Karate Cid
En el escaparate de una tienda de la calle del Pintor Fortuny se exponen cojines estampados con retratos de Bruce Lee de cintura para arriba. Estoy a punto de compr¨¢rmelos para decorar mi sof¨¢. Pronto se pondr¨¢n de moda las peleas asi¨¢ticas y se recuperar¨¢n obras maestras como Karate a muerte en Bangkok o El luchador manco. Los expertos anuncian que este oto?o se llevar¨¢n las artes marciales, auspiciadas por videojuegos y pel¨ªculas como Kill Bill, de Quentin Tarantino, con Uma Thurman desenfundando espadas y miradas asesinas. Con la mente llena de piruetas orientales, pues, me acerco a la librer¨ªa La Central de la calle de los ?ngels, donde necesitas un cr¨¦dito y un d¨ªa entero para poder atender la cantidad de est¨ªmulos que intentan seducirte. Finalmente, me llevo Contes, arguments i estirabots, de Francesc Trabal ("van ser un dels luxes m¨¦s cosmopolites que hem tingut en aquest ¨²ltim segle. Ll¨¤stima que el pa¨ªs no hagi estat a l'al?ada", escribe Quim Monz¨® en el pr¨®logo refiri¨¦ndose a la Colla de Sabadell) y el ¨²ltimo poemario de Felip Cid, titulado El testament (Editorial Caf¨¨ Central / Eumo).
Cid naci¨® en Barcelona en 1930 y es catedr¨¢tico de Historia de la Medicina. Cuando la gente culta de este pa¨ªs se dedicaba a promover traducciones de cl¨¢sicos en lugar de jugar al golf, Cid participaba en el mundillo literario con su cordial severidad, publicando libros de poemas e intercambiando simpat¨ªas y causas perdidas con gente como Pedrolo, Espin¨¤s, Calders y Espriu. Hac¨ªa 35 a?os que no publicaba poemas, as¨ª que la simb¨®lica melancol¨ªa terminal de su breve e intenso testamento no deber¨ªa pasar desapercibida. En mayo de 2000, Cid sac¨® unas Mem¨°ries in¨²tils (Editorial Afers) en las que desplegaba el mapa de un car¨¢cter propenso al cambio de clima y a chaparrones de pesimismo casi siempre justificados o, como m¨ªnimo, argumentados. Dos muestras: a) "Les relacions socials s¨®n plenes de crostes, i d'altres excresc¨¨ncies fastigoses, quan gratem la superf¨ªcie de les salutacions, dels convencionalismes i de les formes educades per a fer-nos creure que s¨®n una part essencial de la nostra conviv¨¨ncia" y b) "Si jutjo pel que he vist, els sers solitaris tenen mala premsa. Partint d'all¨° que l'home ¨¦s un animal sociable, no ho discutirem, les persones que estimen l'a?llament s¨®n objecte de tota mena d'atributs".
Conoc¨ª a Felip Cid en 1971. ?l ten¨ªa m¨¢s o menos la edad que tengo yo ahora. Su hijo Gabriel me salv¨® de un apuro en mi primer d¨ªa de escuela. En el patio, se acercaron tres alumnos a burlarse de mi acento franc¨¦s y entonces lleg¨® Cid, puso cara de Robert Mitchum y dijo que era mi amigo. Lo fuimos a partir de aquel d¨ªa, y cuando conoc¨ª a su padre, a su madre y a sus hermanos, descubr¨ª los or¨ªgenes de una grandeza quijotesca nada convencional cuyo mayor exponente era Felip Cid, un hombre que se cabreaba con facilidad y del que, de vez en cuando, me llegaba que hab¨ªa hecho cosas impopulares y heroicas como presentarse en la universidad pese a una huelga con la que discrepaba y otras formas de sana insubordinaci¨®n.
Le trat¨¦ poco, pero siempre me cay¨® bien, perdido tras monta?as de libros. Sobre todo una noche en la que estuvo a la altura de la fama que le preced¨ªa. Su hijo y yo ¨ªbamos andando por la Gran Via de Carlos III. Al llegar a la esquina con la avenida de Madrid, se nos acerc¨® una banda de gamberros y preguntaron: "?Qui¨¦n ha pegado a mi hermano?". Era la frase protocolaria que utilizaban para romperle la cara a incautos como nosotros. Nos hincharon a hostias pese a poner cara de Robert Mitchum. Escapamos como pudimos y, tras unos momentos de p¨¢nico y de evaluaci¨®n de desperfectos, mi amigo llam¨® a su padre para que nos viniera a buscar: no nos atrev¨ªamos a movernos. Felip Cid, pionero de la epistemolog¨ªa hist¨®rica y de la museolog¨ªa m¨¦dica en Catalu?a, poeta y erudito, lleg¨® conduciendo uno de esos coches que demuestran que a su propietario le importa un bledo la mec¨¢nica (un Simca 1200, creo). Subimos. Sin decirnos nada, mir¨® a su hijo, comprob¨® que no sufr¨ªa ninguna herida grave y, al cabo de un minuto de silencio que se me hizo eterno, anunci¨®: "Dem¨¤ t'apunto a una acad¨¨mia de karate". ?C¨®mo lo admir¨¦! No intent¨® comprender a los gamberros. No hizo un an¨¢lisis sociol¨®gico sobre la marginalidad. No pregunt¨® si hab¨ªamos hecho o dicho algo inconveniente. Encontr¨® la soluci¨®n adecuada: una academia de k¨¢rate. Ahora, en El testament, lega sus poemas a los suyos. Alguno suena como el prop¨®sito de luchar pase lo que pase, desafiando molinos de viento: "Us deixo el poc que he guanyat / venent mots esculpits en solsticis, / en una humil parada en les fires / de pobles dormint en els seus llunys. / Servo encara entera una balan?a / amb la que peso aquesta fatiga / que porto en el pit i el pensament".
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.