La relaci¨®n de EE UU con el resto del mundo
Recientemente escrib¨ª en estas p¨¢ginas sobre los tremendos cambios internos que est¨¢n teniendo lugar en el sistema de gobierno de EE UU con el presidente George W. Bush. Hoy quiero hablar de la relaci¨®n que mantiene la ¨²nica superpotencia del mundo con el resto del mundo. Para empezar, no creo que dure mucho tiempo el estilo adoptado recientemente de arrogancia pura y dura. El presidente y sus asesores neoconservadores experimentaron una elevaci¨®n autoinducida cuando iniciaron la innecesaria "guerrita espl¨¦ndida" (aplicando a la guerra de Irak una de las frases favoritas de los imperialistas de 1898 en la Guerra Hispanoamericana). Se pueden utilizar m¨¢s amenazas de guerra y d¨¦ficit creados deliberadamente para destruir los servicios sociales y las libertades civiles en EE UU, pero para reducir los atentados terroristas y desmantelar las redes terroristas har¨¢ falta una cooperaci¨®n objetiva, leal y sin arrogancias con la polic¨ªa, las autoridades financieras, los departamentos de investigaci¨®n y los l¨ªderes culturales y pol¨ªticos de muchos pa¨ªses, incluidos China, Jap¨®n, Rusia y la "vieja" y la "nueva" Europa.
Estados Unidos tendr¨¢ que ejercer el liderazgo en muchas crisis, algunas de las cuales tienen que ver con el terrorismo, pero de las que ninguna puede abordarse principalmente como un asunto de terrorismo: la creaci¨®n de un Gobierno civil aceptable en Irak; una soluci¨®n aceptable para el conflicto entre Israel y Palestina; qu¨¦ hacer con las armas nucleares de Corea del Norte y con los programas nucleares de Ir¨¢n y de otros muchos pa¨ªses; c¨®mo ampliar la autoridad del Gobierno de Afganist¨¢n instalado por Occidente m¨¢s all¨¢ de la zona de la capital, Kabul; c¨®mo resolver el problema de la relaci¨®n de Taiwan con el continente chino; c¨®mo evitar las repetidas amenazas de guerra nuclear entre Pakist¨¢n e India; c¨®mo librar a ?frica de varias dictaduras genocidas; c¨®mo reducir las espantosas diferencias entre la rica ¨¦lite y la masa de la poblaci¨®n en la mayor parte de Latinoam¨¦rica, ?frica, los Balcanes y Oriente Pr¨®ximo. Dudo que los halcones m¨¢s agresivos de Washington crean que Estados Unidos puede mejorar, y mucho menos solucionar, todas estas crisis sin la cooperaci¨®n voluntaria y activa de muchas de las naciones que se negaron a secundar la guerra anglo-estadounidense en Irak. Pero no querr¨ªa limitar mi discusi¨®n al ajedrez de las fuerzas militares y pol¨ªticas de hoy. Si el mundo no quiere ir dando bandazos de una crisis a otra hasta que un accidente nuclear, o un acto terrorista nuclear, o un ataque preventivo nuclear de uno de la docena de pa¨ªses que tienen armas nucleares, destruya toda esperanza de "paz y prosperidad", debemos encontrar alg¨²n compromiso aceptable entre lo que pide la empresa capitalista dirigida por Estados Unidos y otras formas de organizaci¨®n econ¨®mica y social que seguir¨¢n existiendo, y tienen todo el derecho de existir, entre los seres humanos.
No he podido olvidar un conmovedor informe de un antrop¨®logo estadounidense que le¨ª hace a?os sobre su vuelta al pueblo indio en el que hab¨ªa estado investigando. Recordaba un pueblo en el que los caminos, las estructuras de las casas y edificios, los muebles y las tuber¨ªas de agua se constru¨ªan a partir de las abundantes existencias de bamb¨². No era un pueblo de la Edad de Piedra. Hab¨ªa radios, televisores, muchos tipos de m¨¢quinas, bicicletas y peque?os autom¨®viles. Pero la base de la mayor¨ªa de la infraestructura era el fuerte bamb¨², y no bloques de cemento ni tubos de metal. En este viaje, el alcalde le mostr¨® orgulloso gran cantidad de construcciones de cemento y de tuber¨ªas de plomo, hierro y cobre. El pueblo se hab¨ªa endeudado por estos materiales y estaba mucho m¨¢s sucio de lo que lo recordaba, pero hab¨ªa sido "modernizado". He elegido deliberadamente un ejemplo relativamente benigno en lugar de hablar, por ejemplo, de la ruina de los millones de hect¨¢reas de suelo cultivable en ?frica por las filtraciones de los campos petrol¨ªferos de propiedad occidental. Lo que quiero decir, y podr¨ªa dar muchos ejemplos, es que con demasiada frecuencia la "modernizaci¨®n" ha significado el endeudamiento con multinacionales para hacer cosas que conecten la aldea con la "econom¨ªa globalizada", pero que, en general, no mejoran la calidad de la vida local.
Tambi¨¦n en las ¨²ltimas d¨¦cadas, las industrias agr¨ªcolas multinacionales han adquirido tierras en pa¨ªses en v¨ªas de desarrollo y le han dicho a la gente qu¨¦ plantar o no plantar, oblig¨¢ndoles a aceptar importaciones europeas y estadounidenses subvencionadas en lugar de alimentarse a s¨ª mismos. Las subvenciones pagadas a las empresas agr¨ªcolas estadounidenses son infinitamente superiores al dinero destinado a ayudar a los pa¨ªses en v¨ªas de desarrollo a salir de la pobreza. Y las empresas farmac¨¦uticas multinacionales, que han invertido millones en inventar los f¨¢rmacos necesarios para combatir todo tipo de enfermedades, y tambi¨¦n han ganado millones con ello, se niegan a permitir que estos medicamentos que salvan vidas se produzcan por precios m¨¢s baratos en pa¨ªses que no tienen la posibilidad de pagar lo que los ciudadanos y Gobiernos de los pa¨ªses del G-8 pueden pagar, para as¨ª proteger sus futuros beneficios. En t¨¦rminos generales, al menos durante las ¨²ltimas tres d¨¦cadas, tanto en EE UU como en los pa¨ªses en desarrollo se ha creado un abismo cada vez mayor entre las capas superior e inferior de la sociedad. Los servicios sociales y educativos desarrollados en los Estados democr¨¢ticos occidentales del bienestar desde la II Guerra Mundial (sometidos a la fuerte presi¨®n ideol¨®gica de los conservadores para reducir sus prestaciones desde la desaparici¨®n de la alternativa sovi¨¦tica) pueden destinar recursos para reducir la tendencia "natural" de los ricos a hacerse m¨¢s ricos y de los pobres a empobrecerse a¨²n m¨¢s. En el caso de las relaciones internacionales, las naciones ricas, en colaboraci¨®n con economistas competentes de los pa¨ªses en v¨ªas de desarrollo, pueden y deben eliminar las subvenciones que est¨¢n arruinando la agricultura local en muchas zonas en las que la agricultura ha sido el sost¨¦n principal de la vida durante varios miles de a?os.
En mi opini¨®n, el m¨¢s dif¨ªcil de los ajustes necesarios tendr¨¢ lugar en los ¨¢mbitos de la religi¨®n y los derechos humanos. En 1948, Naciones Unidas proclam¨® un conjunto de derechos humanos universales, y en el medio siglo transcurrido desde entonces organizaciones como Amnist¨ªa Internacional, Human Rights Watch, Pro Derechos Humanos, etc¨¦tera, han conseguido importantes avances a la hora de revelar un porcentaje vergonzosamente peque?o de violaciones de los derechos humanos que tienen lugar cada d¨ªa. En una ocasi¨®n hice un estudio de las actitudes mundiales ante la pena de muerte, y descubr¨ª que jam¨¢s ha sido un problema pol¨ªtico en muchos pa¨ªses altamente civilizados como China, Jap¨®n, India y Rusia. La oposici¨®n a la pena de muerte, y las preocupaciones asociadas respecto al trato humano a las personas encarceladas por los motivos que sea, es un legado de la Ilustraci¨®n europea del siglo XVIII. Los pueblos con otras herencias culturales pueden alegar con bastante raz¨®n que los derechos humanos como se conocen desde mediados del siglo XVIII son un problema occidental, no universal.
Hay al menos tres obst¨¢culos importantes para la verdadera universalizaci¨®n de los derechos humanos. Uno es la indiferencia hist¨®rica por parte de las muchas civilizaciones importantes anteriormente mencionadas. Otro es la oposici¨®n por motivos religiosos de muchos Gobiernos isl¨¢micos y de una parte importante de los cristianos practicantes y de los occidentales laicos que creen en el ojo por ojo, en pagar una vida con otra, etc¨¦tera. El tercero es el grupo de doctrinas modernas conocido como multiculturalismo, que puede usarse, y se usa, para razonar que no hay principios universales, y que cada sociedad tiene derecho a definir sus propias normas morales y legales. A pesar de estos formidables obst¨¢culos, tengo confianza en que la mayor¨ªa de los seres humanos, con independencia de su religi¨®n y cultura, quieren los derechos humanos esenciales para s¨ª y para los suyos. Debemos intentar ampliar la base de comprensi¨®n todo lo que podamos, a trav¨¦s de intercambios educativos, viajes, relaciones sociales, competiciones no profesionales de atletismo y campamentos, conferencias filos¨®ficas y festivales art¨ªsticos y musicales con apoyo internacional y en entornos internacionales. Y Europa tiene un papel especial que desempe?ar en esta evoluci¨®n, porque, tras mil a?os de guerra y agresiva competencia en tiempos de paz, est¨¢ creando una unidad inevitablemente basada en el compromiso y el reconocimiento de los derechos de los dem¨¢s. En el futuro pr¨®ximo (no dentro de siglos como en ¨¦poca del Imperio Romano, sino en tres o cuatro d¨¦cadas), el poder¨ªo militar estadounidense ser¨¢ un hecho b¨¢sico de la vida mundial. Pero no hay ninguna raz¨®n para que los m¨¦todos econ¨®micos, las costumbres y los prejuicios sociales de Estados Unidos deban dominar el mundo. Sinceramente espero que la fortaleza econ¨®mica y cient¨ªfica de Europa y del este de Asia obligue a cualquier Gobierno estadounidense a respetar esos ejemplos, y que la variedad cultural europea y la creaci¨®n de una unidad pol¨ªtica supranacional ayude tanto a EE UU como a las partes de la humanidad menos pr¨®speras y menos libres a crear un mundo m¨¢s tolerante y pac¨ªfico que el que habitamos ahora.
Gabriel Jackson es historiador estadounidense. Traducci¨®n de News Clips.
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