Charles Taylor, de 'se?or de la guerra' a presidente
En Monrovia, delante del edificio de la presidencia, ha hecho levantar un cartel gigante con su lema favorito: "Think big" ("Hay que pensar a lo grande"). Charles Ghankay Taylor, presidente de Liberia, ha respetado la consigna incluso en las circunstancias m¨¢s dif¨ªciles y mucho antes de convertirse en un se?or de la guerra, el primer caudillo africano posterior a la guerra fr¨ªa.
Nacido en 1949 de padre afroamericano, miembro de la minor¨ªa de antiguos esclavos liberados -el 5% de la poblaci¨®n- que domin¨® Liberia durante 133 a?os, y de madre ind¨ªgena, Taylor supo franquear la barrera invisible entre los negros colonizados y los colonos negros separados por un odio insalvable en la antigua costa de las semillas. Se march¨® a Estados Unidos, fue encargado de una gasolinera y luego obrero especializado en una prensa de estampado, hasta que logr¨® entrar en la universidad. A su regreso a Liberia trabaj¨® como alto funcionario, y desvi¨® tanto dinero p¨²blico que le llamaban Superglue, como la cola de pegar. Fue se?or de la guerra, pero quer¨ªa ser jefe de Estado. Y ah¨ª es, seguramente, donde se llen¨® de ideas excesivamente grandes.
Taylor intent¨® superar la barrera invisible entre colonos negros y negros colonizados, pero Liberia termin¨® bajo su mandato como un pa¨ªs delincuente
Es la historia de un hombre hecho a s¨ª mismo. El joven Charles Taylor, de mente viva y astuta, cruza el Atl¨¢ntico y consigue un t¨ªtulo de ciencias econ¨®micas en el Bentley College de Waltham, Massachusetts. En 1980, cuando el sargento Samuel Doe manda ejecutar en la playa de Monrovia a los gobernantes del momento para convertirse en el primer nativo que se sienta en el sill¨®n presidencial, Charles Taylor vuelve a Liberia. Pasa a ser jefe de intendencia de la nueva Administraci¨®n, un puesto mucho m¨¢s lucrativo que una cartera ministerial. Pero Superglue enturbia la contabilidad del presidente, que le acusa de haberle robado un mill¨®n de d¨®lares. Taylor tiene que huir del pa¨ªs. Se refugia en Estados Unidos, la patria originaria de todos aquellos a los que "el amor a la libertad" -seg¨²n dice la ense?a nacional- transport¨® a una playa africana: los descendientes de un barco.
Tras la emisi¨®n de una orden de captura internacional, Taylor es detenido y encarcelado. Desde la ¨¦poca de la guerra fr¨ªa, Estados Unidos no tontea con sus aliados locales. Sin embargo, con unas s¨¢banas anudadas como en una pel¨ªcula de serie B, Charles Taylor se evade en 1985 de la c¨¢rcel de Boston. Despu¨¦s se pierde su huella, mientras se transforma en combatiente gracias a los petrod¨®lares del coronel libio Gaddafi. En los a?os ochenta, Gaddafi se dedica a reclutar y entrenar a todo el que huele a oposici¨®n revolucionaria de la regi¨®n africana del Sahel.
Charles Taylor se instala, al mando de un grupo de exiliados, en Uagadugu, capital de Burkina Faso. Desde ese momento y hasta ahora, empezando por la guerra civil que ¨¦l mismo desencadena en su pa¨ªs en la Navidad de 1989 y hasta la guerra de saqueo que llevan a cabo sus fieles en la zona occidental de Costa de Marfil a partir de noviembre de 2002, pasando por las guerras exportadas a Sierra Leona y -sin gran ¨¦xito- Guinea, el eje Tr¨ªpoli-Uagadugu-Monrovia se mantiene como diagonal de la desestabilizaci¨®n regional.
Siete a?os de combates fratricidas en Liberia ponen en manos de Charles Taylor un pa¨ªs exhausto. En 1997, los liberianos, enlutados y embrutecidos por las continuas saturnales, se resignan a elegir al principal se?or de la guerra como presidente, con m¨¢s del 70% de los votos. "Es verdad que he fastidiado todo, pero dadme una oportunidad para arreglarlo", es uno de los lemas de su campa?a electoral. El otro era m¨¢s brutal: "He matado a tu padre, he matado a tu madre; si quieres la paz, vota por m¨ª".
Diamantes ensangrentados
Cuando Taylor presta juramento, parece buscar el bien despu¨¦s de haber causado el mal. "En nuestra lucha para lograr la curaci¨®n de las heridas y los sufrimientos, la clave es la reconciliaci¨®n nacional", asegura. Tres a?os despu¨¦s, ante una cleptocracia que ni siquiera ha podido restablecer el suministro de agua y electricidad en la capital, contra una dictadura que prende fuego a los pa¨ªses vecinos, los Liberianos Unidos por la Reconciliaci¨®n y la Democracia (LURD) reanudan la guerra de guerrillas. Este movimiento rebelde va a contar cada vez con m¨¢s ayuda de Estados Unidos.
Bajo el h¨¢bito del presidente asoma el uniforme del combatiente. Francia es el ¨²nico pa¨ªs que cree que el caudillo iba a ser un verdadero jefe de Estado, hasta el punto de que recibe a Charles Taylor en el El¨ªseo, con todos los honores, en septiembre de 1998. Aquella primera visita oficial a Occidente no va acompa?ada de muchas m¨¢s: desde el a?o 2000, despu¨¦s de seis meses de investigaci¨®n, un informe de Naciones Unidas certifica por completo la participaci¨®n de Taylor en el tr¨¢fico de diamantes ensangrentados procedentes de Sierra Leona, el pa¨ªs vecino, al que uno de sus lugartenientes, Fode Sankoh, ha sumergido en la guerra civil.
Los otros dos aliados de Sierra Leona, teledirigidos en su momento por Charles Taylor, Johnny Paul Koroma y Sam Mosquito Beckarie, murieron asesinados hace poco por hombres del presidente liberiano.
Desde marzo de 2001, la Liberia de Charles Taylor sufre medidas de castigo de la comunidad internacional.
Desde lo alto de su colina, la presidencia liberiana domina una capital sumida en el caos. El paro afecta al 85% de la poblaci¨®n activa, el ¨ªndice de escolarizaci¨®n de los ni?os ha descendido al 15%, los funcionarios no cobran desde hace dos a?os, los hombres armados roban lo que desean, mientras que la mayor¨ªa de la gente sobrevive gracias a la ayuda humanitaria.
En toda Liberia no quedan ni 20 m¨¦dicos nacionales, una cifra que contrasta con los 30.000 combatientes, de los que muchos son ni?os.
?Est¨¢ Charles Taylor acabado?El actual presidente y alcalde de Monrovia no tiene ning¨²n apoyo en el exterior, ni siquiera en Par¨ªs, de modo que puede parecer que s¨ª, dada la resoluci¨®n estadounidense de acabar con su r¨¦gimen depredador. Pero un hombre que ha convertido su patria en un archipi¨¦lago para refugiados y despu¨¦s ha tenido la idea de recortar esos campos en circunscripciones con la vista puesta en su reelecci¨®n, prevista para octubre, podr¨ªa no estar irrevocablemente perdido. El cazador furtivo no se ha convertido en guarda forestal, pero todav¨ªa puede volver a la selva. ?Qui¨¦n ir¨ªa a buscarle all¨ª?
?Por qu¨¦ Liberia es responsabilidad norteamericana?
SE LLAMA LIBERIA porque eso, libertad, era lo que buscaban los descendientes de esclavos negros cuando regresaron a ?frica desde Estados Unidos en los a?os veinte del siglo XIX. Una guerra larga de 14 a?os simboliza ahora, a casi dos siglos de distancia, el fiasco en el que termin¨® aquel sue?o ut¨®pico. El ansia generalizada por una intervenci¨®n estadounidense que ponga fin a la sangr¨ªa refleja que este pa¨ªs atormentado se mira a¨²n en un espejo que est¨¢ al otro lado del Atl¨¢ntico.
Liberia no es, ni fue nunca, una colonia norteamericana, pero los liberianos act¨²an como si los males que afligen a su pa¨ªs fuesen consecuencia de una herencia colonial no muy diferente de la de Sierra Leona con los brit¨¢nicos, o la de Costa de Marfil con los franceses, pa¨ªses ambos (y no son los ¨²nicos) en los que las antiguas potencias han plasmado recientemente su compromiso, o su mala conciencia, en forma de fuerzas de paz.
Liberia, sin serlo, se parece bastante a una colonia norteamericana. Por su moneda (el d¨®lar, con paridad 1 a 1 con el genuino desde 1940); por su bandera (con barras y una estrella); por la toponimia, empezando por la capital, Monrovia, en honor del quinto presidente, James Monroe; por sus lazos pol¨ªticos y econ¨®micos con Washington; por la lealtad en momentos cr¨ªticos como la II Guerra Mundial y la guerra fr¨ªa, cuando estaba all¨ª la principal antena africana de la Voz de Am¨¦rica...
Aunque los descendientes de los negros norteamericanos siempre han constituido una peque?a minor¨ªa (el 5% de la poblaci¨®n, actualmente), lograron hacerse pronto con el control del pa¨ªs, y, lo m¨¢s significativo, implantaron un r¨¦gimen singular de apartheid en el que comenzaron a tratar como esclavos a los aut¨®ctonos, privados incluso de la ciudadan¨ªa al proclamarse la independencia y marginados desde entonces de las posiciones de poder.
Una suerte de perversa justificaci¨®n moral sosten¨ªa entonces que los reci¨¦n llegados basaban su derecho a oprimir a los nativos en que los antepasados de ¨¦stos fueron quienes les vendieron a los tratantes de esclavos a cambio de unas baratijas, y que llegaba la hora de que purgasen su culpa.
Todos los presidentes liberianos fueron descendientes de los llegados de EE UU hasta que, en 1980, Samuel Doe se hizo con el poder y liquid¨® a la ¨¦lite gobernante. El origen de Samuel Taylor, hoy en el ojo del hurac¨¢n, simboliza en cierta forma la fusi¨®n de los dos grupos sociales, al ser hijo de afroamericano y de nativa, aunque educado en Estados Unidos, el pa¨ªs hacia el que hoy miran los liberianos reclamando el pago de una deuda hist¨®rica.
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