Lastras se gana su cr¨®nica
El corredor de San Mart¨ªn de Valdeiglesias vence y entra en el club de ganadores de etapas en las tres grandes vueltas
Los ciclistas corren tambi¨¦n por una cr¨®nica bonita. Corren por un contrato millonario, por un aplauso, por un ramo de flores, por el beso de la chica, por sentirse due?os del mundo, mejores que nadie, por autoestima, para ligar, para comprarse un descapotable, corren por amor a su chica, a su madre, a su novia, a sus hijos, por amor al mundo, para seguir so?ando, para huir de la miseria, para ser famosos, por cumplir una promesa, por cumplir una profec¨ªa, para que les conozcan en el pueblo. Y corren para verse en el peri¨®dico. Y emocionarse como se emocionaban los enamorados que s¨®lo quer¨ªan leer cartas de amor.
Pablo Lastras estaba sentado el jueves por la noche a la puerta del hotel, al fresco de Burdeos. Charlaba de las miserias de su primer Tour con sus amigos Mancebo, Mercado, Txente... De c¨®mo hab¨ªa sido incapaz de cumplir consigo mismo, que se hab¨ªa prometido entrar en alguna escapada y no hab¨ªa podido; de que se le hab¨ªan encarnado las u?as de los pies y hab¨ªa tenido que ponerse un poco al tuning, transformar sus zapatillas Northwave cerradas en un cup¨¦ cabriol¨¦, descapotable, para que respiraran los dedos; de que hab¨ªa empezado tan delgado y tan bajo el Tour que para seguir movi¨¦ndose hab¨ªa tenido que engordar dos kilos; hablaba de que ten¨ªa ganas de volver a casa, de que dudaba del futuro ahora que desaparec¨ªa su equipo de siempre, el iBanesto.com; hablaba de cosas de ciclista. Pas¨® entonces un periodista por all¨ª, y Lastras, pura educaci¨®n, le dio las buenas noches y sigui¨®: "Por cierto, he le¨ªdo la cr¨®nica de la etapa de Flecha y me encant¨®". Y el periodista, que le quiere a Lastras, le dijo: "Pues ya me gustar¨ªa escribir de ti, pero pocos motivos has dado hasta ahora".
"En los ¨²ltimos 50 metros los pedales los mov¨ªa mi madre"
A la ma?ana siguiente, al empezar la etapa, la ¨²ltima etapa en la que hab¨ªa una posibilidad de escapada masiva, a Lastras le dol¨ªan las piernas como todos los d¨ªas, se sent¨ªa muerto, hundido. En los primeros 60 kil¨®metros se hab¨ªa corrido a m¨¢s de 50 por hora, lo que es muy deprisa, aunque ayudara un fuerte viento de espalda. No hab¨ªa habido ni un minuto de respiro. Imposible seguir. Y pese a ello, cuando finalmente se form¨® el grupo definitivo, cuando el pelot¨®n cerr¨® la puerta tras los 16 corredores que se jugar¨ªan la victoria de etapa, entre ellos estaba Lastras. Contaba con una fuerza suplementaria, no con el sue?o de la cr¨®nica, que eso llegar¨ªa por a?adidura. "Estoy muerto", le dijo a Jaimerena, su director. "Pero voy a morir matando". Contaba con la fuerza de su madre, Rosa, quien si no hubiera muerto en marzo, ayer, d¨ªa de Santiago, habr¨ªa cumplido 62 a?os. "Yo soy fuerte porque he visto a mi madre luchar", le gusta decir a Lastras. "De ella he heredado el car¨¢cter, la dureza".
En el grupo de 16 tambi¨¦n estaba David Ca?ada, un zaragozano que s¨®lo puede contar historias de mala suerte, de c¨®mo, cuando vest¨ªa orgulloso el maillot blanco de mejor joven del Tour de 2000, una aver¨ªa, una confusi¨®n con el tama?o de la rueda, le dej¨® hundido en la cuneta; puede hablar de sus clav¨ªculas rotas, de sus codos fracturados, de su coraz¨®n loco que se acelera y late descontrolado de vez en cuando. Tambi¨¦n, desde ayer, puede hablar de la miseria que siente un corredor cuando despu¨¦s de vaciarse escapado, solo contra el viento, ve en la ¨²ltima recta que la pancarta de meta se aleja tan r¨¢pido como veloces se acercan los perseguidores, cuando oye, en los ¨²ltimos 500 metros, no el aliento del perseguidor que le come la carretera, ni el ligero roce de la cadena -iba cara al viento-, sino a su director grit¨¢ndole fren¨¦tico por el auricular: "?sprinta! ?sprinta! ?sprinta! "Y con qu¨¦ fuerzas pod¨ªa yo sprintar si estaba muerto...".
David Ca?ada hab¨ªa atacado a sus compa?eros a 10 kil¨®metros de la meta, y disputaba la contrarreloj de su vida, la que le har¨ªa un h¨¦roe del Tour, la que le hizo sentirse miserable. Por detr¨¢s le alcanzaron tres ex compa?eros, el estilista franc¨¦s Da Cruz, el veterano italiano Nardello y un cazador de la sierra de ?vila, residente en San Mart¨ªn de Valdeiglesias (Madrid), llamado Pablo Lastras.
Lastras tiene la fuerza de car¨¢cter de su madre y el olfato de cazador de su padre, un sentido innato. Despu¨¦s de una carrera a lo Ca?ada, puntuada por fracturas m¨²ltiples, quir¨®fanos y mala suerte, gan¨® una etapa en la Vuelta a Portugal. Se transform¨®. Dej¨® de ser el pupas y se transform¨® en El Pencas, como le llaman los amigos por sus largas piernas. Se convirti¨® en un killer, un ganador sin piedad. Cumpli¨® en el Giro de 2001, por dos veces en la Vuelta de 2002, y ayer cerr¨® el tri¨¢ngulo m¨¢gico en el Tour. Como un aut¨¦ntico artista, impresionante de sabidur¨ªa, logr¨® que Da Cruz y Nardello se quemaran yendo a por Ca?ada, que le lanzaran el sprint, a ¨¦l, que, en teor¨ªa era el m¨¢s lento de los tres. Era el m¨¢s lento, pero tambi¨¦n el m¨¢s fuerte. No iba a dejar pasar la oportunidad. Una bala, una pieza. "Pero", dijo, "fue porque en los ¨²ltimos 50 metros los pedales los mov¨ªa mi madre".
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