El cuarto escondite
Est¨¢ usted sentado con el doctor Dudai en la terraza del Caf¨¦ Dor¨¦, acab¨¢ndose la raci¨®n de alitas. Dudai est¨¢ escribi¨¦ndole una f¨®rmula secreta en una servilleta de papel. De pronto, el doctor levanta la vista y ve aproximarse a los peligrosos hermanos Fox. "R¨¢pido, esconda esta f¨®rmula", le dice mientras sale huyendo a toda velocidad. Y ah¨ª se queda usted con la servilleta en la mano mientras los Fox se acercan a su mesa con esa pinta de bestias que les caracteriza. Tiene usted exactamente tres segundos para esconder la f¨®rmula secreta. ?Qu¨¦ hace?
La primera posibilidad es dejar la f¨®rmula donde est¨¢, en su mano izquierda, agarrar con la derecha el salero y met¨¦rselo r¨¢pidamente en el bolsillo de la camisa. Los Fox habr¨¢n visto sus precipitados movimientos y creer¨¢n que lo que usted pretende ocultar, sea lo que sea, est¨¢ en el bolsillo de su camisa. Le quitar¨¢n el salero y se largar¨¢n al laboratorio a analizarlo.
Pero tal vez los Fox sepan que lo que deben buscar es una f¨®rmula escrita en un papel. Entonces lo del salero no vale. S¨®lo le quedan dos segundos, pero usted es r¨¢pido y se le ocurre otra idea: utilizar la f¨®rmula secreta para limpiarse la boca, hacerla un gurru?o y tirarla al plato con los restos de las alitas de pollo. S¨ª, eso podr¨ªa funcionar. Pero ?y si llega en ese momento el camarero y le retira el plato? No va a decirle usted "oiga, oiga, deje ese plato aqu¨ª porque es que soy completamente idiota y me encanta estar rodeado de huesos de alitas y servilletas grasientas". Vamos, hasta los Fox sospechar¨ªan.
S¨®lo queda un segundo, pero hay una tercera posibilidad, esta vez inspirada en el famoso experimento de Don Simons, de la Universidad de Cornell (Psycological Science, 7:301). Dos estudiantes est¨¢n hablando en el c¨¦sped de la Facultad. Cuando la conversaci¨®n est¨¢ en lo mejor, dos empleados de mantenimiento -digamos Pepe Gotera y Otilio- pasan por medio con una puerta enorme. Uno de los estudiantes, que estaba conchabado con el doctor Simons, se larga escondido tras la puerta, y es sustituido por un tercer estudiante que hab¨ªa venido escondido en el mismo sitio. Finalizada la interrupci¨®n, el estudiante pardillo sigue hablando con su compa?ero como si nada hubiera pasado. ?Por incre¨ªble que parezca, casi nadie se da cuenta del cambiazo! Usted podr¨ªa hacer lo mismo y largarse con Pepe Gotera y Otilio (y la f¨®rmula, claro) mientras Don Simons se queda en la mesa de la terraza para recibir los golpes de los hermanos Fox. Brillante, pero no se puede organizar en un segundo.
Su tiempo se ha acabado. Los Fox ya est¨¢n en su mesa y le han quitado la f¨®rmula. Pero tal vez no todo est¨¦ perdido. El neurobi¨®logo Yadin Dudai, del Instituto Weizmann de Rehovot (Israel), public¨® la semana pasada el truco que puede salvarle (Science, 301:1102). El equipo de Dudai hab¨ªa ense?ado a las ratas de su laboratorio a asociar cierto sabor con un molesto dolor de tripas. Las ratas son muy buenas memorizando sabores y, cuando ¨¦stos se asocian a una experiencia desagradable, el recuerdo permanece consolidado durante el resto de su vida. Pero hay una forma de borrarlo: se le ofrece a la rata el sabor en cuesti¨®n y, en el momento exacto en que el animal est¨¢ sacando ese recuerdo del archivo, se le da una droga llamada anisomicina. El recuerdo, pillado por sorpresa al asomar la gaita, queda entonces suprimido para los restos.
La f¨®rmula que Dudai le hab¨ªa escrito en la servilleta era la de la anisomicina, por supuesto. Los Fox le quitan la servilleta, se van al laboratorio, sintetizan la anisomicina y la prueban para ver a qu¨¦ sabe. De inmediato, se olvidan de usted y de la maldita f¨®rmula.
Bien, empec¨¦ esta serie de art¨ªculos con una receta para implantar falsas memorias en el cerebro, y me parec¨ªa de justicia terminar con otra para borrar las verdaderas. Feliz invierno interior.
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