Nada es como antes
Si dejamos de lado el mundo de la pol¨ªtica convencional -tarea no precisamente sencilla en estas horas-, muchas son las se?ales que sugieren que nos hallamos ante un cambio de ciclo cuyo protagonista principal son redes que, orgullosamente en pie, parecen llamadas a esquivar el reflujo derivado del aparente final de una guerra macabra y del fiasco que a la postre han deparado las elecciones de mayo. Sin alharacas, los movimientos de contestaci¨®n han seguido madurando -acaso antes en virtud de una inercia inexorable que de resultas de facultades que, aun as¨ª, no faltan-, con frutos que saltan a la vista.
Urge trazar un balance general de lo que al cabo ha sido, entre nosotros, la inmersi¨®n de las redes antiglobalizaci¨®n en un poderoso movimiento contra la guerra, y hacerlo con la atenci¨®n volcada antes en los 'activistas' que en los 'manifestantes'. Semejante balance debe cobrar cuerpo, por a?adidura, en un escenario distinto de aquel que han visitado quienes s¨®lo estaban interesados en calibrar las imaginables secuelas electorales de la guerra en Irak. Ello tiene que ser as¨ª pese a que, no sin paradoja, el desapego que muchos activistas han mostrado con respecto a esas secuelas parece haber perfilado, de su lado, una actitud inequ¨ªvocamente l¨²cida en lo que ata?e a eventuales y, por lo que se ve, injustificados triunfalismos.
Pero vayamos a lo nuestro, a ese balance que anunci¨¢bamos, y atrev¨¢monos a adelantar que los movimientos han exhibido, por encima de todo, un saludabil¨ªsimo atributo: en su seno se ha revelado un grado extremo de descentralizaci¨®n, con un protagonismo in¨¦dito de grupos locales que han funcionado sin directriz alguna. Tal condici¨®n ha venido a confirmar que el futuro de las redes no se mide en Porto Alegre, sino, antes bien, en el teatro que nos es m¨¢s pr¨®ximo, detr¨¢s de un tel¨®n en el que han despuntado, por a?adidura, iniciativas extremadamente plurales -en su articulaci¨®n participan, por cierto, gentes que se vinculan con varias generaciones- y, para qu¨¦ negarlo, controversias m¨¢s o menos agudas. La dispersi¨®n que lo ha impregnado casi todo no ha acertado a impedir, sin embargo, que aflorase un cristalino, y de nuevo in¨¦dito, sentimiento de comunidad entre gentes, grupos y lugares muy distintos.
El hueco que han conseguido abrir las iniciativas que nos ocupan algo le ha debido, con todo, a la dimensi¨®n de espect¨¢culo que aqu¨¦llas han mostrado tan a menudo. Bien es cierto que a m¨¢s de uno esa dimensi¨®n ha acabado por atragant¨¢rsele, por lo que habr¨ªa tenido de ascendiente pernicioso sobre unos movimientos que, eficaces en la contestaci¨®n y portadores, pese a las admoniciones que reciben, de un sinf¨ªn de propuestas, poco han avanzado cuando ha llegado el momento de concretar en hechos sus querencias. Apenas se ha progresado, por citar un ejemplo, en lo que respecta a campa?as como la que reclamaba un franco rechazo de los productos estadounidenses.
Otro rasgo distintivo de las redes parece haberlo sido el firme designio de hablar claro. De otro modo hubiese sido impensable, sin ir m¨¢s lejos, que muchas de las manifestaciones convocadas se encabezasen -sin que se hayan aducido mayores desafueros manipulatorios- con lemas tan suaves como el que invitaba a repudiar por igual el capitalismo global y la guerra. A este designio de no rebajar un ¨¢pice la radicalidad de muchas tomas de posici¨®n era inevitable que le siguiera el fortalecimiento de una actitud, entre cautelosa y esc¨¦ptica, ante la condici¨®n de algunos de los reci¨¦n recuperados, y no hablamos de los m¨¢s j¨®venes, para la tarea de la contestaci¨®n.
Hay quien agrega que se ha ido extendiendo un incipiente recelo en lo que se refiere a la conducta de pol¨ªticos profesionales, l¨ªderes autonominados y santones intelectuales. Los sarpullidos que algunos de ellos han acabado por provocar son a la vez la causa y el efecto de percepciones no siempre amistosas en lo que se refiere a partidos -a menudo dram¨¢ticamente integrados, seg¨²n esta visi¨®n, en la l¨®gica del sistema-, sindicatos -lejos casi siempre de su combatividad de anta?o- y ONG -entregadas a la tarea de autopreservarse y parad¨®jicamente dependientes, las m¨¢s de las veces, del erario p¨²blico-. Aun siendo cierto que muchos de los activistas que ahora nos interesan son militantes o socios de instancias como las reci¨¦n mencionadas, permanece en pie un interrogante: ?para qu¨¦ crear organizaciones de tipo nuevo si disponemos de partidos, sindicatos y ONG? La respuesta, f¨¢cil de hilvanar en los tiempos que corren, se?ala que a los ojos de bastantes, y dig¨¢moslo con contundencia desmedida, ha pasado ya el tiempo de esas estructuras, o al menos el de lo que com¨²nmente se entiende por tales.
Pese al des¨¢nimo prematuro que ha inundado a algunos, nada invita a concluir, por lo dem¨¢s, que los movimientos carecen de futuro. Aun cuando la ira de Bush no acabe por alcanzar a Siria, Ir¨¢n, Cuba o Corea del Norte, a aqu¨¦llos no les faltan, aqu¨ª y ahora, tareas: conflictos e injusticias jalonan el planeta entero y obligan a preguntarse por qu¨¦ la agresi¨®n norteamericana contra Irak ha suscitado una contestaci¨®n que no han merecido, desde tiempo atr¨¢s, otras muchas perversiones del desorden contempor¨¢neo. Aunque responder a esa pregunta es relativamente sencillo, hora parece de que se asuma, sin m¨¢s, la necesidad imperiosa de encarar los deberes que se dejaron para mejor momento.
Otros retos se dibujan en el panorama inmediato. El primero pasa por fortalecer la conciencia de que los movimientos en modo alguno est¨¢n libres de incurrir en los vicios que han impregnado, por ejemplo, a tantas ONG; no vaya a ser que dentro de dos o tres lustros se hayan convertido en la guinda legitimadora de la globalizaci¨®n en curso. El segundo reivindica un decidido fortalecimiento de la dimensi¨®n libertaria que rezuman muchas redes cuyos activistas han tenido la oportunidad de comprobar personalmente cu¨¢les son las secuelas de un universo dominado por jerarqu¨ªas, profesionales y liberados. El tercero apunta la conveniencia de pelear para que las disputas en lo relativo al referente pol¨ªtico que corresponde a los movimientos no anulen el quehacer cotidiano de ¨¦stos. El cuarto aconseja sortear con inteligencia los efectos de una triple pulsi¨®n -de demonizaci¨®n, de amedrentamiento de la ciudadan¨ªa y, en su caso, de represi¨®n- con la que muchos gobernantes obsequian a redes que, con toda evidencia, se les escapan de las manos. Agreguemos, en fin, como un ¨²ltimo reclamo que los movimientos precisan de un lenguaje que, comprensible para el com¨²n de las gentes, permita socavar el terreno de at¨¢vicos espasmos aislacionistas.
Las iniciativas en las que han confluido los grupos hostiles a la globalizaci¨®n neoliberal y las redes entregadas a la contestaci¨®n de las guerras por aqu¨¦lla azuzadas muestran, con todo, tres virtudes nada desde?ables. Si por un lado aportan una perspectiva cre¨ªble de resistencia global -frente a las oposiciones parcializadas que abrazaron muchos de los movimientos antecesores-, por el otro en modo alguno postulan, pese a las apariencias, una operaci¨®n de borr¨®n y cuenta nueva que venga a concluir que nada de lo heredado merece la pena. M¨¢s all¨¢ de lo anterior nos encontramos, acaso por vez primera en la historia, con una vor¨¢gine de protestas en la que se dan cita, con saludable protagonismo de las primeras, gentes del Sur y gentes del Norte. Esta ¨²ltima circunstancia se antoja un apreciable est¨ªmulo para que entre nosotros vayan recuperando la voz quienes sienten la m¨¢s viva repugnancia cuando el presidente Aznar, con formidable desparpajo, se?ala que su prop¨®sito es consolidar al pa¨ªs que encabeza en el club de los pa¨ªses m¨¢s ricos.
Carlos Taibo es profesor de Ciencia Pol¨ªtica en la Universidad Aut¨®noma de Madrid.
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