Catalunya y Espanya (a pesar de Aznar)
Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar es opositor por definici¨®n. ?Le han o¨ªdo alguna proclama que no sea opositora? Parece como si desde que ganara las oposiciones a inspector de Hacienda no hubiera parado de ser inspector y opositor.
Durante a?os vivi¨® obsesivamente guiado por el objetivo Gonz¨¢lez. Y desde que se qued¨® sin aquel blanco ha ido afanosamente buscando otros objetivos. Vive en una especie de permanente crisis de ansiedad, buscando enemigos por doquier. Tambi¨¦n en Catalunya, donde, por cierto, m¨¢s all¨¢ de la obsesi¨®n por Maragall, en Pujol ha encontrado el ideal: ?un enemigo con el que estar de acuerdo en serlo! Se pusieron de acuerdo en odiarse educadamente, como buenos aliados. Casi han transcurrido ocho a?os de ello y han conseguido parar el reloj de la historia hasta extremos inauditos.
Espa?a va bien, Catalunya va bien. Y sin embargo, nunca hab¨ªamos estado tan cerca del desastre. Ya se sabe, es cuando todo va bien que suceden las cat¨¢strofes.
En realidad lo que sucede es que el complejo de pa¨ªs inviable hab¨ªa calado tan hondo en nosotros que la normalidad se ha convertido en obsesi¨®n o man¨ªa. No hay propuesta de futuro, no hay iniciativa de cambio, incluso las m¨¢s bienintencionadas iniciativas amigables y cautelosas, que no despierten una inmediata desconfianza, una instintiva elevaci¨®n de cejas, un encogimiento de ombligo de consecuencias paralizantes.
Aznar y Pujol han llegado al extremo, muy humano por otra parte, de querer gobernar como presidentes, pero marcharse como reyes, coronando al sucesor -no fuera que algo cambiase-.
Y los ciudadanos de este pa¨ªs, temerosos, no por naturaleza pero s¨ª por historia, est¨¢n tan convencidos por esos se?ores de ser un sujeto peligroso. Ingobernable y explosivo, que, sin hacerles caso, porque no se lo van a hacer, parecen, a pesar de todo, como asustados de lo que pueda suceder... ?qu¨¦ haremos sin un buen enemigo?
Machado sigue vigente cuando en realidad ya no deber¨ªa hacer falta, porque su advertencia cari?osa pretend¨ªa, seguro, tener efectos: el espa?olito que viene al mundo ya no tiene quien le hiele el coraz¨®n. S¨ª persiste, en cambio, la amenaza de ETA. Pero ETA, que sigue matando -fiel tambi¨¦n a una maldici¨®n divina- ya no tiene otro sentido -otra explicaci¨®n- que el de ser hija de una inercia est¨²pida, que sigue viva tambi¨¦n en Irlanda del Norte pero no recibe de sus gobiernos, que consiguieron tenazmente la tregua, m¨¢s atenci¨®n que la necesaria para evitar grandes males, pero nunca un exceso de presencia p¨²blica: se les relega a la secci¨®n de sucesos, como ocurre en C¨®rcega. Esos malvados no merecen otra cosa.
Quiz¨¢ hoy deber¨ªamos alzar la voz para decir ?Espa?a despierta, Catalunya despierta! Olvidad a esos redentores que han administrado sabiamente vuestro mutuo rencor pero que se convierten, al final de su trayectoria, en un peligro cierto y, pretendiendo sucederse a s¨ª mismos, aunque sea por persona interpuesta, quieren cerrar la puerta a lo que tenemos al alcance de la mano, que es la Espa?a consciente de su intr¨ªnseca pluralidad. Catalunya no pide m¨¢s; pero esto, no es que lo exija, es que lo propone de manera a la vez afectuosa y terminante. Basta ya, en efecto, de odios menores, de peleas de barrio mal resueltas.
Espa?a debe entender, y Catalunya en primer lugar, que quedarse a medias, ser cautelosos, y admitir el mal menor de una conllevancia educada -la de Ortega desde Castilla y la de Pujol desde Catalunya- no es s¨®lo insuficiente sino enormemente peligroso, porque debe convivir, con un sentimiento de profunda ignorancia mutua y aun desprecio, sembrados por los siglos de los siglos.
La verdad es que Catalunya ve lo que est¨¢ sucediendo en Madrid con espanto, pero no con sorpresa. Madrid se ha separado de Espa?a. Ha entrado, en la ¨¦poca Aznar, en una espiral loca, en una huida hacia adelante, en una persecuci¨®n desmesurada de riqueza y poder. Como dijo Aza?a (y nos recuerda J. M. Ridao) "partiendo de una idea de Espa?a, Madrid se obtiene por pura deducci¨®n". De modo que el Madrid de hoy ser¨ªa la deducci¨®n l¨®gica de la idea aznariana de Espa?a. ?Y as¨ª nos va! Aunque yo creo m¨¢s bien que el Madrid pol¨ªtico actual ha dado la espalda a Espa?a, se ha marchado, tiene la cabeza en otro lugar y va a tener que ser ignorado primero y redimido despu¨¦s por los pueblos de Espa?a que menciona la Constituci¨®n.
Lo ¨²ltimo que me faltaba o¨ªr es el lamento de la ministra sobre el calor y las muertes que ha producido. "?Calor?", dijo, "en el ministerio no ha entrado ning¨²n escrito de queja". Vive este Gobierno en un limbo dorado en el que "Espa?a va bien porque a m¨ª no me han enviado ninguna instancia en forma diciendo lo contrario". Algo muy malo habremos hecho para merecernos esa inocencia zafia que nos gobierna. No se han enterado de que la gente no se relaciona con el Gobierno para esas cosas, que el botell¨®n del barrio de Malasa?a no debe arreglarlo el Gobierno y que el mejor alcalde no es el rey, sino el vecino elegido. Madrid est¨¢ en Babia, en el siglo XVIII todav¨ªa, pol¨ªticamente hablando. Estamos en una regresi¨®n a la infancia.
La tentaci¨®n de la separaci¨®n educada de la Espa?a que este Madrid representa, para los catalanes, gana adeptos, qu¨¦ duda cabe. Sin embargo Catalunya s¨ª est¨¢ curada de quimeras. Y lo que va a hacer ahora es una propuesta sensata, un llamamiento cordial a lo m¨¢s sano de la Espa?a moderna, a la Espa?a de los pueblos que consagra la Constituci¨®n, para emprender el segundo cuarto de siglo de la democracia con paso firme y decidido.
Los catalanes queremos estar en el puente de mando de Espa?a, dibujar una Espa?a no radial y centr¨ªpeta, sino en red, como exigen los c¨¢nones del d¨ªa, una Espa?a plural que imponga al Madrid de hoy (con su arrabal de Marbella incluido) un m¨ªnimo de sensatez compartida.
Catalunya intuye, y Espa?a, con Madrid delante, debe comprender, que estamos en Europa a todos los efectos, que nuestra soberan¨ªa es ya compartida con Europa, que las fronteras est¨¢n desapareciendo -como he comprobado d¨ªas atr¨¢s en Irlanda del Norte, pasando, sin nada perceptible que lo indicara, tres veces al d¨ªa entre el Reino Unido y la Rep¨²blica de Irlanda-; debemos comprender que nuestros inmigrantes entran por el aeropuerto de Schipol, en Amsterdam, m¨¢s que en pateras por el Estrecho, y que en consecuencia decirle a Catalunya o a Extremadura que no formen regiones econ¨®micas con el sur de Francia y el sur de Portugal resulta c¨®mico.
El eje Madrid-Barcelona es real como la vida misma. La competencia entre esos dos polos es un hecho que debemos admitir con la misma naturalidad con que deber¨ªamos aceptar su complementariedad. No s¨®lo aceptarla: construirla.
El eje mediterr¨¢neo, de Almer¨ªa a Montpelier, el eje cant¨¢brico, desde Hendaya a La Coru?a, el eje del valle del Ebro, el de Bilbao a Barcelona -ejes los tres inexistentes en la Espa?a de Aznar y en sus infantiles dibujos de la alta velocidad entre Madrid y cada una de las capitales de provincia- pasar¨¢n pronto a ser prioridades en una Espa?a liberada del simplismo aznariano.
Pero quiz¨¢s lo que hace falta para llegar aqu¨ª es que el pueblo se atreva a decirle no a sus fantasmas, que venza su temor y env¨ªe a Aznar a la oposici¨®n, no al retiro. Nos hace falta la determinaci¨®n, el impulso, la autoconfianza y hasta la alegr¨ªa de un pueblo que ponga a los culpables del atasco en su sitio. Es por eso que deber¨ªamos sugerirle a Aznar que se quedara. Para que los espa?oles se pudieran permitir la satisfacci¨®n de mandarle democr¨¢ticamente de nuevo a la oposici¨®n. A su estado natural de opositor.
Pasqual Maragall es presidente del PSC.
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