Viaje al archipi¨¦lago Gulag
En las islas de Solovk¨ª, en el mar Blanco, hay lugar para el para¨ªso y para el infierno. El para¨ªso est¨¢ en el paisaje de pinos, abedules y musgos, de lagos cristalinos y milenarios laberintos de piedra. El infierno imper¨® durante dos d¨¦cadas en un campo de concentraci¨®n pionero, que sirvi¨® a la Uni¨®n Sovi¨¦tica para elaborar y perfeccionar el sistema represivo conocido como el Gulag. V¨ªctimas de las privaciones, la enfermedad, el fr¨ªo, el sadismo y la arbitrariedad, decenas de miles de personas perdieron su vida en un complejo penitenciario disperso por la geograf¨ªa de Solovk¨ª. Con casi 350 kil¨®metros cuadrados de superficie, las seis islas principales del archipi¨¦lago equivalen a algo m¨¢s de la mitad de Ibiza.
Los chequistas lanzaron a presos por la borda en varias ocasiones, seg¨²n relatan los supervivientes, o los mataron a tiros en los muelles antes de embarcar
Campos como el de Solovk¨ª "son necesarios" porque, gracias a ello, el Estado conseguir¨¢ "acabar con las c¨¢rceles", escribi¨® Gorki tras una visita
En lenguaje del campo, "enviar a alguien a Sek¨ªrnaya" equival¨ªa a una sentencia de muerte. A los presos los fusilaban en el mirador
La silueta severa del monasterio de Solovk¨ª se recorta potente en el horizonte, mientras nuestro barco, el V¨ªktor Buinitski, se aproxima al puerto de la mayor isla del archipi¨¦lago. Tras 16 horas de viaje desde Arj¨¢nguelsk, los 40 pasajeros del buque divisamos por fin las c¨²pulas coronadas por cruces de la catedral de la Transfiguraci¨®n y la iglesia de la Ascensi¨®n y las murallas de piedra del Kremlin que los monjes ortodoxos comenzaron a construir en el XVI. Fuera del Kremlin, docenas de edificios de distintas ¨¦pocas, entre ellos la sede de la administraci¨®n penitenciaria (hoy en ruinas) y las barracas de los presos, habitadas a¨²n por los isle?os. El archipi¨¦lago tiene 970 habitantes, incluidos unos 40 monjes. Miles de visitantes pasan por ¨¦l cada verano.
De julio a septiembre, los meses en que el mar no est¨¢ congelado, el Buinitski viaja una vez por semana a Solovk¨ª. Tambi¨¦n se puede llegar, m¨¢s r¨¢pido, en lancha desde Kem, en Karelia, y en avioneta desde que hace dos a?os se ampli¨® el aeropuerto para que el presidente Putin pudiera aterrizar junto al monasterio.
Yuri Brodski nos est¨¢ esperando en el muelle. En los setenta, Brodski comenz¨® a recoger documentos sobre los campos de concentraci¨®n, a fotografiar sus restos y a entrevistar a sus supervivientes. El resultado ha sido un voluminoso libro publicado con ayuda del Instituto Rusia Abierta (el fondo de Soros), donde documentos de archivo, fotograf¨ªas y testimonios de m¨¢s de 50 supervivientes se entretejen en un retablo del horror. A Brodski tambien se le debe la muestra dedicada a los campos que se exhibe en el museo, instalado en el Kremlin de Solovk¨ª.
Los or¨ªgenes del campo
Insiste Brodski en que los or¨ªgenes del campo de concentraci¨®n se remontan a una ¨¦poca muy anterior al poder sovi¨¦tico, pues los monjes de las islas, adem¨¢s de pescadores, agricultores, pintores de iconos y guardianes de las fronteras septentrionales de Rusia, fueron tambi¨¦n carceleros. Funcionarios de la corte de Pedro I fueron recluidos aqu¨ª en el siglo XVII.
Solovk¨ª se adapt¨® al poder sovi¨¦tico con rapidez. El Gran Lago Blanco se convirti¨® en el Gran Lago Rojo; el monasterio; en un sovj¨®s (una granja socialista), y los monjes, en "colectivo de fieles". Los popes que no se "renovaron", se transformaron ellos mismos en carne de presidio. En 1920 llegaron a la isla los "blancos" apresados por los "rojos" en la guerra civil. A partir de 1923, Solovk¨ª comenz¨® a configurarse ya como germen de un nuevo sistema. El GPU (la polic¨ªa pol¨ªtica de la ¨¦poca, heredera de la Cheka y precursora del KGB) organiz¨® entonces el Slon (Campos Especiales de Solovk¨ª). A mediados de ese a?o llegaron los primeros prisioneros de esta nueva ¨¦poca, seg¨²n el Libro Negro del Comunismo. A fines de a?o hab¨ªa 4.000 detenidos, y al terminar 1928, cerca de 38.000.
Inicialmente, los presos se divid¨ªan en tres categor¨ªas. La primera, que gozaba de un r¨¦gimen privilegiado, era la de los pol¨ªticos (mencheviques, socialistas revolucionarios o eser y anarquistas), v¨ªctimas de sus antiguos aliados en la lucha contra la autarqu¨ªa. La segunda, estaba formada por los contrarrevolucionarios, afiliados a otros partidos de oposici¨®n a los bolcheviques, antiguos oficiales y funcionarios de la Administraci¨®n zarista, sacerdotes "no renovados" e intelectuales no afines al r¨¦gimen o simples sospechosos de falta de simpat¨ªa hacia ¨¦l. El tercer grupo eran los presos comunes, entre ellos miembros de la Cheka o el GPU acusados de delitos comunes. Los dirigentes del campo consideraban a ¨¦stos como elementos "socialmente cercanos" y cerraban los ojos ante los abusos y vejaciones que ¨¦stos comet¨ªan contra los novicios en las leyes del hampa.
Solovk¨ª se dedic¨® de entrada al trabajo "educativo", una misi¨®n que inclu¨ªa tareas como sacar agua de un lago para verterla en otro, arrastrar troncos de un lugar a otro para volver a colocarlos despu¨¦s en el emplazamiento de origen y cantar loas a la direcci¨®n del campo. Despu¨¦s, a finales de los a?os veinte, las autoridades intentaron rentabilizar el trabajo de los presos, a los que empleaban en la industria forestal hasta agotar los bosques locales. Tambi¨¦n los utilizaron fuera de las islas, en la construcci¨®n del canal entre el mar B¨¢ltico y el mar del Norte, y en explotaciones forestales en Karelia.
El r¨¦gimen en Solovk¨ª se endureci¨® con los a?os, pero las crueldades comenzaron desde el principio. Los chequistas encargados de transportar a los presos entre Arjangelsk y Solovk¨ª lanzaron su carga humana por la borda en varias ocasiones, seg¨²n relatan los supervivientes. En otra, los mataron a tiros en los muelles incluso antes de embarcar. Para la segunda mitad de los a?os treinta, cuando las autoridades sovi¨¦ticas se planteaban cerrar el campo, los primeros dirigentes de Solovk¨ª y sus ide¨®logos hab¨ªan sido ellos mismos v¨ªctimas del terror y algunos incluso hab¨ªan vuelto como presos.
Fosas comunes
Solovk¨ª pas¨® a designar una realidad m¨¢s amplia que las islas, y se aplic¨® a un sistema penitenciario que iba desde Leningrado hasta los Urales, por el que pasaron m¨¢s de un mill¨®n de personas, seg¨²n calcula Brodski. En las islas, los muertos se cifran en decenas de miles. Sergu¨¦i Krivenko, coordinador de las investigaciones sobre Solovk¨ª en la organizaci¨®n Memorial, cree que alg¨²n d¨ªa se descubrir¨¢n fosas comunes como la que fue encontrada en Sandarmoj, Karelia, en los a?os noventa.
Al principio, los presos pol¨ªticos gozaban de relativa libertad. Recib¨ªan peri¨®dicos y paquetes con comida, pod¨ªan cartearse, leer y organizar su vida separados de los otros presos. Los anarquistas y los eser incluso celebraban la revoluci¨®n de octubre. Los pol¨ªticos se alojaban en la ermita de Savvatievo, a la que todav¨ªa hoy conocen como "la ermita pol¨ªtica". En el edificio de ladrillo rojo en ruinas nada recuerda el mot¨ªn, descrito por Alexandr Solzhenitsin en El archipi¨¦lago Gulag, que marc¨® un punto de inflexi¨®n en el tratamiento de los pol¨ªticos. Sucedi¨® en diciembre de 1923, cuando los presos se negaron a aceptar las nuevas normas que limitaban sus paseos hasta las seis de la tarde. El resultado fue una operaci¨®n de castigo en la que los chequistas dispararon sobre los amotinados, dejando cinco muertos y tres agonizantes sobre la nieve.
No lejos de la ermita est¨¢ la monta?a de Sek¨ªrnaya, en cuya cima se alza la iglesia de la Ascensi¨®n. En lenguaje del campo, "enviar a alguien a Sek¨ªrnaya" equival¨ªa a una sentencia de muerte. A los presos los fusilaban en el mirador. El pelot¨®n, de espaldas al templo; las v¨ªctimas, de espaldas al lago. Los gu¨ªas repiten a los turistas que los cad¨¢veres de los fusilados eran arrojados al fondo de la monta?a por una empinada escalera de madera. Brodski duda que la vieja escalera desaparecida fuera utilizada para librarse de los cad¨¢veres. Sea como fuere, la escalera actual est¨¢ barnizada y tiene amplios rellanos. Del viejo trampol¨ªn hacia el abismo s¨®lo queda la posibilidad de imaginar el v¨¦rtigo. Dos monjes custodian el lugar y reciben a los excursionistas autorizados.
El campo de Solovk¨ª ten¨ªa una intensa vida intelectual. Hab¨ªa teatros, revistas, una sociedad cient¨ªfica, un laboratorio y hasta una orquesta. Los personajes all¨ª internados -actores, m¨²sicos, cantantes, cineastas- aseguraban la vitalidad cultural. Los prisioneros pod¨ªan invitar al teatro a las presas, con las que no pod¨ªan comunicarse m¨¢s all¨¢ de la funci¨®n. Se representaban operetas picantes, comedias sat¨ªricas e incluso algunas obras prohibidas en Mosc¨². Brodski dice haber encontrado datos sobre la representaci¨®n de una comedia de motivo espa?ol.
Arbitrariedades salvajes
Esta vida intelectual no imped¨ªa las arbitrariedades m¨¢s salvajes. Para iniciar a los reci¨¦n llegados, los chequistas provocaban incidentes aleccionadores, en los que un par de reclusos eran ametrallados con un pretexto nimio. Muchos prisioneros describen jornadas interminables sin descansar y sin comer en pleno invierno. Las epidemias, como la del tifus, que se cobr¨® 7.500 v¨ªctimas en 1930, hac¨ªan el resto.
Ante las denuncias de trabajos forzados en los campos, las autoridades sovi¨¦ticas pusieron en marcha el mecanismo de propaganda, que incluy¨® la visita de M¨¢ximo Gorki en 1929. La visita del gran escritor proletario despert¨® grandes esperanzas, pero Gorki ignor¨® todas las se?ales de socorro que recibi¨®, incluida la de los presos que le¨ªan demostrativamente el peri¨®dico al rev¨¦s. Campos como el de Solovk¨ª "son necesarios", porque gracias a ello el Estado conseguir¨¢ "acabar con las c¨¢rceles", escribi¨® despu¨¦s.
El campo se extendi¨® por todos los edificios del monasterio, desde la catedral, convertida en dormitorio para 1.500 personas, hasta los s¨®tanos de las torres de fortificaci¨®n, para ejecuciones individuales y en peque?os grupos, pasando por los altares transformados en letrinas. Los presos dorm¨ªan hacinados, a veces en literas de varios pisos, a veces unos sobre otros, entrelazados para combatir el fr¨ªo, asfixiando con su peso a los que estaban abajo.
Hoy, los trabajos de restauraci¨®n borran las huellas del pasado. Brodski se?ala hacia las rejas que todav¨ªa quedan en algunas ventanas; hacia las puertas, donde se advierten las mirillas para vigilar a los prisioneros. "Quieren el monasterio tal como era en el siglo XVI, como si no hubiera habido otra historia despu¨¦s", lamenta.
El chirrido de las sierras y el repiquetear de los martillos nos acompa?an en un paseo por el monasterio, donde se trabaja activamente. El conjunto est¨¢ protegido por la Unesco y por el Estado, que financia la restauraci¨®n, en la que tambi¨¦n est¨¢ involucrada la Iglesia. Dentro de poco, la exposici¨®n sobre los campos, que hoy est¨¢ en el interior del Kremlin, ser¨¢ sacada de aqu¨ª con el fin de poder restaurar el recinto. Todo indica que no volver¨¢ a su sitio: "Las iglesias son para rezar y no para ser recordadas como c¨¢rceles", me dice por tel¨¦fono el padre I¨®sif, archimandrita prior del monasterio. "La memoria del campo debe preservarse, pero en los locales que fueron creados para ¨¦l, como las barracas, la f¨¢brica de ladrillos o el hangar del hidroavi¨®n", a?ade. En este ¨²ltimo lugar funciona el club Art-Angar, un centro cultural financiado con becas internacionales y criticado por I¨®sif: Art-Angar es un "espect¨¢culo mostruoso" para los peregrinos, que consideran "toda la isla un lugar sagrado", afirma. El aumento de los visitantes a la isla es un peligro, no s¨®lo por la basura y "la cultura del pl¨¢stico", sino tambi¨¦n porque el aumento de los visitantes s¨®lo es posible con la existencia en la isla de un solo patr¨®n. "Aqu¨ª hab¨ªa un solo due?o, el monasterio", sentencia el prior. Nastia y Artiom, que mantienen Art-Angar abierto durante los veranos, se sienten acosados.
La pol¨¦mica sobre c¨®mo recordar y presentar el pasado apenas se manifiesta hoy en Rusia, como si las discusiones de la ¨¦poca de la perestroika nunca hubieran existido. El conflicto entre las diversas opiniones se expresa en Solovk¨ª en forma de tensiones larvadas. La Iglesia ortodoxa erige cruces en diferentes lugares de la isla, aunque no siempre en los lugares de tr¨¢gico recuerdo, pero faltan los letreros que informen sobre cu¨¢l fue el destino de los edificios de Solovk¨ª durante casi 20 a?os. Seg¨²n Brodski, las se?ales dejadas por cat¨®licos italianos para recordar a v¨ªctimas de esta confesi¨®n han desaparecido varias veces.
Monopolio
La Iglesia ortodoxa ha establecido un comunidad de clausura en la isla de Anzer, donde est¨¢ el monasterio del G¨®lgota, y controla las excursiones a ese lugar. Ahora, las compa?¨ªas de navegaci¨®n autorizadas monopolizan los viajes a la isla e irritan a los patrones de otras barcazas que antes transportaban turistas a ella. En la isla, un servicio de guardas "controlan las bendiciones", que se dan al precio de cien rublos por cabeza, seg¨²n explica uno de los gu¨ªas.
La oficina de turismo local dedica una de sus 12 rutas al recuerdo de los campos, pero hay que preguntar expresamente para enterarse de los detalles del circuito, que carece de letreros indicativos y mapas. Ir¨®nicamente, la memoria de Solovk¨ª, con todas sus paradojas, est¨¢ inmortalizada en el billete de 500 rublos (algo menos de 15 euros), ilustrado con un dibujo del monasterio. El artista lo represent¨® en su fase de restauraci¨®n, a medio camino entre la c¨¢rcel y la iglesia.
Los ¨²ltimos de Solovk¨ª
EN 1991 QUEDABAN UNOS 400 SUPERVIVIENTES de Solovk¨ª. Ahora hay menos de 10, seg¨²n datos de Memorial. Cada a?o, a principios de agosto, esta entidad, que guarda m¨¢s de 160 testimonios de prisioneros, conmemora la represi¨®n con una visita a la isla. ?gor Vik¨¦ntiev es de los que han regresado a Solovk¨ª. Vik¨¦ntiev, con quien conversamos en su apartamento moscovita, est¨¢ a punto de cumplir 92 a?os. Cuando era un brillante ingeniero industrial de prometedora carrera, fue condenado a cinco a?os acusado de participar en un compl¨® contrarrevolucionario. En Solovk¨ª estuvo en 1936 y 1937. Sobre el escritorio donde el anciano lee el peri¨®dico hay una carpeta con los textos literarios que ha dedicado a aquella ¨¦poca. "Lo que m¨¢s me preocupaba entonces era la falta de l¨®gica de todo aquello", dice. Vik¨¦ntiev recuerda a¨²n c¨®mo logr¨® imponer su autoridad a un mat¨®n dispuesto a asesinarlo y el grotesco gesto de un guardi¨¢n que, tras advertirles de la inutilidad de la fuga, a?adi¨®: "Y si alguien lo intenta, no me temblar¨¢ la pistola". "A mi hija no le gusta que escriba y me aconseja no remover en el pasado, pero yo me pregunto c¨®mo hubieran reaccionado los personajes de Jack London en los campos de concentraci¨®n", afirma, lozano tras cuatro horas de conversaci¨®n.
Entre los que vuelven a Solovk¨ª est¨¢ Timur Kaz¨ªev, un hijo de Solovk¨ª. Su madre, una presa llamada Anna, lo puso en el mundo en la isla de Anzer en 1936. Anna fue fusilada en 1937, y el ni?o, enfermo de tracoma, fue recogido por sus abuelos de un hospital. Timur, que trabaja como decorador de arte popular ruso, dice guardar un ¨²nico recuerdo de su madre, una borrosa imagen vestida de rojo que se inclinaba sobre ¨¦l.
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