La leyenda del valle perdido
Cascadas y pinturas rupestres adornan este m¨ªtico paraje, oculto hasta 1598 en el sector salmantino del Sistema Central
Cuando Montesquieu aseveraba en sus Cartas persas (1721) que los espa?oles "han hecho hallazgos inmensos en el Nuevo Mundo y no conocen todav¨ªa su propio continente: existe sobre sus r¨ªos tal puente que no ha sido a¨²n descubierto, y en sus monta?as, naciones que les son ignotas", no lo dec¨ªa por chinchar. Lo dec¨ªa porque, hac¨ªa poco m¨¢s de un siglo, en 1598, los padres carmelitas, buscando un lugar a prop¨®sito para fundar una "casa de desierto" -un convento, vaya-, hab¨ªan dado con un valle que lo era -a prop¨®sito y desierto- "a la ca¨ªda de la alt¨ªsima sierra que llaman de la Pe?a de Francia y vertientes del mediod¨ªa", por el cual "bajaba un arroyo muy agradable y abundante al que por el sitio se conoc¨ªa como el r¨ªo Batuecas" (Reforma de los Descalzos de Nuestra Se?ora del Carmen, 1683).
Soberbios alcornoques, mondados por los corcheros, flanquean el sendero del r¨ªo
En La Alberca y otros pueblos del contorno, empero, se rumoreaba que aquel sitio era "habitaci¨®n de salvajes y gente no conocida en muchos siglos, o¨ªda ni vista de nadie, de lengua y usos diferentes de los nuestros, que veneraban al demonio, que andaban desnudos, que pensaban ser solos en el mundo porque nunca hab¨ªan salido de aquellos claustros". Mas los monjes, que tienen por h¨¢bito pasar del mundo, pasaron de habladur¨ªas y se quedaron.
El que no pas¨® fue Lope de Vega, que a poco de establecerse los carmelitas estren¨® Las Batuecas del duque de Alba (1604), un culebr¨®n oportunista en el que aquellos precursores del nudismo resultaban ser tataranietos de los godos -refugiados aqu¨ª por si los moros- y, una vez descubiertos, se aven¨ªan a rendir pleites¨ªa al duque, que en teor¨ªa era el se?or de estos territorios. La comedia, inconcebiblemente, gust¨®, y este rec¨®ndito valle de la salmantina sierra de Francia, lindero con las Hurdes, fue ascendido ipso facto al rango de utop¨ªa -como lugar aislado y feliz- y frecuentado a partir de entonces en sus escritos por autores tan dispares como Feijoo, la condesa de Genlis, Ponz, Larra, George Borrow, Hartzenbusch, Unamuno y el gabacho de marras, dicho sea sin ¨¢nimo de chinchar.
As¨ª que los carmelitas lo descubrieron, Lope lo divulg¨® y la Real Academia lo fij¨®: "Estar en las Batuecas: Estar distra¨ªdo y como ajeno a aquello de que se trata". Tal sigue siendo el ¨¦xtasis de quien se echa a andar valle arriba por la orilla del r¨ªo Batuecas, bordeando la tapia del monasterio carmelitano, y lee los versos de san Juan de la Cruz rotulados aqu¨ª y all¨¢ ("Mil gracias derramando / pas¨® por estos sotos con presura"), y aspira el b¨¢lsamo de los eucaliptos, y admira el porte de los tejos seculares: ¨¢rboles que, de milagro, escaparon al hacha de un mueblista a finales del siglo XIX, un cafre que compr¨® el convento de San Jos¨¦ -abandonado desde la desamortizaci¨®n hasta 1916- y no dej¨® ni rastro del jard¨ªn, tres veces centenario. Soberbios alcornoques, mondados por los corcheros, flanquean este sendero que remonta el r¨ªo por su margen izquierda -nuestra mano derecha-, ofreci¨¦ndonos a trav¨¦s de la fronda la visi¨®n fugaz de alguna cabra mont¨¦s encaramada en un risco de dura cuarcita. Que nadie se distraiga, porque a dos kil¨®metros escasos del inicio, nada m¨¢s atravesar una enorme pedrera, surge a mano derecha una trocha que asciende r¨¢pidamente hasta el canchal de las Cabras Pintadas, las primeras de las muchas pinturas rupestres exhumadas en el valle (o sea, que la leyenda de las Batuecas pudiera no ser tan falsa como se cre¨ªa). Est¨¢n, como todas, al resguardo de un abrigo rocoso y protegidas por una verja de hierro, pues hay quienes, para sacarles los colores, han sido capaces de orinarse en ellas.
De vuelta en el sendero, cruzaremos el arroyo de la Palla y, antes de un kil¨®metro, en la confluencia del arroyo del Chorro con el r¨ªo Batuecas, tomaremos por la vereda que corre a media ladera al norte del primero hasta topar la cascada del Chorro: un salto impecable de diez metros de altura sobre una charca de color verdemonta?a, un lugar que ni pintado para practicar el legendario nudismo batueco.
Accesos, hoteles y restaurantes
- D¨®nde. El valle de las Batuecas se halla en el sur de Salamanca, a 270 kil¨®metros de Madrid. Se va por la carretera de A Coru?a hasta Villacast¨ªn, por la autopista A-51 hasta ?vila y por la N-110 hasta Piedrah¨ªta, siguiendo a partir de aqu¨ª las indicaciones viales hacia B¨¦jar, Sequeros y La Alberca, que es el pueblo m¨¢s cercano al valle.
- Cu¨¢ndo. Paseo de cuatro horas -nueve kil¨®metros, ida y vuelta por el mismo camino-, con un desnivel de 200 metros y una dificultad media-baja, recomendable en cualquier ¨¦poca del a?o, si bien es en verano cuando m¨¢s se puede disfrutar.
- Qui¨¦n. El personal de la Oficina de Informaci¨®n del Parque Natural Las Batuecas-Sierra de Francia nos ayudar¨¢ a resolver cualquier duda en el tel¨¦fono 923 41 52 92. Tambi¨¦n nos informar¨¢n de la zona en la Oficina de Turismo de La Alberca (tel. 923 41 52 91).
- Y qu¨¦ m¨¢s. Cartograf¨ªa: hoja 12-22 (Miranda del Casta?ar) del Servicio Geogr¨¢fico del Ej¨¦rcito o 552 del Instituto Geogr¨¢fico Nacional. Alojamientos: en La Alberca, hotel Do?a Teresa (tel. 923 41 53 08; doble, 73 euros); en Mogarraz, casa rural La Fuente Arriba (tel. 923 41 80 97; doble, 36 euros). Para comer: restaurantes La Catedral (tel. 923 41 52 67), y La Abuela Carmen (tel. 923 41 53 08), en La Alberca, y Mirasierra (923 41 81 44), en Mogarraz.
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