La Estrategia de Seguridad Nacional, un a?o despu¨¦s
El mundo centr¨® su atenci¨®n la semana pasada en los acontecimientos del 11 de septiembre, las Torres Gemelas, el Pent¨¢gono, el campo de Pensilvania y Al Qaeda. Mientras tanto, otro aniversario -diferente, pero relacionado- merece tambi¨¦n reflexi¨®n, porque hace un a?o (17 de septiembre de 2002) que el Gobierno de Bush emiti¨® su ya famoso documento titulado "La Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos de Am¨¦rica". Estaba pensado para convertirse en declaraci¨®n clara y global de la pol¨ªtica estadounidense posterior a la guerra fr¨ªa y al 11-S, algo que anticipara futuras amenazas y abarcara todas las contingencias. Doce meses despu¨¦s -y ¨¦ste ha sido con toda probabilidad uno de los periodos de doce meses m¨¢s turbulentos de la historia contempor¨¢nea- parece un buen momento para realizar una evaluaci¨®n provisional. La Estrategia de Seguridad Nacional era en algunas partes sorprendentemente hol¨ªstica, dada la opini¨®n generalizada en los medios de comunicaci¨®n mundiales de que el Gobierno de Bush ten¨ªa un programa restringido, unilateralista y militar. Hablaba de tendencias mundiales urgentes como el deterioro del medio ambiente, las presiones demogr¨¢ficas y migratorias, el aumento de la pobreza y los ataques contra los derechos humanos. Y prestaba tributo a la necesidad de trabajar con las organizaciones internacionales, y a trav¨¦s de ellas, para solucionar esas crisis.
Pero si los pasados doce meses sirven de indicaci¨®n, tendr¨ªamos que concluir que el documento es m¨¢s un mecanismo ret¨®rico que un serio compromiso con la acci¨®n. Ciertamente, tenemos la bien recibida solicitud hecha por la Casa Blanca de miles de millones de d¨®lares adicionales para combatir el sida en ?frica (una cantidad que el Congreso va a reba?ar); y tambi¨¦n es cierto que Estados Unidos est¨¢ pagando ahora su contribuci¨®n anualmente calculada a Naciones Unidas. Pero tanto el Gobierno de Bush como el Congreso siguen desconfiando neur¨®ticamente de cualquier acuerdo, organismo u operaci¨®n de car¨¢cter internacional que pudieran poner trabas a la preciosa "soberan¨ªa" estadounidense. Y sus contribuciones a la ayuda para el desarrollo exterior, respecto al porcentaje de su producto interior bruto, siguen siendo las m¨¢s bajas de todos los pa¨ªses avanzados. Puede que la "partitura musical" de la Estrategia de Seguridad Nacional ofrezca una melod¨ªa para el mundo, pero la banda nacional cambia de tono.
Por supuesto, Estados Unidos no es el ¨²nico pa¨ªs cuyo Gobierno dice una cosa y hace otra. Si tuvi¨¦ramos que crear un ?ndice Mundial de Hipocres¨ªa -similar al ?ndice Mundial de Competitividad y al ?ndice Mundial de Corrupci¨®n-, Estados Unidos estar¨ªa probablemente a la mitad de la escala, muy por debajo de China, Rusia, Arabia Saud¨ª, Francia, Libia, Corea del Norte y otros competidores. Pero es una pena que la mayor potencia del mundo exhiba una divergencia tan conspicua entre la palabra y los actos, y especialmente lamentable cuando su presidente proclama que el "estilo americano" es el mejor modelo para el ¨¦xito nacional. Cualquier familiar de Maquiavelo y de otros realistas (Bismarck o Kissinger, por ejemplo) sabr¨¢ que tales afirmaciones son un error habitual. Las grandes potencias deben a menudo cometer actos desagradables y aceptar compromisos inc¨®modos.
Otros aspectos de la Estrategia Nacional de Seguridad parecen, en retrospectiva, mucho m¨¢s cuestionables. En primer lugar est¨¢ la afirmaci¨®n de que la intenci¨®n de Estados Unidos es mantenerse en la medida de lo posible tan por delante de cualquier posible rival que aspire a la hegemon¨ªa mundial como para que a ¨¦ste le resulte absurdo pensar siquiera en presentar el desaf¨ªo. Esta pol¨ªtica es a un tiempo comprensible y reconocible. Al fin y al cabo, a lo largo de todo el siglo XIX, la Armada brit¨¢nica decidi¨® mantener una flota que igualara al menos a las de las dos siguientes armadas juntas. A otros pa¨ªses no les gustaba eso, pero tampoco quer¨ªan soportar la carga econ¨®mica necesaria para contrarrestar esa hegemon¨ªa. Lo mismo ocurre hoy en d¨ªa con Estados Unidos. Pero la ambici¨®n de mantenerse perpetuamente en primera posici¨®n comporta una serie de problemas. Dado que ninguna otra naci¨®n o entidad pol¨ªtica puede permitirse el gastar 400.000 millones de d¨®lares anuales en sus fuerzas militares, como hace Estados Unidos, sus enemigos y rivales recurrir¨¢n a medios de agresi¨®n asim¨¦tricos. Los atentados de Al Qaeda en 2001, y las emboscadas por sorpresa que sufren las tropas estadounidenses en Irak y en Afganist¨¢n, son ejemplos evidentes de ello. Cuanto m¨¢s dinero meta el Pent¨¢gono en nuevos cazabombarderos, m¨¢s optar¨¢n sus enemigos por una guerra clandestina irregular.
Y aunque es posible que potencias en ascenso como China e India no intenten luchar contra Estados Unidos en mar abierta, s¨ª podr¨ªan -llevados por el resentimiento hacia la hegemon¨ªa estadounidense- sentir la necesidad de fabricar sistemas de misiles de medio y largo alcance m¨¢s avanzados para negar a las flotas estadounidenses la capacidad de acercarse a las costas asi¨¢ticas. En cuesti¨®n de pocos a?os, la potencia hegem¨®nica tendr¨¢ que pensar seriamente en poner un grupo de batalla de portaaviones cerca de los estrechos de Taiwan. Con m¨¢s dinero no siempre se compra m¨¢s seguridad.
Otro aspecto cuestionable del documento sobre Estrategia de Seguridad Nacional es su confiada aseveraci¨®n de que Estados Unidos adoptar¨¢ medidas preventivas, siempre que sea necesario, para aplastar las que considere amenazas extranjeras (aunque advierte a otras naciones que no usen la prevenci¨®n). Dejando a un lado la dudosa posici¨®n de la doctrina de prevenci¨®n en el derecho internacional, dicha estrategia es, hablando en t¨¦rminos pr¨¢cticos, dif¨ªcil de aplicar correctamente, y muy f¨¢cil de aplicar incorrectamente. El ataque anglo-estadounidense contra Irak, ante la enorme oposici¨®n del Consejo de Seguridad y del mundo en general, es un ejemplo que viene al caso. El Gobierno estadounidense, empantanado ahora en una guerra de guerrillas en todo Irak, intenta persuadir a otros pa¨ªses para que ayuden a pacificar y a reconstruir ese territorio destrozado. El no contar con otros, el actuar preventivamente, el preferir la soluci¨®n militar a la diplom¨¢tica, parecen cada vez m¨¢s estratagemas dudosas de un pa¨ªs resuelto a mantener su posici¨®n privilegiada en los asuntos mundiales. Menos arrogancia y m¨¢s paciencia podr¨ªan resultar una mezcla mejor.
Finalmente est¨¢ el problema de la victoria "a cualquier precio". Una semana despu¨¦s de que empezara la guerra, el vicesecretario de Defensa, Paul Wolfowitz, declar¨® ante el Congreso estadounidense que Irak financiar¨ªa su propia reconstrucci¨®n, y que lo har¨ªa de manera relativamente r¨¢pida. Qu¨¦ ir¨®nica suena ahora esa afirmaci¨®n. El presidente Bush ha anunciado que pedir¨¢ al Congreso 87.000 millones de d¨®lares m¨¢s para financiar el programa gubernamental de reconstrucci¨®n civil y seguridad militar en Irak, Afganist¨¢n y otras partes. Esa financiaci¨®n masiva -Estados Unidos gasta ya 4.000 millones de d¨®lares al mes s¨®lo en Irak- aumentar¨¢ el terrible desfase entre los ingresos y los gastos federales, y dar¨¢ al Partido Dem¨®crata, hasta ahora tan atemorizado, una oportunidad para atacar al l¨ªder imperial. No es de extra?ar que las cosas est¨¦n cambiando en la capital. Esta vulnerabilidad explica la reacia decisi¨®n de devolver el asunto de Irak al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, con la esperanza de obtener donaciones externas y fuerzas armadas de pa¨ªses como Alemania, Rusia, Francia e India. Tambi¨¦n explica la b¨²squeda de nuevos aliados -Lituania y El Salvador, por ejemplo- que aporten fuerzas, por nominales que sean, para el mantenimiento de la paz en Irak. (No tenemos m¨¢s que esperar a que los fundamentalistas iraqu¨ªes hagan saltar por los aires los primeros convoyes estonios).
En resumen, la Estrategia de Seguridad Nacional no est¨¢ teniendo buenos resultados. Ha chocado con la realidad. Ninguna persona de buena voluntad le desea mal a las Fuerzas Armadas estadounidenses y a sus aliados en Irak, y seguramente todo el mundo desea que la democracia, la paz y la prosperidad lleguen a ese pa¨ªs en apuros. Hay sinverg¨¹enzas que aspiran a frustrar esos objetivos, y tienen que ser derrotados. Pero las advertencias que antes de la invasi¨®n hicieron expertos de dentro y fuera del Gobierno est¨¢n ahora resultando ciertas. El envite del presidente Bush en Irak se ha convertido ahora en un cautiverio en Bagdad. Hacemos bien en conmemorar el 11-S con dignidad, empaque y resoluci¨®n. Pero eso no nos absuelve de examinar minuciosamente a aquellos que nos aseguraron que ten¨ªan una Hoja de Ruta y una gran estrategia que ayudar¨ªan a Estados Unidos a atravesar con seguridad el siglo XXI.
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