Objetores ling¨¹¨ªsticos
Entre los angloparlantes que contribuyen a mantener activos los niveles de hidrataci¨®n hep¨¢tica del verano, algunos ni saben espa?ol ni tienen intenci¨®n de aprenderlo, por lo menos en esta vida. No lo hacen para fastidiar a nadie: consideran que su lengua es lo suficientemente conocida en el mundo para poder desenvolverse sin problemas. Por si eso fuera poco, practicantes de otras muchas lenguas opinan lo mismo e invierten sus esfuerzos en estudiar un idioma que les sirva lo mismo en Benidorm, Dubrovnik, Goteborg o Bagdad. Este idioma es el ingl¨¦s. Sobre el papel, la estrategia funciona. En pa¨ªses con criterios educativos m¨¢s racionales que los nuestros, el ingl¨¦s es una segunda lengua funcional y corriente. Hay excepciones, no obstante, y Espa?a es una de ellas. As¨ª que, pese a que muchos turistas creen que cualquiera podr¨¢ corresponder a su nivel de ingl¨¦s y ejercitar la famosa lingua franca del siglo XXI, se encuentran con la sorpresa de, en general, un l¨¦xico limitado a O.K, Money money, Drinking, drinking y We are the champions. ?Las razones? La distancia fon¨¦tica entre el espa?ol y el ingl¨¦s, el subnivel de la ense?anza obligatoria y lo que ya se conoce como la Ca¨ªda del Imperio de las Academias de Idiomas.
Hace unos a?os, un fantasma pol¨ªglota recorri¨® la Pen¨ªnsula. Academias de idiomas con tecnolog¨ªa punta, m¨¦todos revolucionarios y nombres que suger¨ªan horizontes abiertos y futuros boyantes en la Meca de las finanzas ocuparon las mejores esquinas. ?Su secreto? Prometer aprender sin necesidad de estudiar. ?Sin estudiar? pensaron todos los que consideran el estudio como una forma de degradaci¨®n. Y acudieron en tropel a firmar contratos y a endeudarse para, al cabo de unos meses, poder decir que sab¨ªan el suficiente ingl¨¦s para defenderse. No fue as¨ª: nadie les defendi¨® cuando, tras un batacazo econ¨®mico de no te menees, result¨® que las modernas academias no pod¨ªan mantener sus gastos ni cumplir sus contratos. Quedaron en la calle miles de alumnos a los que ni se les dio las gracias ni, en seg¨²n qu¨¦ casos, se les devolvi¨® el dinero. Lo digo porque si los angloparlantes detectan el habitual nivel m¨ªnimo de conocimiento del ingl¨¦s y, adem¨¢s, cierta crispaci¨®n hacia esta lengua nunca aprendida y tantas veces deseada, sean comprensivos y conf¨®rmense con la cantidad de anglicismos que, a lo tonto a lo tonto, ali?an el espa?ol. Por cierto: la mala prensa del abuso de anglicismos tiene una larga tradici¨®n. En su libro Cosas del lenguaje, el sabio Julio Casares recoge las airadas quejas de Luis Ant¨®n de Olmet, all¨¢ por los a?os veinte: "Hay que defender el idioma. Es un tesoro que usufructuamos, no para olvidarlo o envilecerlo, sino para conservarlo y ampliarlo. Traduzcamos, si nos es preciso, espa?oliz¨¢ndolas, las palabras que sean absolutamente nuevas. Pero emplear vocablos forasteros, mondos y paup¨¦rrimos en general, teniendo los propios a mano, es tan insensato como lo ser¨ªa quien se disfrazase con un traje mamarrachesco y prestado y dejara en el arc¨®n las m¨¢s nobles y raciales vestiduras".
Ejercicio del d¨ªa. Se?ale cu¨¢les de las siguientes palabras son anglicismos: choped, flipar y f¨²tbol.
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