La hormiga
?ngel Gonz¨¢lez le quit¨® a la mesa las migas de pan para escenificar sobre el mantel el gesto de la hormiga que tocaba sonatas de Bach. En un momento sublime de su vida, el condenado a muerte de la historia que el poeta estaba contando hall¨® la compa?¨ªa de una hormiga sabia capaz de tocar un viol¨ªn diminuto, de hablar con conocimiento de causa de las obras m¨¢s abstrusas de Immanuel Kant y de poner orden en la celda oscur¨ªsima de la prisi¨®n donde aquel hombre aguardaba la claridad de la muerte. El condenado pasaba los d¨ªas escuchando con qu¨¦ valor musical la hormiga dominaba el viol¨ªn y departiendo con ella cuando las luces interiores le devolv¨ªan la oscuridad y el silencio de la nada. Pero un d¨ªa, fatalmente, aquella uni¨®n deb¨ªa quebrarse: el condenado recibi¨® un indulto que le devolv¨ªa a la calle. "?Para qu¨¦?", se dijo, "?c¨®mo volver a la calle y dejar atr¨¢s la compa?¨ªa tan sabia de esta hormiga?".
La hormiga le entendi¨® el gesto y le alivi¨® el futuro: ella le podr¨ªa acompa?ar, le har¨ªa rico, pues cultivaba como nadie en el mundo artes que no le eran asequibles a insecto alguno. As¨ª que podr¨ªa actuar en lugares p¨²blicos, hacerle a ¨¦l c¨¦lebre y requerido. El hombre de la hormiga. El hombre meti¨® la hormiga en su chaqueta y con ella deambul¨® hasta que entr¨® en un bar ruidoso del centro de la ciudad; creo que ?ngel dijo que era Par¨ªs. All¨ª pidi¨® un whisky y, mientras escuchaba los rumores de la libertad, deposit¨® a la hormiga sobre el mostrador de madera y la incit¨® a tocar el viol¨ªn ante una concurrencia m¨¢s pendiente del ruido que del arte. Decepcionado por una recepci¨®n tan poco adecuada a los m¨¦ritos de la hormiga, quiso al menos requerir la atenci¨®n del camarero, le hizo una se?a con la mano y se dirigi¨® a ¨¦l, obsequioso y amable: "?Se ha fijado usted en esta hormiga?". Y el camarero, amable pero contundente, levant¨® su dedo gordo hasta aplastar a la hormiga mientras dec¨ªa: "Ah, perd¨®n, se?or, estos insectos".
Cuando ?ngel apret¨® su propio dedo contra la mesa, al acabar su historia, todos sentimos que en la superficie del mantel en lugar de migas de pan hab¨ªa todav¨ªa una hormiga tocando el viol¨ªn, en solitario.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.