Final con melancol¨ªa
La necrofilia florece -como las guerras- en los momentos de crisis nacional o de dudas sobre el futuro. Permite invocar las grandezas del pasado y, aunque s¨®lo sea por algunas semanas, resucitar sus espejismos. De esa forma puede ser le¨ªda la historia entera del pa¨ªs, desde la fundaci¨®n de Buenos Aires hasta las desventuras sufridas por el cad¨¢ver de Eva Per¨®n.
Ning¨²n viajero que se aventure por San Miguel de Tucum¨¢n, la t¨®rrida ciudad donde se declar¨® la independencia de Argentina, dejar¨¢ de ver un bloque de granito situado frente a la Casa de Gobierno. El peque?o monumento evoca el sitio donde estuvo clavada, hace m¨¢s de un siglo y medio, la cabeza de un hombre, Marco Manuel de Avellaneda, ex gobernador de la provincia y uno de los jefes de la coalici¨®n que se opon¨ªa a Juan Manuel de Rosas en 1840.
Los ni?os de Tucum¨¢n aprenden la historia de Avellaneda en la escuela primaria. Cualquiera de ellos sabe que Avellaneda, luego una derrota militar, huy¨® hacia las monta?as del Aconquija, con la intenci¨®n de llegar a Jujuy. Una patrulla aliada del dictador Juan Manuel de Rosas lo tom¨® prisionero y lo llev¨® a la aldea de Met¨¢n, cien kil¨®metros al norte, donde lo sentenciaron a muerte. Cada vez que las escuelas tucumanas conmemoran el fin de Avellaneda, suele representarse la escena de su agon¨ªa tal como fue relatada por un capit¨¢n que la presenci¨®: "Avellaneda estaba de pie. Un soldado con su cuchillo en mano le cort¨® la cabeza. El cuerpo del gobernador cay¨®, con la cabeza completamente separada. Por largo rato estuvo como quien anda a gatas. La cabeza hac¨ªa las m¨¢s extra?as gesticulaciones: los ojos se abr¨ªan y cerraban girando de izquierda a derecha y viceversa, mientras el labio inferior se colocaba muchas veces debajo de los dientes con un movimiento natural y poco forzado. La cabeza vivi¨® de este modo doce minutos".
En este 2003, las tinieblas del pasado parecen disiparse y la Argentina s¨®lo tiene ojos para el futuro
Los argentinos siguen aferr¨¢ndose a los despojos de lo que fue el pa¨ªs, o de lo que promet¨ªa ser
La continuaci¨®n de la historia no es menos elocuente. Para que sirviera de advertencia a los rebeldes, la cabeza fue llevada a la plaza mayor de Tucum¨¢n y clavada en una pica. Una viuda aristocr¨¢tica, Fortunata Garc¨ªa, sol¨ªa ir todas las tardes a contemplarla. Era primavera, y sobre los naranjos floridos de Tucum¨¢n rondaban enjambres de abejas y de moscas. La viuda comenz¨® a o¨ªr la secreta voz del m¨¢rtir. "?S¨¢came de aqu¨ª!", le suplicaba. "?S¨¢came de aqu¨ª!". Atormentada, la mujer convenci¨® -o m¨¢s bien sedujo- al jefe de la guarnici¨®n para que le permitiera apoderarse de la cabeza y enterrarla en un lugar sagrado. El historiador Adolfo Sald¨ªas, que ha registrado el episodio con seriedad acad¨¦mica, afirma que el oficial cedi¨® al fin y "le envi¨® la cabeza envuelta en una manta. La noble dama tucumana lav¨® y perfum¨® esa cabeza, la deposit¨® en una cofre y a la noche siguiente le dio sepultura".
Ver en la iglesia de San Francisco el nicho donde la viuda hab¨ªa ocultado la reliquia era, hace medio siglo, una de las excursiones obligatorias en las escuelas primarias. Avellaneda no est¨¢ enterrado en ese sitio, sin embargo -como las maestras cre¨ªan-, sino en el cementerio de la Recoleta, a veinte pasos del mausoleo de Evita Per¨®n. Debi¨® de llegar all¨ª ya hacia finales del siglo diecinueve, porque desde 1840 hasta tres d¨¦cadas despu¨¦s, los despojos del m¨¢rtir yacieron en la cama de do?a Fortunata Garc¨ªa hasta que ella muri¨®. Tal como refiere Sald¨ªas, la viuda lav¨® y perfum¨® la cabeza. Pero en vez de enterrarla, la retuvo entre las s¨¢banas de su cama, hirviendo sin cesar hojas de eucaliptus para limpiar el dormitorio de aromas delatores.
El episodio es inequ¨ªvocamente argentino. La historia entera del pa¨ªs, desde la fundaci¨®n de Buenos Aires hasta las desventuras sufridas por el cad¨¢ver de Eva Per¨®n, puede ser le¨ªda como una historia de necrofilia. Por la fuerza de la costumbre, nadie se sorprende ya en Argentina de que los pr¨®ceres sean evocados en el aniversario de sus muertes, no de sus nacimientos, y los h¨¦roes son recordados tanto por sus haza?as como por las ¨²ltimas palabras que pronunciaron, sean verdaderas o no.
El creador de la bandera, Manuel Belgrano, por ejemplo, exhal¨® al morir este lamento: "?Ay, patria m¨ªa!". El joven revolucionario jacobino Mariano Moreno, secretario de la primera junta de gobierno, se ingeni¨® para gritar en alta mar, antes de que lo fulminara un s¨ªncope: "?Viva mi patria aunque yo perezca!". Y el sargento mulato Juan Bautista Cabral, que dio su vida para salvar al libertador Jos¨¦ de San Mart¨ªn durante la batalla de San Lorenzo, encontr¨® fuerzas para decir, en el momento en que una bala le atravesaba el coraz¨®n: "Muero contento. Hemos batido al enemigo".
La necrofilia ha vuelto a batir sus tambores al empezar este invierno argentino, cuando volvi¨® a discutirse en el Congreso la ley que reunir¨¢ los cuerpos de Juan Per¨®n y de su segunda esposa Evita en un solar de San Vicente, cuarenta kil¨®metros al sur de Buenos Aires, donde ambos compartieron algunos domingos de paz. Dos hermanas de Evita, ya casi nonagenarias, se han mostrado reticentes a la idea, porque temen que el cad¨¢ver -ahora protegido por tres planchas de acero, cada una de las cuales tiene combinaciones de seguridad- vuelva a ser mancillado. Pero las radios de Buenos Aires no cesan de hablar del tema.
El pasado que vuelve
Tantos signos de necrofilia en la Argentina no pueden explicarse como meros ecos del azar. Un temprano relato sobre la primera fundaci¨®n de Buenos Aires, publicado en 1567 por el soldado alem¨¢n Ulrico Schmidt, refiere que las tierras donde se alzaba la ciudad eran tan inh¨®spitas que el hambre diezm¨® a quienes las descubrieron. Tres espa?oles desesperados robaron un caballo y se lo comieron. No bien lo supo el jefe de la expedici¨®n, Pedro de Mendoza, los mand¨® atormentar para que confesaran y luego los hizo ahorcar. Esa misma noche, "otros espa?oles cortaron los muslos y dem¨¢s pedazos de los ahorcados, se los llevaron a sus casas y all¨ª los comieron".
Mendoza se hab¨ªa retirado a su nave. Las fiebres de la s¨ªfilis lo devoraban. Al enterarse de que cund¨ªa la antropofagia, orden¨® que impregnaran de sangre algunos pa?uelos de lino y que se los aplicaran sobre las llagas de su enfermedad, para mitigar el ardor. Si as¨ª naci¨® Buenos Aires, ?por qu¨¦ extra?arse de que al primer r¨ªo argentino se le diera el nombre de La Matanza? ?Y c¨®mo no entender que el primer cuento nacional, escrito por Esteban Echeverr¨ªa hacia 1841, acabara por llamarse El
Matadero?
Tan excesivo como el deg¨¹ello del m¨¢rtir de Met¨¢n fue el destino p¨®stumo de Juan Lavalle, jefe de la oposici¨®n militar al tirano Rosas. Cuando Lavalle fue abatido por un balazo casual en la ciudad norte?a de Jujuy, sus hombres quisieron preservar el cad¨¢ver de la inquina de los enemigos, que andaban busc¨¢ndolo. Condujeron el cuerpo a trav¨¦s de socavones y lechos de r¨ªos muertos, con la esperanza de llegar a Potos¨ª, en el Alto Per¨². Era verano. Cuanto m¨¢s avanzaban, m¨¢s intolerable se les tornaba la compa?¨ªa de aquel general marchito, en quien la muerte estaba haciendo estragos. Enterrarlo en secreto, abandon¨¢ndolo a la sa?a de sus verdugos, les parec¨ªa desleal. Seguir cabalgando con ¨¦l mientras lo ve¨ªan deshacerse era una afrenta a su gloria. Resolvieron entonces detenerse a orillas de un arroyo, y descarnar los despojos. Cincuenta y siete oficiales rindieron honores al esqueleto.
En 1952, el velatorio de Evita Per¨®n convoc¨® a setecientos mil dolientes que aguardaron durante d¨ªas enteros bajo la lluvia helada de Buenos Aires, con la esperanza de acercarse al cad¨¢ver y tocarlo. Las agencias internacionales de noticias supusieron entonces que la pasi¨®n por un cuerpo muerto era nueva en la Argentina. Ya hab¨ªa sucedido de manera casi id¨¦ntica en 1838, sin embargo, durante las fastuosas exequias de Encarnaci¨®n Ezcurra, la esposa de Juan Manuel de Rosas. Y se repiti¨® en 1933, cuando decenas de personas sucumbieron, aplastadas por el entusiasmo de la muchedumbre, en el entierro del ex presidente Hip¨®lito Yrigoyen. Y tambi¨¦n en 1936, cuando llegaron desde Colombia los restos de Carlos Gardel, ¨ªdolo del tango.
Los muertos encienden de pasi¨®n a los argentinos. Pocos meses despu¨¦s de asumir el Gobierno en 1989, Carlos Menem advirti¨® que su plan econ¨®mico estaba a punto de naufragar. Desvi¨® entonces la atenci¨®n de la gente ordenando que se repatriaran las cenizas de Juan Manuel de Rosas, quien yac¨ªa exiliado en el cementerio de Southampton, junto al canal de la Mancha, desde 1877. Semanas despu¨¦s, entre noviembre y diciembre, el Congreso y algunos municipios peronistas fueron inundados de proyectos para trasladar tumbas de pr¨®ceres y caudillos de una ciudad a otra. El autor del himno nacional, Vicente L¨®pez y Planes, fue llevado a la ciudad de Vicente L¨®pez; el del maestro William Morris, al pueblo de William Morris, y el del fil¨®sofo Alejandro Korn, a la previsible estaci¨®n ferroviaria de Alejandro Korn, cerca de La Plata.
Danza de equivocaciones
El minu¨¦ deb¨ªa continuar con la repatriaci¨®n del ef¨ªmero ex presidente H¨¦ctor J. C¨¢mpora, sepultado en M¨¦xico, y el de Jorge Luis Borges. La viuda del escritor, Mar¨ªa Kodama, rog¨® a Menem que desalentara esos planes. Borges -dijo- hab¨ªa querido ser enterrado en Ginebra. Devolverlo a Buenos Aires constitu¨ªa una forma de traici¨®n.
A Borges le habr¨ªa gustado, quiz¨¢, contar otro de los actos de ese minu¨¦ funerario. Uno de las estrofas que sol¨ªa recitar era la primera de Poemas solariegos, un libro publicado por el poeta nacional Leopoldo Lugones diez a?os antes de suicidarse: "En la Villa de Mar¨ªa del R¨ªo Seco, / al pie del cerro del Romero, nac¨ª. / Y esto es todo cuanto dir¨¦ de m¨ª, / porque no soy m¨¢s que un eco / del canto natal que traigo aqu¨ª".
Los despojos de Lugones yac¨ªan en la isla donde se hab¨ªa matado. En febrero de 1994 fueron trasladados, con pompa y circunstancia, a la ciudad de Villa Mar¨ªa, situada ciento cincuenta kil¨®metros al sur de C¨®rdoba, pensando que se trataba de su pueblo natal. A ¨²ltima hora, alguien advirti¨® que Lugones hab¨ªa nacido en la casi hom¨®nima Villa de Mar¨ªa, que est¨¢ cuatrocientos kil¨®metros al norte de la anterior, sobre la misma ruta, pero ya no quedaba tiempo para hacer el cambio, de modo que el poeta est¨¢ yaciendo ahora en un lugar equivocado.
Dos a?os m¨¢s tarde, en julio de 1996, la ex esposa de Carlos Menem, Zulema Yoma, logr¨® que un juez la autorizara a exhumar el cad¨¢ver de su hijo Carlos Facundo, con la ¨²nica intenci¨®n de verificar su identidad. La obsesi¨®n de Zulema Yoma parece una variante trastornada del drama de Ant¨ªgona. Poco despu¨¦s de que el hijo sucumbiera en un accidente de helic¨®ptero -los testigos dijeron que volaba demasiado bajo, sobre la ruta que une Buenos Aires con Rosario, y vieron que las aspas del helic¨®ptero se enredaban en unos cables de alta tensi¨®n-, la madre ech¨® a rodar la versi¨®n de que Carlos Facundo hab¨ªa sido asesinado. "Lo mat¨®", dijo "esa mafia que est¨¢ enquistada en el poder", lo que convert¨ªa a su ex marido, el presidente, en c¨®mplice del crimen. Despu¨¦s, Zulema se entreg¨® a la ilusi¨®n de que el cad¨¢ver enterrado en el cementerio isl¨¢mico de San Justo no fuera el de su hijo. El cad¨¢ver fue exhumado un viernes a las cuatro de la madrugada y desplazado hasta una morgue judicial en el centro de Buenos Aires. La autopsia tard¨® cinco horas. Cuando le confirmaron la identificaci¨®n, Zulema se abraz¨® a los despojos y rompi¨® en llanto: "Ahora s¨¦, por fin, que se trata de mi hijo", declar¨®. "Ahora voy a poder rezar tranquila ante su tumba".
Es un pobre consuelo, pero es mejor que el vac¨ªo, la nada y el silencio que siguen atormentando a otras madres, las que a¨²n siguen dando vueltas por la Plaza de Mayo todos los jueves, con la imposible esperanza de que los hijos les sean devueltos con vida.
La necrofilia florece -como las guerras- en los momentos de crisis nacional o de dudas sobre el futuro. Permite invocar las grandezas del pasado y, aunque s¨®lo sea por algunas semanas, resucitar sus espejismos. En el fragor de un combate pol¨ªtico en Corrientes, el Gobierno de esa provincia sugiri¨® trasladar los despojos del libertador Jos¨¦ de San Mart¨ªn desde el santuario donde yacen, en la Catedral de Buenos Aires, hasta la casa natal de Yapey¨². Tambi¨¦n las urnas de los padres de San Mart¨ªn deb¨ªan ser desplazadas del cementerio de la Recoleta hasta el mismo sitio. Era una idea que nadie hab¨ªa osado tener hasta ese momento, en febrero de 1998. El testamento de San Mart¨ªn es inequ¨ªvoco sobre su destino ¨²ltimo: "Prohibo que se me haga ning¨²n g¨¦nero de funeral; y desde el lugar en que falleciere se me conducir¨¢ directamente al cementerio sin ning¨²n acompa?amiento; pero s¨ª desear¨ªa que mi coraz¨®n fuese depositado en el de Buenos Aires".
La necrofilia es tal vez s¨®lo un juego de apariencias, en el que, para no aceptar su destino de fin de mundo, para no despertar a la realidad de lo que son y lo que tienen, los argentinos siguen aferr¨¢ndose a los despojos de lo que fue el pa¨ªs, o de lo que promet¨ªa ser. Ahora, en el invierno austral de este 2003, las tinieblas del pasado parecen disiparse y la Argentina s¨®lo tiene ojos para el futuro. El problema es el presente, donde la necrofilia todav¨ªa pesa como una condena.
Ma?ana: ?FRICA: La trilog¨ªa de Nyamata (1), por John Carlin.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.