Los tristes y peligrosos fan¨¢ticos
El convoy parti¨® al amanecer con una misi¨®n encomendada por Dios. Quince veh¨ªculos cargados de armas y bombas, y nacionalistas de extrema derecha, que se encaminaban hacia el sur, desde sus granjas en el norte deshabitado, para infligir justos castigos en Johanesburgo y Pretoria, antiguas ciudadelas blancas mancilladas por Nelson Mandela y su diab¨®lico proyecto de convertir Sur¨¢frica en una democracia multirracial. Sodoma y Gomorra, llaman ahora los extremistas a las dos grandes ciudades surafricanas. Y, como los s¨ªmbolos del vicio y la corrupci¨®n en el Antiguo Testamento, iban a hacerles sufrir por sus pecados.
La Biblia no era el ¨²nico modelo. Un visionario afrik¨¢ner, un h¨¦roe nacionalista conocido como Nicolaas "el profeta" van Rensburg, hab¨ªa anunciado hace cien a?os que los negros se apoderar¨ªan un d¨ªa de su tierra, pero instaba a su gente a que, cuando llegara ese d¨ªa, no abandonara la esperanza. Pronto todo volver¨ªa a estar como antes. Habr¨ªa "una noche de los cuchillos largos", un gran dirigente negro morir¨ªa asesinado, blancos y negros ir¨ªan a la guerra y los blancos saldr¨ªan triunfantes y expulsar¨ªan definitivamente a los negros de sus tierras ancestrales, hacia ?frica central, el lugar que verdaderamente les correspond¨ªa. Van Rensburg, que, seg¨²n sus seguidores, hablaba directamente con Dios, preve¨ªa "una lluvia de sangre que caer¨ªa sobre el norte", en referencia a la mitad norte de Sur¨¢frica, la parte que los b¨®ers reclaman como propiedad exclusiva desde la Gran Marcha, el hist¨®rico reparto de tierras de la d¨¦cada de 1830.
Los b¨®ers del convoy de la muerte se cre¨ªan instrumentos de la profec¨ªa de Van Rensburg
Hay 22 conspiradores en la c¨¢rcel. Todos est¨¢n acusados de alta traici¨®n, terrorismo y sabotaje
Los Pretorius creen que los negros son gen¨¦ticamente incapaces de funcionar en el mundo moderno
La fuerza b¨®er
Los b¨®ers que se dirig¨ªan hacia el sur en el convoy de la muerte se consideraban instrumentos de la profec¨ªa de Van Rensburg. Se llamaban los Boeremag, la "fuerza b¨®er", y Dios les hab¨ªa proporcionado casi 900 kilos de explosivos. Eran los escogidos y ¨¦ste era el plan divino que se les hab¨ªa revelado: iban a colocar bombas en los Union Buildings, la antigua sede del poder blanco, desde la que hoy gobierna el presidente Thabo Mbeki; en el edificio que alberga el cuartel general del partido en el poder, el Congreso Nacional Africano (en ingl¨¦s, ANC), en Johanesburgo; en bases militares, aeropuertos, emisoras de radio y terminales de autobuses llenas de negros en la hora punta. En total, unos veinte objetivos densamente poblados. Iban a asesinar a Mandela, que volver¨ªa a todos los negros contra los blancos y garantizar¨ªa el ba?o de sangre anunciado. En medio del caos y la confusi¨®n, los Boeremag se har¨ªan con el poder, restaurar¨ªan la antigua Rep¨²blica B¨®er y movilizar¨ªan la maquinaria del Estado para expulsar a la poblaci¨®n negra, hasta triunfar, por fin, en donde los sucesivos Gobiernos del apartheid hab¨ªan fracasado durante 40 a?os.
Lo malo, cuando el convoy se dirig¨ªa hacia el sur por la autopista de peaje N-1, en la madrugada del 13 de septiembre del a?o pasado, era que todav¨ªa no hab¨ªan convencido a la maquinaria del Estado para que se les uniera. Ni a Dios, por lo visto. Avisada por esp¨ªas dentro del grupo, la polic¨ªa hab¨ªa preparado una trampa. Un gran despliegue policial -agentes negros y blancos, codo con codo- les esperaba en el camino a Pretoria. No se sabe c¨®mo, en el convoy se enteraron, y se apresuraron a dispersarse, volver a sus granjas y esconder sus armas. La moral se derrumb¨® y se produjeron detenciones. Unos cuantos fan¨¢ticos, dirigidos por un tal Johan Pretorius y sus tres hijos, decidieron llevar adelante la lucha. Hab¨ªan ido a la cima de una monta?a a prometer a Dios que iban a cumplir su voluntad y que no dar¨ªan marcha atr¨¢s. La polic¨ªa ha atribuido una serie de atentados con bombas en Soweto, uno en una mezquita y otro que culmin¨® con la muerte de una mujer negra que pasaba por all¨ª, a la familia Pretorius y sus c¨®mplices, y los ha detenido.
El n¨²mero total de conspiradores que se encuentran ahora en la c¨¢rcel es de 22. Todos est¨¢n acusados de alta traici¨®n, terrorismo y sabotaje. Las mismas acusaciones que se le hicieron a Mandela en 1964. Y el juicio se celebra en el mismo tribunal de Pretoria, en Church Square, en el que Mandela, su mejor amigo, Walter Sisulu, y otros cinco hombres fueron condenados a cadena perpetua. Delante del juzgado todav¨ªa se alza una estatua gigantesca del primer presidente de la Rep¨²blica B¨®er, Paul Kruger, el prototipo del ideal b¨®er del granjero guerrero, un hombre que muri¨® en 1904 convencido de que la tierra era plana. Kruger no servir¨¢ de gran consuelo hoy a sus sucesores, puesto que los fiscales afrik¨¢ners que se encargan del caso consideran que la acusaci¨®n contra ellos es irrefutable.
He hablado, en Pretoria y otras ciudades, con agentes de la ley estrechamente relacionados con el caso, que prefieren mantener sus nombres en el anonimato porque el juicio acaba de comenzar y el caso est¨¢ sub iudice.
Lo primero en lo que coinciden es en que este primer intento contrarrevolucionario, se podr¨ªa decir, en los 10 a?os desde que Mandela fue elegido presidente, nunca tuvo posibilidad de ¨¦xito. Lo descabellado de la aventura, en cierto modo, ha servido para reforzar la idea de que Sur¨¢frica se encuentra en su situaci¨®n m¨¢s estable desde que llegaron los primeros colonos blancos desde Holanda, en 1652.
"Aun as¨ª, esta gente era un peligro. Podr¨ªan haber matado a Mandela si ¨¦l no hubiera decidido cambiar sus planes de viaje en el ¨²ltimo momento e ir en helic¨®ptero en vez de en coche, por una carretera en la que hab¨ªa una bomba aguard¨¢ndole. La capacidad de estos tipos de provocar el caos y una terrible p¨¦rdida de vidas humanas era real", dice una fuente. M¨¢s o menos como Al Qaeda, le sugiero. Al fin y al cabo, Bin Laden nunca va a derrocar al Gobierno de Estados Unidos, ni a restaurar una concepci¨®n medieval de la autoridad isl¨¢mica, pero s¨ª puede causar terror y desolaci¨®n mientras tanto. "En ese aspecto", replica la fuente, "son exactamente como Bin Laden".
Lo que resulta tan disparatado de la aventura de los Boeremag, aparte de la total imposibilidad de su proyecto terrorista, es que sus ideas pol¨ªticas no se basan en hechos, sino en unas fantas¨ªas paranoicas. Sur¨¢frica ha tenido sus problemas desde que existe el Gobierno de la mayor¨ªa, especialmente un aumento de la delincuencia y unas estad¨ªsticas devastadoras en relaci¨®n con el sida. Ahora bien, en cuanto al gran objetivo estrat¨¦gico que se propuso Mandela, el de reconciliar a blancos y negros en lo que era la naci¨®n m¨¢s cruelmente dividida del mundo, el ¨¦xito ha sido casi milagroso. En gran parte, por la extraordinaria resistencia del ANC a buscar una compensaci¨®n por los cr¨ªmenes del apartheid. Aunque los negros controlan el Gobierno y muchos de ellos viven mucho mejor que antes, lo cierto es que todos los blancos que viv¨ªan bien antes de 1994 siguen viviendo bien hoy. Y tienen el beneficio a?adido de no tener que sentirse culpables por su condici¨®n privilegiada ni que el resto del mundo les trate como parias. Y, en el caso de los afrik¨¢ners, que constituyen algo m¨¢s de la mitad de una poblaci¨®n blanca de seis millones (de 40 millones en total), sus mayores temores no se han materializado: su lengua no s¨®lo no est¨¢ prohibida, sino que se reconoce oficialmente y se utiliza tanto en los tribunales como en el Parlamento; su religi¨®n, la Iglesia Reformada Holandesa, no ha sufrido ninguna persecuci¨®n; su pasi¨®n, el rugby, ha prosperado, puesto que Sur¨¢frica gan¨® en 1995 la Copa del Mundo, una competici¨®n de la que anteriormente estaban apartados.
La prueba de que la mayor¨ªa de los blancos se han reconciliado con el nuevo orden pol¨ªtico y que los afrik¨¢ners, en general, han abandonado la vieja idea de llevar una vida independiente de sus compatriotas negros, se vio en las segundas elecciones surafricanas, en 1999, al acabar la presidencia de Mandela. El partido separatista de extrema derecha, el Frente de Liberaci¨®n Afrik¨¢ner, vio c¨®mo su peque?o porcentaje de votos de 1994 se reduc¨ªa todav¨ªa m¨¢s, a la mitad.
"Lo m¨¢s extraordinario de estos Boeremag es que llevaron a cabo su acci¨®n sabiendo que ten¨ªan mucho que perder", dice una fuente que ha estudiado con detalle cada caso. "En muchos casos, son hombres con estudios y buenos puestos de trabajo. Uno era especialista en ordenadores; otro, profesor de universidad; otro, un pr¨®spero hombre de negocios. Hab¨ªa m¨¦dicos, ingenieros, ex coroneles del ej¨¦rcito y un comandante en activo. Es asombroso. Ninguno de ellos estaba exactamente sufriendo en la nueva Sur¨¢frica".
Repartir poder
Entonces, ?a qu¨¦ se debi¨® todo? ?Qu¨¦ les llev¨® a tales extremos? Los que han participado en su b¨²squeda y procesamiento han reunido gran volumen de datos y han sacado de ellos ciertas conclusiones. "Una cosa que no hay que olvidar", dice uno de ellos, "es que, aunque es verdad que las circunstancias materiales de estas personas han sido muy buenas, se sienten castrados porque antes ten¨ªan el poder total en el pa¨ªs. Tener que compartirlo ahora representa una p¨¦rdida para ellos".
Pero estos hombres tambi¨¦n act¨²an en otro plano psicol¨®gico m¨¢s sencillo. "Lo que hemos descubierto", dice otro afrik¨¢ner que les vigila estrechamente desde antes de que les detuvieran, "es que estos hombres est¨¢n empapados de la historia b¨®er del hero¨ªsmo militar. Sin embargo, ellos no lucharon en las guerras del sur de ?frica cuando eran j¨®venes, o, si son j¨®venes todav¨ªa, sue?an con compartir la gloria marcial de sus antepasados. En otras palabras, son personas con nociones rom¨¢nticas de lo que es la guerra y una necesidad de probar su virilidad".
Van Rensburg, coinciden fuentes cercanas al caso, fue otro factor importante. Sus profec¨ªas, adornadas con numerosas alusiones al Antiguo Testamento, ayudaron a elevar los impulsos de estos hombres a la categor¨ªa de causa y les llen¨® de lo que decidieron interpretar como la justificaci¨®n religiosa e ideol¨®gica del asesinato. "Le¨ªan libros sobre Van Rensburg", explica alguien que ha seguido sus movimientos de cerca. "Se reun¨ªan para o¨ªr charlas y ver v¨ªdeos sobre ¨¦l. Tambi¨¦n obten¨ªan material de lectura sobre todo tipo de te¨®ricos de la conspiraci¨®n fuera de Sur¨¢frica, gente que afirma que el mundo lo dirige una c¨¢bala jud¨ªa o alg¨²n grupo siniestro dentro de la OTAN, ese tipo de cosas. Y despu¨¦s hablaban y hablaban sobre ello. No hay mucho m¨¢s que hacer en las granjas del norte. As¨ª que la gente se llena la cabeza de ideas, se entusiasma, hace planes, y entonces llegan las presiones de los dem¨¢s: si no te unes a nosotros, si no est¨¢s dispuesto a participar en la santa cruzada de Dios, entonces est¨¢s excluido, no eres un aut¨¦ntico b¨®er, no eres todo un hombre".
Viajo al norte para ver con mis propios ojos el mundo mental que habitan esas personas, para intentar averiguar qu¨¦ les empuj¨® a unos actos tan criminales y enloquecidos. Mi destino es Potgietersrus, a unos 300 kil¨®metros de Pretoria, para entrevistarme con Minnie Pretorius, que tiene a toda su familia -su marido y tres hijos adultos- en la c¨¢rcel, donde, despu¨¦s de la muerte de la mujer de Soweto, con toda probabilidad van a permanecer el resto de sus vidas. La carretera por la que voy es la N-1, la misma que recorr¨ªa el convoy hasta que les llegaron noticias de la emboscada policial que les aguardaba m¨¢s adelante. Es una carretera excelente, como las europeas, con dos y tres carriles a cada lado y un sistema de peajes que permite pasar a toda velocidad por las barreras gracias a una tarjeta electr¨®nica. Los restaurantes y las gasolineras que la bordean est¨¢n perfectamente limpios y poseen todas las comodidades modernas. S¨®lo el cielo inmenso y el paisaje, que es seco y llano y evoca partes de Castilla -salvo por las cebras y las jirafas-, nos recuerda que seguimos en ?frica.
La v¨ªa principal de entrada a la ciudad se llama Thabo Mbeki Drive. Antes de llegar a las tres o cuatro manzanas en las que est¨¢n las tiendas, se cruza la avenida Hendrik Verwoerd. Verwoerd fue el primer ministro al que se suele llamar el arquitecto -o el Lenin- del apartheid. Parece muy generoso por parte del Ayuntamiento de la ciudad, negro desde hace 10 a?os (por una simple cuesti¨®n de n¨²meros, casi todos los ayuntamientos de Sur¨¢frica est¨¢n gobernados por negros), que no haya cambiado el nombre. Se trata claramente de un esfuerzo -tal como recomienda el Gobierno central de Pretoria- para no organizar, a prop¨®sito de los s¨ªmbolos, una disputa que les gane la enemistad de los blancos.
Es evidente que no sirvi¨® de nada con la familia Pretorius, que no ha podido librarse de la idea de que los negros son gen¨¦ticamente incapaces de funcionar en el mundo moderno.
"Yo crec¨ª en una granja, entiendo a los negros", dice Minnie Pretorius, lo mismo que o¨ªa decir, de forma tediosamente previsible, a los afrik¨¢ners de extrema derecha durante los seis a?os que viv¨ª en Sur¨¢frica, entre 1989 y 1995. "Los surafricanos blancos de habla inglesa no conocen la cultura negra como nosotros. Le dar¨¦ un ejemplo: cuando los hombres y las mujeres llegan a una puerta, en la cultura blanca, las mujeres pasan primero; entre los negros, es lo contrario. Y, como dice siempre mi marido, nosotros somos previsores, y los negros, no. Cuando necesitan beber, beben; cuando necesitan comer, comen. No hay nada m¨¢s. La verdad es que son tan distintos de nosotros como indican nuestros colores".
Los m¨¢s pobres de todos
Minnie no entiende que, si no hubiera crecido en una granja, entre los negros m¨¢s pobres de todos, si hubiera pasado alg¨²n tiempo entre los negros urbanos y cultivados que hoy gobiernan el pa¨ªs y poseen una parte cada vez mayor de las empresas privadas, su percepci¨®n de la cultura negra quiz¨¢ tuviera m¨¢s matices. Pero los matices no son un concepto que ocupe mucho espacio en el amueblamiento mental de Minnie. Para ella, todos los negros son primitivos. ?se es su punto de partida, su idea fundamental. De ah¨ª surge todo tipo de ideas enrevesadas y justificaciones robadas, sobre todo, del Antiguo Testamento, pero tambi¨¦n de un batiburrillo de charlatanes m¨¢s recientes, como Nicolaas van Rensburg. Uno de los preferidos, entre los contempor¨¢neos, es un tal David Icke. Minnie habla mucho de ¨¦l, y con gran admiraci¨®n, durante las dos horas que pasamos juntos en la consulta m¨¦dica en la que trabajaban su marido y su hijo mayor. Ha estudiado los v¨ªdeos de Icke, dice, y ha le¨ªdo sus libros. Tambi¨¦n lo han hecho los miembros ausentes de su familia. Con ¨¦l han aprendido que el mundo est¨¢ controlado por un peque?o grupo de individuos denominados los Iluminados. Minnie saca una lista de un caj¨®n y empieza a leer. "Aqu¨ª estamos. Esto es lo que nos ense?a David Icke. ?stas son las personas que est¨¢n creando lo que denominan el orden del mundo ¨²nico. Los Iluminados, ese grupo selecto que dirige el mundo, incluye a los masones, el grupo Bilderberg, el Consejo de Relaciones Exteriores, la Yihad...". ?La Yihad? "S¨ª, ¨¦sa es la mafia israel¨ª, ?no? Me parece que es as¨ª...".
Da la impresi¨®n de que Minnie, que es licenciada en matem¨¢ticas y psicolog¨ªa por la Universidad de Pretoria, s¨®lo ha digerido a medias la lecci¨®n. Ya es asombroso que se molestara en intentar aprenderla. El tal Icke es un ingl¨¦s que se gana la vida ofreciendo una extraordinaria colecci¨®n de banalidades a un reba?o inexplicablemente cr¨¦dulo; en su mayor parte estadounidenses, sobre todo gente cercana a las "milicias" de extrema derecha, individuos perturbados y paranoicos como el terrorista de Oklahoma, Timothy McVeigh. Hace poco, Icke revel¨® en su p¨¢gina web que el genocidio de 1994 en Ruanda no era un problema entre hutus y tutsis, sino parte de un complejo plan elaborado por el siniestro grupo del mundo ¨²nico para trasladar a todos los jud¨ªos de Europa a ?frica central. Icke afirma tambi¨¦n que Mandela ayud¨® a Sadam a fabricar armas nucleares.
Minnie es una mujer delgada, menuda, bastante atractiva y agradable, con una imagen que se corresponde con su situaci¨®n acomodada. No s¨®lo su marido es un m¨¦dico respetado, y su hijo mayor tambi¨¦n, sino que el segundo es ingeniero y al tercero le faltaban tres semanas para ordenarse como ministro de la iglesia cuando le detuvieron; pero, adem¨¢s, la familia posee varias granjas. Minnie no es nada anticuada, como se habr¨ªa podido esperar, sino que tiene el aspecto de una mujer de 60 a?os moderna. Viste un traje de chaqueta gris ajustado, blusa verde claro, zapatos de tac¨®n y tiras de colores brillantes, y gafas que se oscurecen bajo el sol. Pelo te?ido de rojo y con permanente. En la mesa del limpio y elegante despacho en el que nos vemos hay dos ordenadores; en las paredes, carteles que advierten sobre los peligros de fumar.
La ¨²nica reserva que tiene sobre Icke, dice, es que no es un hombre religioso. Pero eso no le ha impedido a Minnie combinar las ideas mundanas de ¨¦l con sus creencias cristianas fundamentalistas. "En la Biblia est¨¢ la torre de Babel, que, como dice Dios, es una visi¨®n de c¨®mo no debe ser el mundo. Dios dice que las personas deben vivir entre los suyos. En este sentido, dir¨ªa mi esposo, el Demonio es la s¨ªntesis y Dios es la ant¨ªtesis. El Demonio quiere obligar a los seres humanos a vivir juntos, y Dios los separa. ?se es el plan de Dios para la humanidad, en mi opini¨®n. Por ejemplo, f¨ªjese en los japoneses, qu¨¦ bien se les da fabricar ordenadores. F¨ªjese en los bosquimanos del Kalahari, qu¨¦ bien matan impalas. ?No me diga que Dios no quiso que japoneses y bosquimanos viviesen juntos?".
Puesto as¨ª, probablemente no, le contesto. Animada, contin¨²a. Sonr¨ªe a menudo con la boca en el tiempo que pasamos juntos, a veces, incluso con coqueter¨ªa; pero sus ojos reflejan tristeza, tensi¨®n y falta de sue?o. "Eso es. Por eso el mundo no tiene raz¨®n en gritar contra el apartheid. Significa un desarrollo separado; significa que cada uno siga su camino. Los zul¨²es aqu¨ª, los b¨®ers all¨¢. De esa forma podemos vivir todos en armon¨ªa".
Obra del Anticristo
La lamentable situaci¨®n actual en Sur¨¢frica es obra del Anticristo, cree Minnie. Es decir, no de Mbeki o el ANC (que, al fin y al cabo, no son m¨¢s que negros incompetentes), sino del grupo planetario que mueve los hilos para imponer de forma inexorable un gobierno ¨²nico a la humanidad. ?Y qu¨¦ se puede hacer si esas personas son tan poderosas? "Veo terremotos. Veo guerras, veo hambre, veo a mi gente en prisi¨®n. Todas esas cosas tienen que suceder porque tiene que venir el Anticristo. Lo malo es que no sabemos cu¨¢nto durar¨¢, ni si ¨¦ste es quiz¨¢ el fin de los tiempos. Como cristiana, lo ¨²nico que puedo decirle es que nunca hay que tener miedo, nunca hay que abandonar la esperanza".
Es impresionante o¨ªr pronunciar estas palabras a una mujer que, en Europa, encajar¨ªa en la imagen de se?ora adinerada, elegante y casi atrevida. Seguramente dar¨ªa la misma sensaci¨®n de desconcierto o¨ªr hablar a su marido m¨¦dico. O a su hijo el ingeniero, al que se acusa de fabricar las bombas que estallaron en Soweto; o a su hijo m¨¦dico, que presuntamente las coloc¨®; o a su hijo el aspirante a sacerdote, que proporcion¨® apoyo moral.
?No se siente sola y terriblemente triste? "S¨ª, a veces", dice, con una l¨¢grima en cada ojo, aunque nunca llega a derrumbarse y llorar. Tiene demasiado dominio de s¨ª misma para eso, es demasiado la madre de sus hijos, los guerreros b¨®ers. "En esos momentos de debilidad, pienso en la vida eterna. Debo comportarme como desea Dios que lo haga. S¨¦ que mi marido y mis hijos son muy fuertes. Est¨¢n en un infierno, es cierto, en bloques de cemento, pero sus esp¨ªritus est¨¢n en libertad. Yo me siento libre. Saben, como yo, que no podemos escoger. Que, si escogemos en este mundo, no tenemos esperanzas para la eternidad".
Es dif¨ªcil decir adi¨®s a Minnie Pretorius sin sentir tristeza. Su familia ha desaparecido. A efectos pr¨¢cticos, y, al paracer, con su benepl¨¢cito, todos se han suicidado. Pero Minnie no puede pensar eso. Debe conservar su visi¨®n celestial, debe aferrarse a la locura que empuj¨® a sus hombres a cometer su acci¨®n. El precio de la cordura para Minnie, de que repentinamente viera las cosas tal como son en la realidad, ser¨ªa una desintegraci¨®n y una desesperaci¨®n absolutas. Lo espantoso es cu¨¢nta gente aparentemente cuerda como ella, su marido y sus hijos, y no s¨®lo en Sur¨¢frica, llevan las fantas¨ªas en las que creen al extremo y causan tanto sufrimiento a todos los que pretenden -como la infortunada mujer despedazada en Soweto- vivir en este mundo, y no en ning¨²n otro, con un m¨ªnimo de complicaciones.
Ma?ana: Soul City / y 2
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