Medio siglo de la Revoluci¨®n cubana
Hace 50 a?os Cuba estaba regida por una dictadura de derecha. La econom¨ªa del pa¨ªs prosperaba, la cultura florec¨ªa, pero aquel esplendor no ocultaba sus costos sociales: desigualdad, injusticia, corrupci¨®n, autoritarismo, dependencia. Unos 120 j¨®venes civiles, afiliados en su mayor¨ªa a un partido socialdem¨®crata y populista, decidieron abandonar la v¨ªa electoral y levantarse en armas contra la dictadura. La primera demanda de aquel grupo era, sin embargo, sumamente moderada: restaurar la Constituci¨®n liberal y democr¨¢tica de 1940, pisoteada por Fulgencio Batista en 1952.
Los revolucionarios fracasaron en el intento de tomar dos cuarteles del Ej¨¦rcito al oriente de la isla y fueron encarcelados y juzgados de acuerdo con las leyes civiles del Estado de derecho republicano. El l¨ªder, un joven abogado llamado Fidel Castro, recibi¨® una condena de 15 a?os de c¨¢rcel -por una acci¨®n violenta que cobr¨® vidas de ambas partes- en un juicio donde tuvo la oportunidad de autodefenderse y donde uno de los magistrados, Manuel Urrutia Lle¨®, emiti¨® un voto particular, contrario al veredicto. De aquellos 15 a?os, Castro s¨®lo cumpli¨® 20 meses, gracias a la amnist¨ªa que concedi¨® Batista luego de ganar, como candidato ¨²nico, las elecciones presidenciales de 1954. ?Dram¨¢tica regresi¨®n de la justicia!: hoy en Cuba se condena a 28 a?os de c¨¢rcel a opositores pac¨ªficos por delitos de asociaci¨®n y conciencia.
Castro y sus hombres emigraron a M¨¦xico, donde prepararon una expedici¨®n armada con recursos de la burgues¨ªa cubana. Luego de tres a?os de guerrilla en la Sierra Maestra, y gracias al apoyo de una eficaz red clandestina en las principales ciudades de la isla, los revolucionarios entraron victoriosos en La Habana. Las razones del ¨¦xito, sin embargo, no habr¨ªa que buscarlas en la historia militar, sino en la historia pol¨ªtica. Batista era, a los ojos de la ciudadan¨ªa, un dictador corrupto e ileg¨ªtimo, respaldado por el Gobierno de Estados Unidos. Los tres reclamos de aquella Revoluci¨®n -democracia representativa, justicia social y soberan¨ªa nacional- codificaban la voluntad mayoritaria de la poblaci¨®n cubana.
Una vez en el poder, Fidel Castro y sus colaboradores m¨¢s cercanos asumieron la ideolog¨ªa marxista-leninista y radicalizaron el programa originario de la Revoluci¨®n. El desplazamiento de la socialdemocracia al comunismo fractur¨® la amplia y plural coalici¨®n revolucionaria y confirm¨® que la nueva ¨¦lite del poder estaba resuelta a desentenderse de la democracia, en nombre de la soberan¨ªa y la justicia. Castro sacrific¨® aliados en todas las corrientes pol¨ªticas (l¨ªderes estudiantiles y sindicales, comunistas, "aut¨¦nticos", "ortodoxos", cat¨®licos) y varios miles de revolucionarios inconformes emigraron a Miami, dispuestos a derrocarlo con apoyo norteamericano. Para desencanto de ellos, Bah¨ªa de Cochinos demostr¨® que aquella pasi¨®n anticastrista del exilio no ser¨ªa compartida por Washington a cualquier precio.
En 1962, el pacto Kennedy-Jruschov, que puso fin a la crisis de los misiles, asegur¨® al Gobierno de Fidel Castro la protecci¨®n geopol¨ªtica que necesitaba para consolidarse dentro y fuera de la isla. La alianza con Mosc¨², sin embargo, no deriv¨® en una adopci¨®n inmediata del modelo sovi¨¦tico. Durante su primera d¨¦cada, la Revoluci¨®n cubana, aclamada por la izquierda occidental, experiment¨® con casi todas las opciones marxistas de organizaci¨®n econ¨®mica, pol¨ªtica y social: desde variantes extremas, guevaristas o mao¨ªstas, hasta f¨®rmulas semiliberales de inspiraci¨®n socialdem¨®crata. En 1971, tras el fracaso de la "zafra de los diez millones" -s¨ªmbolo, a su vez, del fracaso de tanta improvisaci¨®n voluntarista-, el Gobierno revolucionario decidi¨® asimilar plenamente el sistema sovi¨¦tico.
Hasta 1992, el r¨¦gimen pol¨ªtico de la isla combin¨® con eficacia la racionalidad burocr¨¢tica del socialismo real, que desde una condici¨®n dependiente hizo crecer la capacidad de gasto p¨²blico de la econom¨ªa cubana, y el principio carism¨¢tico de dominaci¨®n, propio de las dictaduras populistas latinoamericanas, personificado en la figura de Fidel Castro. En aquel a?o de 1992, el Gobierno cubano supo adaptar su legitimaci¨®n simb¨®lica a la nueva coyuntura de la posguerra fr¨ªa, desplazando el ¨¦nfasis discursivo de la ideolog¨ªa marxista-leninista a la ret¨®rica del nacionalismo revolucionario. De hecho, durante la ¨²ltima d¨¦cada, ese r¨¦gimen parece haber abandonado cualquier otra prioridad dom¨¦stica o internacional que no sea la de subsistir, aferrado a la persona de Fidel Castro, en tanto s¨ªmbolo de una soberan¨ªa nacional que s¨®lo puede preservarse a trav¨¦s de la tensi¨®n con Estados Unidos.
A simple vista, el modo actual de hacer pol¨ªtica en Cuba (concentraciones masivas, "marchas del pueblo combatiente", mesas redondas, tribunas abiertas) es parecido al de los a?os sesenta. Sin embargo, esa apelaci¨®n constante a mecanismos movilizativos, adem¨¢s de profundizar el estancamiento de instituciones pol¨ªticas como el Partido Comunista o la Asamblea Nacional, echa mano de burdos resortes de compulsi¨®n y acarreo. La obsesi¨®n de exhibir consenso, de celebrar rituales demostrativos y espect¨¢culos de cohesi¨®n pol¨ªtica, como respuesta a cualquier amenaza externa o interna, a cualquier cr¨ªtica o disidencia, por muy moderadas que sean, delata la inseguridad simb¨®lica del r¨¦gimen cubano.
Cincuenta a?os despu¨¦s del asalto al cuartel Moncada, el Gobierno de Fidel Castro parece incapaz de satisfacer dos de las tres demandas primordiales -justicia social y soberan¨ªa nacional-, que, desde un imaginario socialdem¨®crata, dieron origen a la Revoluci¨®n cubana. Es cierto que ese Gobierno a¨²n destina grandes recursos a la distribuci¨®n social del ingreso, pero lo hace con un producto interno bruto decreciente y unos servicios p¨²blicos deteriorados por la ineficiencia de la econom¨ªa estatalizada y la inequidad de un mercado raqu¨ªtico, que excluye a la mayor¨ªa de la poblaci¨®n. Al parecer, la ¨²nica manera de alcanzar un Estado nacional soberano y justo, que se relacione normalmente con Estados Unidos, Am¨¦rica Latina y Europa y que sea capaz de mantener altos niveles de inversi¨®n social, es retomando la demanda ignorada del programa revolucionario: democracia.
Si el Gobierno cubano, en un arranque de lucidez, se decidiera a propiciar una transici¨®n pac¨ªfica y gradual a la democracia en Cuba, con todos los actores posibles del cambio (la clase pol¨ªtica reformista, la disidencia, el exilio, la ciudadan¨ªa de la isla y la di¨¢spora), no s¨®lo le har¨ªa un gran servicio a la naci¨®n cubana y al mundo occidental, sino que honrar¨ªa a la Revoluci¨®n que le dio origen y contribuir¨ªa a la justa asimilaci¨®n del legado revolucionario desde una cultura democr¨¢tica. La recomposici¨®n de la memoria hist¨®rica, que deber¨¢ producirse durante el cambio de r¨¦gimen, ser¨ªa menos traum¨¢tica con un gesto as¨ª.
Rafael Rojas es escritor y ensayista cubano, codirector de la revista Encuentro.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.