del arte gitano". Se trata de un busto de Camar¨®n donde se le ha esculpido con el rictus del quej¨ªo. La gente forma grupos en este paseo y r¨ªe y habla de sus cosas. El due?o de un bar refresca el cemento de su terraza. Moja con la manguera a unos hombres, que entre carcajadas se apartan corriendo. Aprieta la boca de la goma con el pulgar para que el agua y las risas lleguen m¨¢s lejos. Un se?or muy gordo, con un bigote que le recubre las mejillas, se toma un quinto de cerveza. Hace mucho calor, va en camiseta de tirantes de caladillo fino y descansa sentado sobre un barril met¨¢lico. Un poco m¨¢s abajo, casi al final de La Mina, se encuentra la calle de Manuel Fern¨¢ndez M¨¢rquez. Tiene nombre de persona normal y corriente, porque est¨¢ dedicada a la memoria de una persona normal y corriente a la que la polic¨ªa franquista mat¨® durante una huelga, hace ahora 30 a?os. Con motivo de este aniversario, el sindicato Comisiones Obreras ha editado el dossier Lluites obreres a la T¨¨rmica del Bes¨°s. 30¨¨ aniversari de l'assassinat de Manuel Fern¨¢ndez M¨¢rquez. El documento incluye numerosos recortes de la prensa clandestina de entonces, que recogi¨® la noticia, y una detallada recreaci¨®n del suceso. En la calle de Manuel Fern¨¢ndez M¨¢rquez, cerca de la t¨¦rmica del Bes¨°s, hay una acera destinada a viviendas y comercios (helader¨ªa, academia de peluquer¨ªa, papeler¨ªa, prensa y revistas...) y otra a almacenes y talleres (Olis Basseda. Fundada el 1878). Tambi¨¦n tiene una parte en la que se han instalado tres columpios. Junto a uno, dos mujeres, que llevan sillas plegables bajo el brazo, le hacen unas cucamonas a un beb¨¦ oriental: "Hola, Chian Yi", "D¨¦u, cari?o"... Sonr¨ªe desde un banco una anciana con muletas y bata oscura de lunares. Al fondo, en torno a la plaza del F¨°rum, se alza la estructura de un edificio de dise?o en construcci¨®n.
La calle de Manuel Fern¨¢ndez M¨¢rquez, en La Mina, est¨¢ dedicada al huelguista asesinado por la polic¨ªa franquista
Basta con cruzar el r¨ªo Bes¨°s para ir al lugar de los hechos. "Creo recordarle subido a una caja de madera, en una asamblea; entonces, alguien dijo que vio una mano, y un pol¨ªtico-social le peg¨® un tiro en la cabeza". As¨ª aparece la muerte de Manuel Fern¨¢ndez M¨¢rquez en la memoria de uno de sus compa?eros de aquellos d¨ªas, hoy, a sus 63 a?os, a las puertas de la jubilaci¨®n. Pero luego a?ade: "De todas formas, no me hagas mucho caso. F¨ªate m¨¢s de lo que pone en el dossier". La polic¨ªa hab¨ªa ocupado Fecsa para intimidar a los obreros en huelga. Eran los primeros a?os de la d¨¦cada de 1970 y Barcelona se desbordaba por la periferia. El aumento de consumo energ¨¦tico por parte una poblaci¨®n que llevaba m¨¢s de 10 a?os llegando en continuas olas migratorias condujo a la empresa el¨¦ctrica a levantar la tercera de esas torres de cerca de 200 metros de altura, que se ven desde todas partes.
Al complejo hoy algunos lo llaman Chern¨®bil y, la verdad, es que sus alrededores tienen algo de paisaje radiactivo. Entre Chern¨®bil y el mar, hay una zona de playa donde esta tarde se broncean desnudos unos hombres de edad avanzada. Por una de sus descomunales tuber¨ªas recubiertas de hormig¨®n desfila una silenciosa hilera de asi¨¢ticos, que van cargados con bolsas de supermercado. Vienen de recoger mejillones que crecen al calor de las aguas de refrigerado que devuelve la central al mar. En cada desag¨¹e de Chern¨®bil se repite el cartel: "Peligro de muerte por fuertes corrientes". Cerca, sobre la arena, una pareja de adolescentes se pega el lote. Y junto a sus tubos de succi¨®n, que se adentran lejos en el agua, se distinguen las aletas de un submarinista en busca de los aturdidos pececillos de la zona. Se cuenta que una vez muri¨® un hombre absorbido por una de esas tuber¨ªas. Traspuesto Chern¨®bil, y ya lindando con la playa de Sant Adri¨¤, unos ni?os chapotean y se bajan los ba?adores al grito de culet, culet. Varios particulares practican la pesca con ca?a. Uno acaba de cobrarse un pez plano y plateado. "?Qu¨¦ es?" "No tengo ni idea", sonr¨ªe. Bajo una de las duchas de la playa, un se?or remoja a su perrito faldero. Y un anciano un poco achacoso, tocado con gorra de visera y camisa a cuadros, se ha arremangado por encima de las pantorrillas sus pantalones negros y pasea por la orilla del mar Mediterr¨¢neo. Quedan, vueltas hacia abajo, las pocas barcas de los ¨²ltimos pescadores adrianenses.
Fue a las puertas de Fecsa (no se la confunda con la t¨¦rmica del Bes¨°s, al otro lado del r¨ªo) donde la polic¨ªa mat¨® a Fern¨¢ndez M¨¢rquez y le peg¨® un tiro en el cuello a otro huelguista. Aquella ma?ana, los trabajadores del turno de las siete se encontraron con la central tomada por las fuerzas de seguridad. Llevaban ya varios d¨ªas con paros. Entre otras reivindicaciones, exig¨ªan las 40 horas semanales, en vez de las 56 que trabajaban. Intentaron entrar en el trabajo en grupo, como ten¨ªan por costumbre; pero esa vez la empresa les dijo que s¨®lo iban a entrar de tres en tres. Se negaron. Algunos cortaron la v¨ªa y detuvieron un tren. Entonces carg¨® la polic¨ªa. Primero dispararon al aire y despu¨¦s al bulto. Cay¨® al suelo Manuel Fern¨¢ndez M¨¢rquez, natural de Badajoz, de 27 a?os de edad, casado y con un hijo de 2 a?os. As¨ª es como, a veces, un hombre puede transformarse en una calle.
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