Vil.la Am¨¨lia: una isla urbana
Si hubiera alg¨²n modelo ideal de jard¨ªn de barrio en esta ruidosa ciudad de Barcelona, ¨¦ste ser¨ªa el peque?o parque de Vil.la Am¨¨lia, en Sarri¨¤. S¨®lo lo conocen los vecinos que han hecho del parque su casa en cualquier ¨¦poca del a?o. Con tres entradas, la principal por la calle del Maestro Falla y otra en Eduardo Conde y en la calle de Santa Am¨¨lia, el jard¨ªn queda extra?amente recogido y cerrado, como si fuera un mundo aparte. Es un mundo aparte, aunque un jard¨ªn de barrio nunca sea otra cosa que la prolongaci¨®n de la vida de los vecinos. Y los vecinos usan el parque a fondo, pero parece que no hay nadie. Un gran misterio.
Es un lugar peculiar: peque?o pero grande, abierto pero secreto, cuidado pero nunca demasiado, para ni?os pero tambi¨¦n para solitarios en busca de silencio, ¨¢rboles y pausas. En un espacio reducido cabe casi todo: una contradicci¨®n bien organizada, dig¨¢moslo as¨ª. Un parque adaptable, sea invierno, verano, oto?o o primavera. ?sta es una de las cosas que hacen que este sitio escondido me haya gustado siempre.
Al cabo de los a?os, Vil.la Am¨¨lia ha cumplido diferentes funciones en mi propia vida. El parque, de alguna forma, ha crecido conmigo. Ha cambiado como si se adaptara a m¨ª misma, con respeto y consideraci¨®n. Hubiera sido un crimen que a alguien se le hubiera ocurrido arrasar sus hermos¨ªsimos y enormes magnolios, palmeras, casta?os, pl¨¢tanos y no s¨¦ cu¨¢ntas especies m¨¢s, todas centenarias, por cierto. Se ha evitado el crimen, ha habido suerte. ?sta es una ciudad aficionada a dar carpetazos urban¨ªsticos a mansalva. Aunque ha habido cambios, el parque permanece como yo lo recuerdo de siempre. Otro extra?o rasgo: ese permanecer, con sus enormes ¨¢rboles intactos. Una isla urbana, sin pretensiones: dos discretas estatuas: un fauno y una ninfa, un estanque, con nen¨²fares pero de estar por casa. Un parque, pues, que parece ingl¨¦s.
Cuando conoc¨ª este rinc¨®n, en los a?os cincuenta, era una finca particular llamada Quinta Am¨¨lia y la casa de esa finca era lo que hoy es el Casal de Sarri¨¤. No hab¨ªa todav¨ªa barrio en los alrededores, ni casas de 10 pisos como ahora. Si hab¨ªa una amplia explanada delante de la casa y un gran lago, hoy no est¨¢. Pero ¨¦se puede ser un recuerdo enga?oso: la amplitud siempre tiene dimensiones mayores para un ni?o. Lo recuerdo como un lugar soleado. ?Hab¨ªa un huerto o so?¨¦?
Con el tiempo, la antigua finca se parti¨® en dos, atravesada por lo que hoy es la calle de Santa Am¨¨lia. El casal ocup¨® la casa y su entorno m¨¢s pr¨®ximo. Y el parque qued¨® en la parte baja de la nueva calle; se protegi¨® alrededor con una tupida valla de cipreses que hoy han convertido una de sus entradas en un peque?o laberinto. En la ¨²nica pared libre de esa entrada, triunfan los graffiti. Nunca entro por all¨ª. Prefiero hacerlo por la calle del Maestro Falla, desde donde se dispone un panorama claro del rinc¨®n m¨¢s apetecible, que eso var¨ªa. Pero siempre hay un banco libre en el lugar id¨®neo.
Hace a?os, cuando iba con mis hijos, nuestro destino era la parte baja, el lugar de jaleo y trasiego. Despu¨¦s he paseado perros sabuesos que disfrutan con los mil olores de las hierbas y los ¨¢rboles. He utilizado el parque para estudiar, escribir art¨ªculos o, simplemente, para ver algo verde y no o¨ªr nada. El asfalto me agota y all¨ª desaparece. Las plantas, los ¨¢rboles, amortiguan los ruidos. En primavera se oyen cantos de ruise?ores. A¨²n no he visto cotorras. Recientemente hab¨ªa un par de palomas rondando el peque?o estanque: un mal s¨ªntoma. ?Ah!, y la hierba hoy podr¨ªa estar mejor cuidada. Con m¨¢s cari?o. Es cari?o, sin m¨¢s, lo que ofrece este parque, esta isla urbana. Cobijo verde.
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