Un intercambio inesperado
De los autores de esta emocionante e inesperada correspondencia, el mayor de los dos, Ram¨®n J. Sender (1901-1982), muri¨® hace ya m¨¢s de veinte a?os tras edificar una monumental bibliograf¨ªa de m¨¢s de cien t¨ªtulos, lo que le convirti¨® en el m¨¢ximo novelista espa?ol del siglo XX; la otra, Carmen Laforet (Barcelona, 1921), sigue viva entre nosotros aunque -como aqu¨ª dice en una breve y emotiva presentaci¨®n su hija Cristina Cerezales y recordaba recientemente en un largo trabajo de 50 p¨¢ginas Inmaculada de la Fuente en Mujeres de la posguerra (Planeta, 2002)- "huy¨® hacia el silencio... y apenas utiliza la voz... ha crecido a una dimensi¨®n dif¨ªcil de alcanzar", lo que es una elegante manera de contar su instalaci¨®n en un estado f¨ªsico ya mentalmente inencontrable, como si fuera el anuncio inexorable del final que llevar¨¢ al definitivo secreto el enigma de la voz m¨¢s destacada, reveladora y deslumbrante de la literatura espa?ola de la primera posguerra.
PUEDO CONTAR CONTIGO. CORRESPONDENCIA
Laforet-Sender
Israel Rol¨®n Barada (editor)
Destino. Barcelona, 2003
276 p¨¢ginas. 19 euros
Pues, aunque se ha hablado mucho del prolongado silencio de Carmen Laforet, tras su fulminante irrupci¨®n en las letras espa?olas con el primer Premio Nadal otorgado a Nada en 1944 a sus 23 a?os, apenas prolong¨® su obra con tres novelas m¨¢s hasta 1963, guardando un misterioso silencio hasta hoy, y nunca hemos llegado a conocer las razones ¨²ltimas de tama?o secreto, que ya constituye un mito en la evoluci¨®n de las letras espa?olas de nuestro tiempo. El misterio, por tanto, sigue vivo, nadie ha podido perforarlo, a pesar de los buenos testimonios que han rodeado a su figura y obra. Joven alegre, hermosa y trabajadora, felizmente casada entonces -con un cr¨ªtico y periodista importante de la ¨¦poca, el gallego Manuel G. Cerezales, 12 a?os mayor, vivo tambi¨¦n hoy en una residencia para mayores- y madre de cinco hijos, hasta su separaci¨®n sin traumas en 1970, conserv¨® siempre buenas relaciones con su numerosa familia -incluyendo a otros tantos nietos m¨¢s- hasta hoy y se dedic¨® a viajar y a buscar un camino literario que pareci¨® hab¨¦rsele escapado de las manos.
Esta emotiva, respetuosa y apasionada correspondencia, de la que se ten¨ªan noticias pues se ha citado varias veces, resulta sorprendente sin embargo por lo que en principio tiene de ins¨®lito, ya que se trata de un encuentro bastante inesperado entre una joven y bien dotada novelista del interior de la dif¨ªcil Espa?a del primer franquismo, casada y madre y un casi viejo y prol¨ªfico narrador exiliado y expulsado de su propio pa¨ªs, habitante del sur de Estados Unidos, tres veces viudo (o divorciado) y que trabajaba sin parar como profesor, escritor y periodista, pero cuyos libros estaban totalmente prohibidos en su propio pa¨ªs. Es el inesperado encuentro de dos espa?oles del mismo oficio e idioma, de distinto sexo y de muy diferentes generaciones y escenarios vitales. El primer acercamiento, que no dio resultado, parti¨® de Sender, quien, fascinado por la lectura de Nada, escribi¨® a su autora en 1947 testimoni¨¢ndole su admiraci¨®n, pero esta carta qued¨® sin respuesta, pues Laforet no pod¨ªa conocer entonces a su autor, un perfecto ignorado -por prohibido- en el interior de Espa?a. S¨®lo ser¨ªa casi veinte a?os despu¨¦s, cuando la joven escritora fue invitada a Estados Unidos en 1965, y ya hab¨ªa podido leer alguno de los libros de Sender (que entonces empezaban a ser publicados en Espa?a no sin muchas dificultades), cuando la joven escritora record¨® aquella carta y le escribi¨® pidi¨¦ndole un encuentro personal, que tuvo lugar en Los ?ngeles durante una cena que ambos recordar¨ªan siempre y que se prolongar¨ªa durante los diez a?os que dur¨® su emocionante correspondencia.
Sin duda cont¨® para mucho
en todo ello la fascinaci¨®n ejercida por la joven Laforet sobre el mujeriego y "coqueto" Sender en esta amistad tan estrecha como siempre lejana aunque te?ida de gestos de cari?o, y que s¨®lo se encontraron de nuevo mucho despu¨¦s, en una reuni¨®n colectiva durante el primer viaje a Espa?a de Sender, en el que por otra parte se empezaron a frustrar las ilusiones de su definitivo regreso final, que no llegar¨ªa a cumplirse nunca del todo. Las de Carmen Laforet ya empezaban a frustrarse a su vez, separada de su familia e intentando retomar in¨²tilmente una carrera literaria que se le resisti¨® hasta hoy. En estas cartas, Sender es el m¨¢s espont¨¢neo y Laforet la m¨¢s inconcreta y pudorosa, el primero public¨® m¨¢s de treinta t¨ªtulos desde 1970 hasta su muerte, y hasta dedic¨® uno de ellos a su amiga, sobre la que siempre escribi¨® con admiraci¨®n, y de la que tambi¨¦n recibi¨® indefectiblemente la suya. Fue una buena amistad, no completa, claro, pero s¨ª continua y sin falla, se contaban sus cosas, m¨¢s claramente en el caso de ¨¦l que en el de ella, que tras su separaci¨®n se debat¨ªa para continuar su obra, algo a lo que su amigo siempre la incitaba proclamando su inquebrantable fe en su calidad y en un futuro que nunca le lleg¨®.
En su buena introducci¨®n a este volumen, Israel Rol¨®n nos cuenta que s¨ª existe el manuscrito de la segunda parte de la trilog¨ªa iniciada con La insolaci¨®n (1963), as¨ª como las notas referentes a la tercera y final, Toque de queda (curiosamente as¨ª titul¨® Sender su volumen p¨®stumo de reflexiones), pero seguimos sin saber nada de todo ello en concreto. Y son tambi¨¦n extra?as las reflexiones religiosas finales de un Sender que se acerca al final, frente a una Laforet que hab¨ªa salido de una gran crisis religiosa (como se ve en su cuarta y m¨¢s endeble novela La mujer nueva) a trav¨¦s de una separaci¨®n conyugal en busca de una soledad e independencia mientras se paseaba por doquier -Polonia, Par¨ªs, Roma o las costas espa?olas del norte y Levante, para recalar al final en la sierra madrile?a-. Sender intent¨® apoyarla siempre, le busc¨® trabajos en la agencia de prensa de Maur¨ªn o en universidades californianas aunque sin resultados, mientras ella escrib¨ªa art¨ªculos o diarios de viaje, donde tambi¨¦n defend¨ªa siempre a su colega. Fue una amistad al borde de la muerte y el silencio, nacida de la literatura y que a ella lo sacrific¨® todo. Un testimonio emocionante.
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