Soledades
Siete semanas en una habitaci¨®n del Hospital General de Alicante, aliviando las noches de un paciente al que quiero como a mi propia vida, dan mucho de s¨ª. He visto, o¨ªdo, sentido en la piel, en la lengua, en medio del costado, en la garganta y en las sienes el latido m¨¢s triste, la respiraci¨®n tortuosa de la vida debajo de una m¨¢scara de ox¨ªgeno. He visto llegar a decenas de enfermos a esta s¨¦ptima planta; algunos en la dura soledad de una camilla, vulnerables, expuestos luego a la suerte de una habitaci¨®n compartida, pero siempre en soledad, sin la visita de nadie que les abrace alguna vez, tan s¨®lo eso, cuando la morfina no es del todo suficiente y la noche se anuncia larga e implacable. Hace unas semanas le¨ª lo de las miles de v¨ªctimas mortales por el calor estival, pero no fue eso lo que llam¨® mi atenci¨®n. Lo que me abri¨® los ojos de golpe fue el escalofriante n¨²mero de hombres y mujeres que han muerto en el m¨¢s absoluto olvido, sin que ning¨²n familiar reclame sus restos, su memoria, la vida que se les fue.
El tema de la soledad en una sociedad y en un tiempo en los que se ha conseguido vivir m¨¢s y mejor sigue siendo una lacra, pero en el caso de los enfermos abandonados a su suerte adquiere una agresividad determinante que he podido apreciar muy de cerca estos d¨ªas. Lo denunciaba espl¨¦ndidamente C¨¦sar Gavela el pasado martes, aunque el drama de la soledad exige miles de columnas como ¨¦sta, golpes bajos contra la deshumanizaci¨®n de un mundo presuntamente civilizado que tolera crueldades de este tipo. Enrique muri¨® hace ocho d¨ªas en la 755. Se lo llevaron de madrugada, aprovechando la penumbra del pasillo y la calma enga?osa del ¨¢rea de oncolog¨ªa antes del amanecer. Nadie vino a verle en sus ¨²ltimas semanas, tampoco a otros pacientes que s¨®lo reciben la bendici¨®n sanitaria de las enfermeras, la dosis paliativa de quimio o el parche que les mitigue la angustia. La soledad, sin embargo, carece de remedio farmacol¨®gico. Infecta las heridas y progresa, lenta y sigilosa, por esos organismos que se extinguen sin nadie, bajo una bolsa de suero que, gota a gota, recuerda nuestro innoble trascurso hacia la nada.
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