Haroldo de Campos, uno de los grandes poetas
Me entero por el diario EL PA?S de que ha muerto Haroldo, el ¨²nico Haroldo posible. Nadie me dijo que estaba tan enfermo. S¨ª, sab¨ªa que ten¨ªa diabetes y viv¨ªa con sobrepeso. Pero para m¨ª, Haroldo era uno de los inmortales. Le conoc¨ª hace a?os, aqu¨ª, en Londres, cuando visitaba con gran recocijo la colonia cultural que ten¨ªan Caetano Veloso y Gilberto Gil. Nos re¨ªamos mucho a pesar de que ten¨ªa una pierna enyesada y se mov¨ªa con dificultad. Fuimos a visitar a "los muchachos" en su guarida de Chelsea y all¨ª Haroldo estaba a sus anchas, y aunque no era Navidad, Haroldo parec¨ªa una versi¨®n brasile?a de Santa Claus, y es que era el regalo de s¨ª mismo.
Luego vino a visitarme varias veces y hablamos de un tema inagotable entre nosotros: la traducci¨®n y sus consecuencias. Hablamos de lo poco y lo mucho del inter¨¦s por las traducciones y me asegur¨® que no le interesaban los best sellers. "?Estar¨ªa m¨¢s c¨®modo con un worst seller?". Lo cierto es que nos re¨ªamos bastante. Pero a m¨ª ya me preocupaba mucho la gordura creciente de Haroldo. Tambi¨¦n le preocupaba a Emir Rodr¨ªguez Monegal, el cr¨ªtico uruguayo, un amigo com¨²n de entonces, que hace a?os que est¨¢ muerto. Haroldo era un inmortal. Es as¨ª que he recibido con sorpresa la noticia de su muerte.
La ¨²ltima vez que nos vimos fue en S?o Paulo, en un homenaje que organizaron -?con qui¨¦n si no?- Caetano Veloso y Gilberto Gil. Haroldo, de animador de la cultura, estaba regocijado y al mismo tiempo asombrado de lo que ¨¦l calificaba como su poder de convocatoria: hab¨ªa en el auditorio m¨¢s de dos mil j¨®venes que ven¨ªan, estaba claro, por Caetano y por Gilberto, pero que estaban pendientes del discurso, siempre generoso y biling¨¹e, de Haroldo.
Ahora, la noticia de su muerte me coge desprevenido y como hu¨¦rfano: ser¨¢ dif¨ªcil encontrar a otro hombre tan generoso en su conversaci¨®n y tan sabio y trascendental en su cultura. Mi homenaje, aunque tard¨ªo, no debe ser menos sentido. La cultura de S?o Paulo, la cultura de Brasil, la cultura en general, no ser¨¢ la misma sin la presencia de Haroldo, voluminoso y sensible y dadivoso. El recuerdo es, por vivo, doloroso y permanente.
Pero hay que recordarlo vivo y con risas, como las que le asaltaban cada vez que me hac¨ªa leerle el principio de Tres tristes tigres, ¨¦se que habla de un Brasil digno de Carmen Miranda. Nada lo hac¨ªa re¨ªrse tanto.
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