Viejas melod¨ªas
En ¨¦pocas remotas el periodismo estival se fundamentaba en la serpiente de verano. La vida comunitaria languidec¨ªa en la capital, que, para algunos, sin familia y con dinero, era Baden-Baden. Vacaciones parlamentarias, ocio generalizado, sequ¨ªa informativa. En lo m¨¢s crudo del mes de agosto, Madrid era una ciudad alegre, confiada y medio desierta. Verbenas, fiestas de barrio, locales al aire libre, largas siestas, persianas echadas, ofrec¨ªan un semblante distinto y despreocupado de la urbe, satisfecha de s¨ª misma. El t¨ªpico Rodr¨ªguez paseaba el desamparo familiar haci¨¦ndose el pill¨ªn, pero sin comerse una maldita rosca. Luego lleg¨® la polarizaci¨®n en dos puntos muy precisos de la morbosa esfera: Marbella y Mallorca, hacia donde los diarios madrile?os destacaban sus m¨¢s acerbas plumas para pillar en offside a los famosos. Eran la versi¨®n de los paparazzi desvergonzados, reducidos al grupo de fot¨®grafos cuya ambici¨®n m¨¢xima era sorprender a un pr¨®jimo destacado en la m¨¢s estricta intimidad, si es posible en postura indecente o rid¨ªcula.
Parece que este tipo de corresponsal¨ªas est¨¢ dando las boqueadas ante la escasa posibilidad de superar el list¨®n que en el asunto han puesto algunas televisiones. Cuanto se sospeche que pueda ocurrir entre personas adultas de la especie humana, bajo el inclemente clima veraniego y el pat¨¦tico influjo de las estrelladas noches, en las costas mediterr¨¢neas o en los ultramares, ya se ha visto antes. Nada nuevo pueden hacer las maduras tonadilleras, los chuletas cubanos, los parientes de cualquier famoso que sacuda la modorra en ferragosto. Hace 40 a?os -tempus fugit!- viv¨ªamos pendientes de lo que ocurriera en el nuevo mundo de la Costa del Sol. Jimmy de Mora y Arag¨®n se ganaba la vida tocando el piano -de o¨ªdo y muy bien- en las discotecas, donde primero era creador, luego socio y despu¨¦s asalariado. Hac¨ªa maravillosas y gratuitas exhibiciones con un l¨¢tigo gaucho, cuyo sibilante extremo arrancaba el cigarrillo de los labios de quien ten¨ªa el coraje -y las copas- de ponerse de perfil a seis pasos. Una manera dr¨¢stica de quitarse de fumar, aunque no hay memoria de que fallara una sola vez. Cuando comenz¨® a ganar dinero en cantidad, aparte de la suculenta herencia materna, y en calidad de edec¨¢n de los jeques del petr¨®leo, dej¨® de ser el encantador pr¨®digo y manirroto sablista. Llegu¨¦ a trabar buena amistad con aquel atractivo personaje, a quien le reproch¨¦ que nunca me hubiera pedido dinero, algo que lindaba con el desmerecimiento.
En aquella Marbella, el pr¨ªncipe Alfonso de Hohenlohe cre¨® la verdadera sustancia del lugar a base de trabajar como una mula, codo a codo con Meli¨¢, Pepe Moreno, Menchu y los dem¨¢s pioneros. Por esa ¨¦poca empezaron a aparcar en el aeropuerto malague?o los enormes aviones saud¨ªes y se iniciaban las fastuosas fiestas privadas a las que iban todos los habitantes de la zona. Destacaban las de Kashoghi, en las que uno de los atractivos m¨¢s frecuentes era que el anfitri¨®n no daba se?ales de vida, ni en la mansi¨®n ni en el lujoso yate Namiba, precursor de las magn¨ªficas naves que llegaron despu¨¦s. El peque?o pueblo de pescadores y su inc¨®moda playa se?orearon las vacaciones de varias d¨¦cadas.
Mallorca segu¨ªa unos pasos detr¨¢s. Como casi todo lo bueno que ocurri¨® en el siglo XIX, el descubrimiento del turismo y el ojeo de lugares paradisiacos se debi¨® a los viajeros brit¨¢nicos, que, due?os de medio mundo, buscaban sitios aislados del Imperio para esconder su spleen o sus man¨ªas y pecados. Quien dice ingleses dice archiduques austriacos o millonarios alemanes. Esos personajes procuraban la soledad, el aislamiento, pero su fama era un resplandor que atra¨ªa a futuros visitantes. Lo dem¨¢s consist¨ªa en acondicionar unos albergues y abrir varios chiringuitos con fritangas.
Las Baleares fueron haci¨¦ndose un lugar que pronto polariz¨® Ibiza, donde apenas hab¨ªa algo valioso, pero se llen¨® de ciudadanos del mundo que encontraban en el insomnio y las anfetaminas el mejor pretexto para pasar unas vacaciones. La estancia de los Reyes, ocupando el presuntuoso palacete de un griego gigol¨® en su juventud, ha elevado el turismo, multiplicado los puertos deportivos y sustituyendo por la industria tur¨ªstica la placidez de sus calas y las cosechas de patatas de La Puebla. Contrariamente a los estrafalarios hijos de Albi¨®n, la gente que antes iba a Marbella y a Mallorca se encontraba con los mismos con quienes compart¨ªa la existencia en Madrid. Ahora comienzan a flojear los paparazzi.
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