Quien no tiene dinero no tiene alma
La casa es la misma pero todo ha cambiado. No en la casa, claro, ni en el patio, ni en la mimosa. Y en las habitaciones los objetos de siempre, los edificios de costumbre frente a las ventanas, el olor igualito, el silencio id¨¦ntico. El grifo habitual goteando, pausado, en la ba?era. El aparador, la mesa, el sill¨®n de cuando usted era peque?a. S¨®lo que ahora no est¨¢. En la planta baja la cocina, el comedor, el cobertizo del lavabo, el muro al que le falta un pedazo en el lado del callej¨®n; por ah¨ª tampoco hay diferencias y entonces pienso si todo ha cambiado o si el que ha cambiado he sido yo. Tal vez he sido yo porque usted ahora no est¨¢. Y como no est¨¢ las cosas cobran un significado diferente, retratos de repente llenos de sentido, una mancha en la alfombra que no s¨¦ qu¨¦ quiere decir, yo intento encontrar explicaciones, mensajes, secretos que me negu¨¦ a escuchar en aquel elefantito de marfil, en aquella m¨¢scara de la pared, en el marco sin cristal en el que una ni?a, que no estoy muy seguro de qui¨¦n es, usted o su hermana, qu¨¦ m¨¢s da
Pienso si todo ha cambiado o si el que ha cambiado he sido yo
no merece la pena mentir, s¨¦ perfectamente que usted
sonr¨ªe. Usted con trece o catorce a?os, una blusita a rayas, la boca que se mantuvo igual a lo largo del tiempo. La frente parecida a la de su madre, lo veo m¨¢s claro ahora. No se ven las manos, me gustaba ver sus manos pero usted ahora no est¨¢ y se las ha llevado. ?Ad¨®nde?
Al fondo del patio
(qu¨¦ estupidez escribir al fondo si el patio es tan peque?o)
el cuarto de la lavadora, de la tabla de planchar, del cesto con la cafetera el¨¦ctrica averiada. Hay que subir un escal¨®n, la luz corre a lo largo del tubo fluorescente, vacila antes de fijarse, se fija y una claridad de agua sucia. Oigo la voz de su abuela
-Quien no tiene dinero no tiene alma
y ni abuela ni bast¨®n, la portezuela de la lavadora abierta, nadie. Los domingos, en verano, su padre tra¨ªa una silla de lona, la acomodaba en el patio y se quedaba all¨ª, con los ojos cerrados, cruzando los pulgares junto a un peque?o arriate de flores cuyo nombre nunca supe. Hace siglos que nadie las riega y se acabaron las flores: unos tallos r¨ªgidos, secos, la manguera in¨²til en el suelo. Era roja y ahora es rosada. Un gato salt¨® desde la casa del vecino al cuarto de la lavadora donde me observa quieto, con una de las patas suspendida, delicado, curioso. La pata suspendida como el me?ique de su madre al coger la taza de t¨¦. Y la abuela, mojando la tostada
-Quien no tiene dinero no tiene alma
mirando el mundo con sus gafitas agrias, minuciosas de envidia. De hecho no hab¨ªa mucho dinero y me detengo a imaginar si habr¨ªa alma. Los mismos zapatos siempre, la misma ropa: ?es esto el alma, es decir, chaquetas eternas, postergar la pintura de la habitaci¨®n, el dinero contado y vuelto a contar en la lata del pan? Sacando a la vieja, nadie se quejaba y el reloj por encima del frigor¨ªfico, cuya esfera imitaba una olla y las agujas un cuchillo y un tenedor, iba devorando las horas. En lo que a usted respecta las devor¨® todas, ya que usted ahora no est¨¢. Se fue no dir¨¦ ad¨®nde, ni voy a hablar de los coches, ni del cura, ni de nosotros callados: s¨®lo afirmo que no est¨¢ o, mejor dicho, es la casa quien afirma que no est¨¢, la casa la misma y en la que todo ha cambiado. Es curioso c¨®mo su retrato se me antoja otro. El pa?uelo en el respaldo, otro. El paquete de cigarrillos con tres cigarrillos dentro, en la cabecera. Toco el paquete y no es papel lo que toco: me gustar¨ªa suponer que la toco a usted. La silla de lona de su padre sin nadie, rayas azules y blancas, la forma del cuerpo. A su padre lo veo all¨ª fuera, en la calle, con los pulgares en los bolsillos, quieto, sin interesarse por nada. Ha de venir a la hora de cenar, las personas vienen, ?no?, sacan la servilleta de la argolla, se sirven. Su madre ordena cosas en el desv¨¢n, se ha pasado la vida ordenando cosas en el desv¨¢n. Los p¨¢rpados de su hermana m¨¢s gruesos, los labios de vez en cuando tr¨¦mulos, un susurro perplejo
-Y es esto
mientras se vuelve de espaldas con un encogimiento de hombros. Se le pasar¨¢. Se nos pasar¨¢ a todos, el todo que ha cambiado volver¨¢ a ser lo que fue, y entonces la casa, la misma, ser¨¢ la misma. Nosotros comiendo. Nosotros sin usted frente al televisor. Nosotros con m¨¢s tiempo para el ba?o sin darnos cuenta de que tenemos m¨¢s tiempo para el ba?o. Alg¨²n dinero m¨¢s tambi¨¦n y, por consiguiente, un poquito de alma. A su abuela le gustar¨ªa. El problema es el retrato, usted con trece o catorce a?os y blusita a rayas, el retrato que me persigue, me incomoda, por el hecho de que no veo sus manos. Me hast¨ªa la falta de manos. Es que a veces apoyaba una de ellas en mi cabeza, afirmaba
-Vamos a tener una casa s¨®lo para nosotros, te lo prometo
afirmaba
-Un d¨ªa nos iremos de aqu¨ª
y yo, como es de imaginar, me alegraba: sobrar¨ªa, por ejemplo, espacio para un hijo. O un perro. Y usted
-Me gusta que me trates de usted como a las personas ricas
quit¨¢ndome la alianza antes de apagar la l¨¢mpara y sonriendo con la sonrisa de la fotograf¨ªa
-Ahora vamos a hacer cuenta de que no estamos casados, ?qu¨¦ te parece?
Traducci¨®n de Mario Merlino.
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