Servicio Estaci¨®n, el templo de la cosa
Hace algunas semanas Sergi P¨¤mies les hablaba en estas mismas p¨¢ginas de ese singular establecimiento de la calle de Arag¨® y relataba una deliciosa an¨¦cdota de su aparatosa sexualidad juvenil. Yo tuve la otra tarde un sue?o de loco, y para colmo desprovisto (al menos en apariencia) de cualquier ingrediente sexual: Roland Barthes ven¨ªa a Barcelona a presentar un nuevo libro y su editor espa?ol (calcadito a Jorge Herralde, pero s¨®lo hablaba cr¨¦ole y llevaba parche en un ojo) me ped¨ªa que le distrajera a tan insigne autor invitado hasta la hora de cenar.
Lo llev¨¦ a Servicio Estaci¨®n. Barthes vest¨ªa un arrugado impermeable claro y yo unos pantalones de terciopelo verde que me hac¨ªan sentir terriblemente confuso. "D¨¦jese de ceremonias, Manzanares: ll¨¢meme simplemente don Rolando", me dijo una vez inspeccionada a conciencia la secci¨®n de perfilados. "Aqu¨ª tiene usted los tapajuntas; all¨¢, los rodapi¨¦s, y en el piso de arriba, pol¨ªmeros, cojinetes y metacrilatos a mansalva. Para las expansiones glaseadas hay que retroceder hasta la planta baja". Yo hablaba con la falsa modestia de los cicerones avezados; Barthes tomaba notas furtivas en un cuadernito Moleskine. "Disculpe, sire, pero detecto cierta iron¨ªa en su manera de pronunciar el sintagma gomas nitr¨ªlicas". "Es cierto, excelencia: Carlos Pazos, Jordi Llovet y Andreu Jaume nos esperan para cenar en el Belvedere y se nos hace tarde".
Cruzamos la calle de Arag¨® con much¨ªsima prudencia y llegamos algo tarde a la cita, porque el escritor se empe?¨® en comprar unas galletas escocesas que se exhib¨ªan en el escaparate de Casa Qu¨ªlez, unas galletitas saladas que ¨¦l no hab¨ªa vuelto a ver desde su infancia. Antes de cenar tomamos dos rondas de white russians. O'Donnell lo hab¨ªa dejado todo pagado por adelantado.
Despert¨¦ con la conciencia rara y una fuerte a?oranza de la chocolater¨ªa Lezo de la calle de Proven?a.
Una dorada tarde del mes de noviembre de 1992 qued¨¦ para merendar con Carlos Pazos en Lezo. Mediados los segundos gin-tonics, el artista me hizo esta maliciosa declaraci¨®n: "El mejor museo de Barcelona est¨¢ en la calle de Arag¨®, entre el paseo de Gr¨¤cia y la Rambla de Catalunya... Se llama Servicio Estaci¨®n".
Veamos qu¨¦ dice ahora Compte-Sponville en su Diccionario filos¨®fico acerca de "cosa": "Es un fragmento cualquiera de lo real, pero considerado en su duraci¨®n, en su estabilidad m¨¢s o menos relativa y desprovisto, al menos en principio, de toda personalidad".
Muchas cosas han cambiado en esta ciudad desde aquella merienda con Pazos. Y sobre todo, muchas han desaparecido. Andar¨¢n en ese limbo melanc¨®lico que las ciudades reservan a sus lugares sacrificados.
Yo, cuando deseo olvidarme de mis a?oranzas, descansar de los acontecimientos municipales y exiliarme temporalmente de los sujetos (municipales o no), me pierdo durante una hora en Servicio Estaci¨®n, el templo de la cosa. All¨ª me enfrento a la verdad desnuda del objeto en su estado m¨¢s puro y resplandeciente y salgo como regenerado. Y con algo empaquetado bajo el brazo. Una hamaca, por ejemplo. Es el objeto que m¨¢s conviene ¨²ltimamente a mi estado. Y espero que tambi¨¦n al suyo, amigos lectores.
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