Esa fantas¨ªa llamada Cuba
En un pasaje de su novela Memorial del convento, Jos¨¦ Saramago transcribi¨® el di¨¢logo imaginario entre Domenico Scarlatti y el cura portugu¨¦s Bartolomeu de Gusmao. "Para que los hombres puedan ce?irse a la verdad, tendr¨¢n primero que conocer los errores y practicarlos", dec¨ªa el m¨²sico. "Pero as¨ª no est¨¢ el hombre libre de creer abrazar la verdad y hallarse ce?ido por el error", replicaba el sacerdote. La conversaci¨®n parec¨ªa estancarse en un callej¨®n sin salida, ya que mientras el artista reclamaba la necesidad del cambio y la duda, del aprendizaje y la rectificaci¨®n, el religioso, lo mismo que un ide¨®logo o un pol¨ªtico autoritario, suscrib¨ªa el apego al dogma y la lealtad sin fisuras.
Como el Scarlatti de su novela, Jos¨¦ Saramago es un escritor que se atreve a corregir sus posiciones p¨²blicas. Su "hasta aqu¨ª he llegado" de la pasada primavera revela la voluntad de cancelar esa transacci¨®n simb¨®lica por la cual un segmento autoritario de la izquierda occidental, empe?ado en proteger el mito de la Revoluci¨®n Cubana, oculta sus cr¨ªticas al Gobierno de Fidel Castro. La evidencia de que aquella revoluci¨®n fue una cosa -un profundo cambio social que trajo equidad e independencia a la ciudadan¨ªa de la isla- y el Gobierno cubano es otra -un r¨¦gimen totalitario que niega derechos civiles y pol¨ªticos elementales a la poblaci¨®n- bastar¨ªa para cuestionar esa moratoria del juicio que La Habana impone a sus feligreses en el mundo.
El deslinde de Saramago, tajante como la propia l¨®gica de lealtad que establece el castrismo, es el cap¨ªtulo m¨¢s reciente de una larga historia de encuentros y desencuentros entre Cuba y la izquierda occidental. Quien inaugur¨® esa tradici¨®n de "utop¨ªa y desencanto", como dir¨ªa Claudio Magris, fue Jean Paul Sartre en su viaje a la isla a principios de 1960. Sartre lleg¨® a La Habana con aquella misi¨®n de "pensar contra s¨ª mismo", de "romperse los huesos de la cabeza", tan propia del complejo de culpa poscolonial con que el pensamiento europeo y norteamericano se asoma a Am¨¦rica Latina. Y encontr¨® precisamente lo que sus ojos buscaban: una comunidad org¨¢nica, regida por una misteriosa voluntad un¨¢nime, que la hac¨ªa avanzar hacia metas concretas (alfabetizaci¨®n, reforma agraria, paredones, "lucha contra bandidos") y que respond¨ªa a coro a la voz de un l¨ªder joven y hermoso. Fidel aparece en aquellas notas de Sartre para France-Soir como un ¨¢ngel pante¨ªsta: "Lo es todo a la vez, la isla, los hombres, el ganado, las plantas y la tierra..., ¨¦l es la isla entera".
La vasta cultura filos¨®fica de Sartre parec¨ªa reducirse, entonces, al Rousseau del Contrato Social. Las p¨¢ginas finales de Hurac¨¢n sobre el az¨²car fundan la literatura ut¨®pica sobre la Revoluci¨®n Cubana en Occidente. All¨ª se habla del "Rambouillet Cubano", de "El Dorado" insular -la Ci¨¦naga de Zapata que ser¨ªa desecada para cultivar arroz y construir el "lugar tur¨ªstico m¨¢s bello del mundo"- y se describe un discurso de Fidel Castro como un acto de perfecta comuni¨®n pol¨ªtica entre el caudillo y el pueblo, en el que ha desaparecido ya cualquier vestigio de democracia representativa: "Sola, la voz, por su cansancio y su amargura, por su fuerza, nos revelaba la soledad del hombre que decid¨ªa por su pueblo en medio de quinientos mil silencios". La nueva vida cubana era, seg¨²n Sartre, "alegre y sombr¨ªa", ya que el car¨¢cter ut¨®pico de la isla estaba determinado por la "angustia" de la "amenaza extranjera", por el gesto de enfrentarse a Estados Unidos en nombre de la humanidad.
Antes de la Revoluci¨®n, la imagen de Cuba en Occidente carec¨ªa de "ese rostro de sombra", de esa solemnidad ut¨®pica. Cuba no era entonces una utop¨ªa, sino una alegre fantas¨ªa de la imaginaci¨®n occidental. Fantas¨ªa tur¨ªstica, construida por el venero ex¨®tico de sus montes y playas, de sus mujeres y hombres tostados y sensuales, de sus casinos y hoteles, y asegurada por una moderna econom¨ªa de servicio que impulsaron la mafia y el capital norteamericanos. ?sa es la imagen que recorre la avenida del Puerto, con sus bares y prost¨ªbulos, con sus esquinas peligrosas y pasillos l¨²gubres, en Tener y no tener de Hemingway, y la que aparece como tel¨®n de fondo de las peripecias de Wormold, el falso esp¨ªa brit¨¢nico de Nuestro hombre en La Habana: bares y clubes lujosos, proxenetas de m¨²ltiples burdeles, vendedores de postales pornogr¨¢ficas, calles estrechas, atestadas de Chevrolets, Fords y Chryslers.
En los ¨²ltimos a?os, Cuba comienza a dejar de ser percibida como lugar de utop¨ªa social y recupera su vieja estampa de fantas¨ªa er¨®tica. En su novela Ravelstein (2000), por ejemplo, Saul Bellow describe esos ej¨¦rcitos de turistas europeos que, cada verano, pasan dos semanas en exclusivas playas cubanas y se "llevan la impresi¨®n de que los americanos lo han embarullado todo y de que Castro se merece el apoyo de escandinavos y holandeses independientes e inteligentes". Los personajes de Plataforma (2001), de Michel Houellebecq, son unos parisienses interesados en montar una agencia de turismo sexual, que realizan viajes exploratorios a para¨ªsos er¨®ticos como Tailandia y Cuba. En Baracoa y Guardalavaca, al oriente de la isla, estos ingenieros del placer conversan con nativos que reiteran el mismo lamento: "Pobre pueblo cubano, ya no tiene nada que vender, salvo sus cuerpos".
As¨ª como aquella imagen moderna y sensual de los cincuenta tuvo su confirmaci¨®n literaria nacional en Tres tristes tigres y La Habana para un infante difunto, de Guillermo Cabrera Infante, la actual imagen de decadencia er¨®tica encuentra su corolario en las novelas de Pedro Juan Guti¨¦rrez y Zo¨¦ Vald¨¦s, en las cr¨®nicas y ensayos de Ra¨²l Rivero y Antonio Jos¨¦ Ponte, en los filmes de Juan Carlos Tab¨ªo y Fernando P¨¦rez. Lo curioso es que el Gobierno de Fidel Castro, en vez de combatir ese imaginario, lo aprovecha dentro de un discurso pol¨ªtico, sumamente estereotipado, en el que la pobreza y el sexo, el placer y la miseria se entrelazan en una eficaz ideolog¨ªa tur¨ªstica. El cartel de propaganda del "Mart¨ª Mojito", la nueva bebida oficial ("aut¨¦ntico licor de ron", "the soul of Cuba"), resume claramente este mensaje: varias escenas de las cuatro posibles parejas ¨¦tnicas y sexuales (un cubano y una turista, un turista y una cubana, un cubano y un turista y una turista y una cubana) y el siguiente texto: "The Revolution will start at Happy Hour".
La actual fantas¨ªa cubana carece del glamour de la Rep¨²-
blica y de la solemnidad de la Revoluci¨®n, pero contiene, en el sentido de Slavoj Zizek, un doble mensaje pol¨ªtico. Cuba es una peque?a naci¨®n alegre y er¨®tica que se descompone socialmente, una comunidad comunista y virtuosa que se corrompe moralmente. ?V¨ªctima de qui¨¦n? De Estados Unidos, seg¨²n el Gobierno de la isla. De Fidel Castro y su r¨¦gimen, seg¨²n la oposici¨®n cubana. La fantas¨ªa cumple, pues, la funci¨®n de un llamado de auxilio a Occidente, una solicitud de rescate o, simplemente, de compasi¨®n, que lo mismo puede ser usada por el Gobierno cubano para perpetuarse en el poder que por sus opositores para propiciar la transici¨®n democr¨¢tica. Es, en suma, la fantas¨ªa pol¨ªtica de un pa¨ªs poscomunista en el Caribe.
Medio siglo despu¨¦s del estallido de una revoluci¨®n moralista, que se propuso corregir los malos h¨¢bitos "neocoloniales" del pasado burgu¨¦s -el juego, la prostituci¨®n, el privilegio, la frivolidad-, la imagen tur¨ªstica de Cuba resurge, como moda siniestra, en la pol¨ªtica simb¨®lica del castrismo tard¨ªo. Los hijos de aquella burgues¨ªa derrotada y despose¨ªda, como Consuelo Castillo, la hermosa cubanoamericana de la novela Animal moribundo (2002), de Philip Roth, sienten que la historia se vuelve una pesadilla ante sus ojos, cuando ven, por CNN o ABC, esas elegantes fiestas de fin de a?o en el cabaret Tropicana, con centenares de burgueses europeos, norteamericanos y canadienses, en una perfecta simulaci¨®n del pasado, en un festejo perverso de la continuidad republicana. El gran final de la Revoluci¨®n, dice Roth, es una burla, una farsa, un espect¨¢culo sensual que remeda el encanto del antiguo r¨¦gimen: "Una alocada celebraci¨®n de nadie sabe qu¨¦".
Rafael Rojas es escritor y ensayista cubano, codirector de la revista Encuentro.
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