El humanismo como resistencia
Hace nueve a?os escrib¨ª un ep¨ªlogo para Orientalismo en el que, al intentar aclarar lo que hab¨ªa dicho y no hab¨ªa dicho, no s¨®lo subrayaba los numerosos debates suscitados desde la aparici¨®n de mi libro, en 1978, sino el modo en que una obra sobre las representaciones de "Oriente" se prestaba a creciente tergiversaci¨®n. Que ello me provoque hoy m¨¢s iron¨ªa que irritaci¨®n muestra lo que he envejecido. Los recientes fallecimientos de mis dos grandes mentores intelectuales, pol¨ªticos y personales, Eqbal Ahmad e Ibrahim Abu-Lughod, me han producido, adem¨¢s de tristeza y sentimiento de p¨¦rdida, resignaci¨®n y una especie de terco empe?o en seguir adelante. En mis memorias, Fuera de lugar (Grijalbo, 2001), hablaba de los extra?os y contradictorios mundos en los que me eduqu¨¦ y ofrec¨ªa a los lectores un relato detallado de las circunstancias que me formaron en Palestina, Egipto y L¨ªbano. Pero era un texto muy personal, que se deten¨ªa justo antes de mis a?os de compromiso pol¨ªtico, iniciado tras la guerra de 1967 entre ¨¢rabes e israel¨ªes.
Sin la deliberada creaci¨®n del sentimiento de que la gente de esos pa¨ªses no era como "nosotros" ni apreciaba "nuestros" valores -base del dogma orientalista- no habr¨ªa habido guerra en Irak
Lo que intento hacer en Orientalismo es lo que denomino "humanismo", es decir, intento romper las esposas mentales de Blake para poder pensar de forma hist¨®rica y racional
La filolog¨ªa es la m¨¢s esencial y creativa de las artes de la interpretaci¨®n. Un ejemplo admirable es la pasi¨®n de Goethe por Hafiz, que le llev¨® a escribir el Westlistlicher Diwan e influy¨® en sus ideas posteriores sobre la Weltliteratur
Orientalismo est¨¢ enormemente vinculado a la tumultuosa din¨¢mica de la historia contempor¨¢nea. La primera p¨¢gina, escrita en 1975, comienza con una descripci¨®n de la guerra civil libanesa, que termin¨® en 1990 aunque la violencia y el repugnante derramamiento de sangre prosigue todav¨ªa. Hemos sufrido el fracaso del proceso de paz de Oslo, el estallido de la segunda Intifada y el horrible sufrimiento de los palestinos tras la reinvasi¨®n de Gaza y Cisjordania. Ha surgido el fen¨®meno de los atentados suicidas, con sus espantosos da?os; ninguno tan escabroso y apocal¨ªptico como los del 11-S, a los que siguieron las guerras contra Afganist¨¢n e Irak. Mientras escribo estas l¨ªneas, sigue la ocupaci¨®n imperial ilegal de Irak por parte del Reino Unido y EE UU. Sus consecuencias son demasiado horribles para pensar en ellas. Supuestamente, todo ello forma parte de un choque de civilizaciones, interminable, implacable e irremediable. Pero yo no estoy de acuerdo.
Ojal¨¢ pudiera decir que en EE UU ha mejorado el conocimiento sobre Oriente Pr¨®ximo, los ¨¢rabes y el islam, pero, por desgracia, no es cierto. Por muy diversas razones, la situaci¨®n en Europa parece ser mucho mejor, pero en EE UU, el endurecimiento de las posturas, las generalizaciones despectivas y t¨®picos triunfalistas que se han adue?ado de todo, el predominio de la fuerza bruta unida a un desprecio simplista hacia los disidentes y los "otros", encontr¨® su equivalente en el saqueo y destrucci¨®n de las bibliotecas y los museos iraqu¨ªes. Nuestros dirigentes y sus lacayos intelectuales parecen incapaces de entender que la historia no puede borrarse como una pizarra, para que "nosotros" escribamos en ella nuestro futuro e impongamos nuestras formas de vida a otros pueblos inferiores. Con frecuencia se oye decir a altos cargos de Washington que hay que cambiar el mapa de Oriente Pr¨®ximo, como si se pudiera agitar a unas sociedades tan antiguas y a unos pueblos tan diversos como al grano en un cedazo. Eso es lo que ha ocurrido a menudo respecto a "Oriente", esa construcci¨®n semim¨ªtica que, desde que Napole¨®n invadi¨® Egipto a finales del siglo XVIII, ha sido objeto de incontables recreaciones. En el proceso, quedan eliminados o ignorados los infinitos sedimentos de la historia, con todos sus relatos y abrumadora variedad de pueblos, lenguas, experiencias y culturas; barridos, relegados, al mismo mont¨®n de arena que los tesoros pulverizados y convertidos en a?icos sin sentido que se sacaron de Bagdad.
Creo que la historia la hacen
hombres y mujeres, y que son ellos quienes pueden reescribirla, de modo que "nuestro" Oriente sea aut¨¦nticamente nuestro, que seamos nosotros quienes lo poseamos y lo gobernemos. Y siento gran respeto por la fuerza y talento de los pueblos de la regi¨®n en su lucha a favor de su idea de lo que son y de lo que quieren ser. Ha habido una agresi¨®n tan generalizada y calculada contra las sociedades contempor¨¢neas ¨¢rabes y musulmanas por su atraso, su falta de democracia y su negaci¨®n de los derechos de la mujer que olvidamos que conceptos como modernidad, ilustraci¨®n y democracia no son unas ideas simples ca¨ªdas del cielo. La gigantesca desidia de unos propagandistas vacuos que hablan en nombre de la pol¨ªtica exterior y desconocen el lenguaje de la gente corriente ha creado un paisaje ¨¢rido, listo para que el poder estadounidense construya en ¨¦l un falso modelo de "democracia" de libre mercado. No se necesita hablar ¨¢rabe, persa o franc¨¦s para pontificar que el mundo ¨¢rabe necesita del efecto domin¨® de la democracia.
Hay una diferencia entre el conocimiento de otros pueblos fruto de la comprensi¨®n, la compasi¨®n, el estudio detallado y el an¨¢lisis, y el que forma parte de una campa?a general de autoafirmaci¨®n. La distancia entre la voluntad de comprender por razones de coexistencia y ampliaci¨®n de los horizontes y el deseo de dominar para tener el control es enorme. Una de las grandes cat¨¢strofes intelectuales de la historia ha sido, sin duda, que un peque?o grupo de altos cargos estadounidenses -a los que nadie hab¨ªa elegido- inventara una guerra imperialista contra una dictadura tercermundista semidestruida, por unos motivos puramente ideol¨®gicos relacionados con el dominio del mundo, el control de la seguridad y la escasez de recursos; y que esa guerra la disfrazaran, aceleraran y justificaran unos orientalistas que traicionaron su vocaci¨®n de intelectuales.
Los personajes m¨¢s influyentes en el Pent¨¢gono y en el Consejo de Seguridad Nacional de Bush han sido hombres como Bernard Lewis y Fouad Ajami, expertos en el mundo ¨¢rabe e isl¨¢mico, que ayudaron a los halcones estadounidenses a creer en fen¨®menos tan absurdos como la mentalidad ¨¢rabe y el declive hist¨®rico del islam, que s¨®lo pod¨ªa cambiar el poder de EE UU. Las librer¨ªas estadounidenses est¨¢n hoy llenas de libros sobre el islam y el terror, el islam al descubierto, la amenaza ¨¢rabe, la amenaza musulmana, escritos por polemistas pol¨ªticos que presumen de unos conocimientos adquiridos gracias a unos expertos que, se supone, han entrado en el coraz¨®n de esos extra?os pueblos orientales. Toda esa sabidur¨ªa belicista ha gozado de la compa?¨ªa de la CNN y la Fox, de miles de locutores de radio evang¨¦licos y de derechas, de los diarios sensacionalistas e incluso populares, prontos a utilizar una y otra vez las mismas mentiras sin comprobar y las mismas generalizaciones para agitar a "Am¨¦rica" contra el demonio extranjero.
Sin esa deliberada creaci¨®n del sentimiento de que la gente de esos pa¨ªses no era como "nosotros" ni apreciaba "nuestros" valores -la base del dogma orientalista-, no habr¨ªa habido guerra. Por eso los asesores del Pent¨¢gono y la Casa Blanca forman parte de la misma ¨¦lite de especialistas a sueldo que utilizaron los conquistadores holandeses de Malaisia e Indonesia, los ej¨¦rcitos brit¨¢nicos de India, Mesopotamia, Egipto y ?frica occidental, y los ej¨¦rcitos franceses de Indochina y el norte de ?frica, con los mismos t¨®picos, los mismos estereotipos peyorativos, las mismas justificaciones de la fuerza y la violencia (al fin y al cabo, dice el coro, la fuerza es el ¨²nico idioma que entienden). A ellos se ha unido ahora en Irak todo un ej¨¦rcito de contratistas privados y ¨¢vidos empresarios, a los que se va a confiar todo, desde la redacci¨®n de los libros de texto y la Constituci¨®n hasta la remodelaci¨®n de la vida pol¨ªtica y la industria del petr¨®leo.
Todos los imperios han mante
nido siempre que no son como los dem¨¢s, que sus circunstancias son especiales, que su misi¨®n es educar, civilizar, llevar el orden y la democracia, y que el uso de la fuerza no es sino un ¨²ltimo recurso. Y lo m¨¢s triste es que siempre hay un coro de intelectuales dispuestos a pronunciar frases tranquilizadoras en las que hablan de imperios ben¨¦volos o altruistas.
Veinticinco a?os despu¨¦s de su publicaci¨®n, Orientalismo vuelve a plantear el interrogante de si el imperialismo moderno termin¨® en alg¨²n momento o si existe ininterrumpidamente desde la entrada de Napole¨®n en Egipto hace dos siglos. A los ¨¢rabes y musulmanes les dice que el victimismo y la obsesi¨®n con el imperio depredador no son sino formas de eludir su responsabilidad actual. Hab¨¦is fracasado, os hab¨¦is equivocado, dice el orientalista moderno. ?sa es la contribuci¨®n de V. S. Naipaul a la literatura: decir que las v¨ªctimas del imperio lloran mientras su pa¨ªs se hunde. Pero es una valoraci¨®n muy superficial que no quiere afrontar la realidad de unos a?os en los que el imperio sigue presente en las vidas de los palestinos, los congole?os, los argelinos o los iraqu¨ªes. Pi¨¦nsese en una l¨ªnea que comienza con Napole¨®n, sigue con el ascenso de los estudios orientales y la conquista del norte de ?frica, contin¨²a con aventuras similares en Vietnam, Egipto, Palestina y, a lo largo de todo el siglo XX, con la lucha por el petr¨®leo y el control estrat¨¦gico del Golfo, de Irak, Siria, Palestina y Afganist¨¢n. Pi¨¦nsese en la ascensi¨®n del nacionalismo anticolonial durante el breve periodo de las independencias progresistas, la era de los golpes militares, las rebeliones, las guerras civiles, la lucha irracional y la brutalidad inflexible contra el ¨²ltimo grupo de "nativos". Cada una de estas fases engendra un conocimiento distorsionado del otro, unas im¨¢genes simplistas, unas pol¨¦micas enconadas.
La idea que gu¨ªa Orientalismo
es utilizar la cr¨ªtica human¨ªstica para ampliar los campos de batalla, para introducir una secuencia m¨¢s larga de pensamiento y an¨¢lisis con el fin de sustituir los breves brotes de furia pol¨¦mica y paralizadora que nos aprisionan. Lo que intento hacer es lo que denomino "humanismo", un t¨¦rmino que sigo empleando con terquedad pese al desprecio que les produce a los refinados cr¨ªticos posmodernos. Humanismo quiere decir, ante todo, intentar disolver las esposas mentales de Blake para poder pensar de forma hist¨®rica y racional y lograr un conocimiento reflexivo. Adem¨¢s, se apoya en un sentido de comunidad con otros int¨¦rpretes, otras sociedades y otros periodos: por consiguiente, en t¨¦rminos estrictos, no existe el humanista aislado. Es decir, cada terreno est¨¢ vinculado a los dem¨¢s, y nada de lo que ocurre en nuestro mundo est¨¢ ni ha estado jam¨¢s completamente aislado y libre de toda influencia externa. Debemos hablar de injusticia y sufrimiento en un contexto relacionado con la historia, la cultura y la realidad socioecon¨®mica. Nuestro papel es el de ampliar el ¨¢mbito de discusi¨®n. He dedicado gran parte de los ¨²ltimos 35 a?os a defender el derecho del pueblo palestino a la autodeterminaci¨®n nacional, pero siempre he intentado hacerlo sin dejar de prestar toda la atenci¨®n necesaria a la realidad del pueblo jud¨ªo y sus sufrimientos en persecuciones y genocidios. Lo m¨¢s importante es que la lucha por la igualdad en Palestina/Israel debe encaminarse hacia un objetivo humano, la coexistencia, y no a proseguir con la represi¨®n y el rechazo. No es casual que el orientalismo y el antisemitismo moderno posean ra¨ªces comunes. Por eso es fundamental que los intelectuales independientes proporcionen sin cesar modelos alternativos a las pautas simplificadoras y restrictivas basadas en una mutua hostilidad que dominan en Oriente Pr¨®ximo y otros lugares desde hace tanto tiempo.
Soy un humanista dedicado a la literatura, con edad suficiente como para haberme formado hace 40 a?os en el ¨¢mbito de la literatura comparada, cuyas ideas esenciales se remontan a la Alemania de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Sin olvidar la magn¨ªfica aportaci¨®n creadora de Giambattista Vico, el fil¨®sofo y fil¨®logo napolitano cuyas ideas se adelantaron a pensadores alemanes como Herder y Wolf, a los que siguieron Goethe, Humboldt, Dilthey, Nietzsche, Gadamer y los grandes especialistas del siglo XX en filolog¨ªa rom¨¢nica Erich Auerbach, Leo Spitzer y Ernst Robert Curtius.
La idea de filolog¨ªa sugiere a los j¨®venes de hoy algo muy antiguo y mohoso, cuando, en realidad, la filolog¨ªa es la m¨¢s esencial y creativa de las artes interpretativas. Un ejemplo admirable, a mi juicio, es el inter¨¦s de Goethe por el islam en general y por Hafiz en particular. Pasi¨®n arrebatadora que produjo la composici¨®n del Weststlicher Diwan e influy¨® en sus ideas posteriores sobre la Weltliteratur, el estudio de todas las literaturas del mundo como un conjunto sinf¨®nico en el que pod¨ªa comprenderse te¨®ricamente la individualidad de cada obra sin perder de vista el todo.
Es curioso, pues, comprobar c¨®mo, a medida que el mundo globalizado de hoy se a¨²na del modo en que he mencionado, nos vamos posiblemente aproximando a esa normalizaci¨®n y homogeneizaci¨®n que las ideas de Goethe intentaban precisamente evitar. Erich Auerbach hablaba de ello en Philologie der Weltliteratur, un ensayo publicado en 1951, cuando comenzaban la posguerra y la guerra fr¨ªa. Su gran libro M¨ªmesis, publicado en Berna en 1946 pero escrito durante la guerra, cuando, exiliado, impart¨ªa lenguas rom¨¢nicas en Estambul, pretend¨ªa ser un testimonio de la diversidad y concreci¨®n de la realidad representada en la literatura occidental, desde Homero hasta Virginia Woolf; sin embargo, al leer el ensayo de 1951, da la impresi¨®n de que Auerbach consideraba su gran libro un canto f¨²nebre a una ¨¦poca en que se pod¨ªan interpretar los textos de forma filol¨®gica, concreta, sensible e intuitiva, con una erudici¨®n y dominio de varias lenguas que respaldaran ese conocimiento que Goethe propon¨ªa respecto a la literatura isl¨¢mica.
El conocimiento positivo de las lenguas y la historia era necesario pero nunca suficiente, como la recogida mec¨¢nica de datos nunca era un m¨¦todo apropiado para comprender, por ejemplo, de qu¨¦ hablaba un autor como Dante. El principal requisito para la interpretaci¨®n filol¨®gica que propugnaban e intentaban practicar Auerbach y sus predecesores era entrar en la vida de un texto escrito con comprensi¨®n y de forma subjetiva, desde la perspectiva de su ¨¦poca y su autor (einf¨¹hlung). La filolog¨ªa, aplicada a la Weltliteratur, no implica distanciamiento ni hostilidad hacia una ¨¦poca y cultura diferentes, sino un esp¨ªritu profundamente humanista que se despliega con generosidad y, si se me permite la expresi¨®n, hospitalidad. Es decir, la mente del int¨¦rprete da cabida al "Otro" ajeno. Y ese abrir un hueco a obras ajenas y distantes constituye, precisamente, la faceta m¨¢s importante de su misi¨®n.
Todo esto, por supuesto, qued¨® destruido en Alemania con la llegada del nacionalsocialismo. Despu¨¦s de la guerra, advierte Auerbach con tristeza, la homogeneizaci¨®n de las ideas y la creciente especializaci¨®n del conocimiento fue reduciendo la posibilidad de realizar el tipo de labor filol¨®gica que ¨¦l representaba, investigadora y permanentemente curiosa. A¨²n m¨¢s deprimente es, por desgracia, que, desde la muerte de Auerbach en 1957, tanto la idea como el ejercicio de la investigaci¨®n humanista hayan perdido profundidad e importancia. Hoy, nuestros estudiantes, en vez de leer, en el aut¨¦ntico sentido de la palabra, se distraen con frecuencia por el conocimiento fragmentado al que acceden a trav¨¦s de Internet y los medios de masas.
Y lo que es peor, la educaci¨®n se ve amenazada por las ortodoxias nacionalistas y religiosas difundidas por esos medios que, con un esp¨ªritu ahist¨®rico y sensacionalista, se centran en lejanas guerras electr¨®nicas que dan a los espectadores la sensaci¨®n de precisi¨®n quir¨²rgica y, en realidad, ocultan el horror del sufrimiento y la destrucci¨®n que produce la guerra moderna. Las im¨¢genes de los medios atraen demasiado la atenci¨®n sobre un enemigo desconocido y demonizado al que se aplica la etiqueta de "terrorista", que sirve para mantener a la gente inquieta e indignada, y se puede explotar en momentos de crisis e inseguridad, como en el periodo posterior al 11 de septiembre.
Soy ¨¢rabe y estadounidense y, como tal, debo pedir a mis lectores que no minusvaloren la visi¨®n simplista del mundo formulada por un pu?ado de dirigentes civiles del Pent¨¢gono y para elaborar la pol¨ªtica de EE UU en el mundo ¨¢rabe e isl¨¢mico. Una concepci¨®n en la que las ideas fundamentales son el terror, la guerra preventiva y el cambio unilateral de r¨¦gimen con el apoyo del presupuesto militar m¨¢s inflado de la historia; y as¨ª lo reflejan los debates interminables y empobrecedores en unos medios que se atribuyen el papel de formar unos supuestos "expertos" que sancionan la l¨ªnea general del Gobierno. La reflexi¨®n, el debate, la discusi¨®n racional y el principio moral basado en la secular idea de que los seres humanos deben crear su propia historia se han visto sustituidos por unas ideas abstractas que exaltan el excepcionalismo estadounidense u occidental, denigran la importancia del contexto y miran con desprecio otras culturas. Puede parecer que hago una transici¨®n demasiado brusca entre la interpretaci¨®n humanista y la pol¨ªtica exterior, y que una sociedad tecnol¨®gica moderna que, adem¨¢s de un poder sin precedentes, posee Internet y aviones de combate F-16, debe estar finalmente bajo el mando de expertos estrategas como Rumsfeld o Perle. Pero se ha perdido un sentido de la densidad e interdependencia de la vida, que no puede reducirse a una f¨®rmula ni considerarse irrelevante.
En los pa¨ªses ¨¢rabes y musulmanes, la situaci¨®n no es mucho mejor. Como ha dicho Roula Khalaf, la regi¨®n ha ca¨ªdo en un antiamericanismo f¨¢cil que muestra poco conocimiento de Estados Unidos como sociedad. Como los Gobiernos tienen bastante poca capacidad de influir en la pol¨ªtica estadounidense respecto a ellos, dedican sus energ¨ªas a reprimir a sus poblaciones, y ello genera resentimiento, indignaci¨®n e insultos desesperados que no ayudan precisamente a abrir unas sociedades en las que las ideas seculares sobre la historia y el desarrollo de la humanidad se ven derrotadas por el fracaso y la frustraci¨®n y por un islamismo construido a partir de unos textos aprendidos de memoria y de la eliminaci¨®n de lo que se consideran formas, distintas y rivales, de conocimiento laico. La desaparici¨®n gradual de la extraordinaria tradici¨®n de la ijtihad isl¨¢mica -la interpretaci¨®n personal- es uno de los grandes desastres culturales de nuestro tiempo, y su resultado, la desaparici¨®n del pensamiento cr¨ªtico y del enfrentamiento individual a los problemas del mundo moderno.
Ello no quiere decir que el mun
do cultural haya retrocedido a, por un lado, un neo-orientalismo beligerante y, por otro, un rechazo total. La cumbre mundial de Naciones Unidas celebrada el a?o pasado en Johanesburgo, pese a todas sus limitaciones, revel¨® un vasto campo de inter¨¦s com¨²n que indica la feliz aparici¨®n de un nuevo colectivo que da nueva importancia a la tantas veces superficial idea de "un solo mundo". En cualquier caso, hay que reconocer la dificultad de darse cuenta de la extraordinaria complejidad de la unidad de nuestro mundo globalizado pese a la certeza de que la interdependencia entre sus partes no permite un aut¨¦ntico aislamiento.
Los terribles conflictos, que agrupan a la gente bajo etiquetas falsamente unificadoras como "Estados Unidos", "Occidente" o "islam" e inventan identidades colectivas para grupos de individuos que, en realidad, son muy distintos, no pueden seguir teniendo la misma fuerza , debemos oponernos a ellos. A¨²n disponemos de las facultades racionales e interpretativas que nos dej¨® la educaci¨®n humanista, considerada no como una piedad sentimental que nos insta a regresar a los valores tradicionales o a los cl¨¢sicos, sino como el ejercicio activo de un discurso real, racional y laico. El mundo secular es el mundo de la historia construido por los seres humanos. El pensamiento cr¨ªtico no obedece las ¨®rdenes de unirse a las filas que avanzan contra uno u otro de los enemigos oficiales. En vez de concentrarnos en un artificial choque de civilizaciones, debemos hacerlo en la lenta colaboraci¨®n de unas culturas que se superponen, toman cosas prestadas unas de otras y conviven de formas mucho m¨¢s interesantes que las que permite cualquier conocimiento abreviado o falseado. Pero para adquirir esa percepci¨®n m¨¢s amplia necesitamos tiempo y una curiosidad paciente y esc¨¦ptica, sostenida por la fe en unas interpretaciones comunes a las que no les es f¨¢cil sobrevivir en un mundo que exige la acci¨®n y la reacci¨®n inmediatas.
El humanismo se centra en la acci¨®n de la individualidad humana y de la intuici¨®n subjetiva, y no en unas ideas preconcebidas y en una autoridad asumida. Hay que leer los textos considerando que se redactaron y viven en el ¨¢mbito de la historia y en lo que yo llamo la realidad, con todas sus facetas. Ello no excluye el poder; al contrario, he intentado demostrar que el poder se insin¨²a y se engrana hasta en los estudios m¨¢s rec¨®nditos.
Por ¨²ltimo, y sobre todo, el humanismo es la ¨²nica forma de resistencia -me atrever¨ªa a decir que la definitiva- que tenemos contra las pr¨¢cticas inhumanas y las injusticias que desfiguran la historia. Hoy contamos con la ayuda de algo tan democr¨¢tico y prometedor como el ciberespacio, abierto a los usuarios como no pod¨ªan so?ar todas las anteriores generaciones de tiranos y ortodoxias. Las protestas mundiales antes de que comenzara la guerra de Irak no habr¨ªan sido posibles si no existieran comunidades alternativas en todo el mundo que reciben informaciones alternativas y est¨¢n muy al tanto de los derechos ambientales, los derechos humanos y los impulsos libertarios que nos unen en nuestro peque?o planeta.
? Edward W. Said. 2003.
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