Fiesta
La peor herencia que dej¨® Hemingway a los extranjeros es la certeza de que los sanfermines son inevitables. Los telediarios y las radios han seguido al pie de la letra el entusiasmo del autor de Fiesta y amplifican cada a?o esa avalancha multicolor en la que grupos de j¨®venes enamorados del riesgo y de la madrugada corren delante de unos animales que padecen el simple riesgo de haber nacido. Todos los a?os, cuando se acercan estas festividades, se paralizan los informativos para dar paso a la retransmisi¨®n at¨®nita pero repetida de lo que pasa en la calle de la Estafeta, como si el car¨¢cter imprevisible del espect¨¢culo no pudiera ser objeto de noticia un minuto despu¨¦s, o cuando le tocara.
Hemingway fue el buen escritor de Los asesinos; vino a Espa?a y lo toc¨® todo. Hay un restaurante que dice en el frontis: "Aqu¨ª nunca comi¨® Hemingway", una excepci¨®n. Vamos a Chicote porque all¨ª estuvo Hemingway. Y hubo un tiempo en que la gente iba a La Habana para tocar el taburete en el que puso su culo de periodista que escrib¨ªa de pie. Dec¨ªa la amante de Gertrude Stein, Alice Toklas, que Scott Fitzgerald era azucarado, pero que Hemingway era un imitador: imit¨® de Gertrude, por ejemplo, su libro Ser norteamericanos; lo cuenta Frederic Prokosch en Voces, un libro de ilustres cotilleos. Puesto ante los toros del encierro de San Ferm¨ªn, Hemingway crey¨® que la nebulosa ma?anera, de alcohol y sangre, era una novela en s¨ª misma, una fiesta de la imaginaci¨®n humana. Ahora he visto a muchos lectores veteranos, de nacionalidad difusa pero generalmente norteamericana, ocupar p¨¢ginas y p¨¢ginas de la prensa exhibiendo las heridas que vinieron a buscar en ese territorio comanche de los sanfermines, y por las ma?anas he desayunado sabiendo c¨®mo iban los morlacos persiguiendo a chicos cuyo destino inmediato era sobrevivir y enamorarse. De hecho, en uno de estos telediarios que se alimentan con la sangre de los sucesos vi que numerosas parejas celebraban haber ido a San Ferm¨ªn porque all¨ª encontraron el amor de su vida. Algunos habr¨¢n puesto a sus hijos Ernesto o Hemingway, o Ferm¨ªn, nombres que ya ser¨¢n siempre equivalentes, como el chupinazo y el porr¨®n de vino a la fiesta en la que se vuelven locos esos toros que no saben por qu¨¦ han de correr ya tan temprano.
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