Balay y la teniente de alcalde
Siempre que veo el anuncio de Balay me acuerdo de la quinta teniente de alcalde, Marina Subirats. Ella es la mujer que ha dicho, no hace mucho, que para combatir la inseguridad ciudadana no se puede poner un polic¨ªa detr¨¢s de cada delincuente. Todo lo contrario de lo que pasa en el anuncio de Balay, donde siempre hay un se?or de negro detr¨¢s de la protagonista, para "hacerle la vida m¨¢s f¨¢cil". Si va a la playa, le extiende una alfombrilla para que no le entre arena entre los dedos de los pies. Si lee un libro, le pasa las p¨¢ginas. En fin, imaginen al se?or Balay trabajando para Marina Subirats. Detr¨¢s de cada ciudadano -pongamos detr¨¢s de m¨ª- estar¨ªa el se?or de negro limpiando la basura, apart¨¢ndome a los carteristas a golpes de k¨¢rate o rociando con mangueras a los del botell¨®n. Y con esa musiquita de piano, de fondo: tit¨ª-titot¨ª... Pero eso es fantas¨ªa. Barcelona no est¨¢ patrocinada por Balay, y eso es algo que hay que agradecerle a la teniente de alcalde. Yo, desde luego, se lo agradezco a mi modo: no me pierdo ning¨²n acto al que asiste. Si ella da una charla, voy.
Jordi Petit, activista rojo y rosa seg¨²n propia definici¨®n, presenta su libro '25 a?os m¨¢s'. Abre plaza Marina Subirats, teniente de alcalde
Este martes act¨²a en un bar de ambiente (bar de ambiente: bar donde s¨®lo hay hombres y no est¨¢n celebrando una despedida de soltero). En ese bar, el Caf¨¦ Punto BCN, la regidora y profesora de universidad presenta un libro de Jordi Petit, activista rojo y rosa (seg¨²n definici¨®n del propio interesado). En el bar hay s¨®lo hombres que leen el peri¨®dico (supongo que si fuese un bar de ambiente femenino, para seguir con las estad¨ªsticas, las usuarias estar¨ªan leyendo libros de las hermanas Bronte). El bar es bastante oscuro y leer EL PA?S con tan poca luz es un acto de fe. Un muchacho vestido como el marinero del anuncio de Jean-Paul Gaultier, con gorra blanca y camiseta, coloca los libros de Jordi Petit, 25 a?os m¨¢s, en una mesa, para venderlos. Se los quitan de las manos. Un se?or que espera turno para pagar el suyo le susurra a un amigo: "Qu¨¦ sabr¨¢ este chico de la Ley de Peligrosidad Social...".
Llega Petit, con traje oscuro. Llega Subirats, con traje de chaqueta, rojo progresista. Se saludan. "Com van les visites al Floquet de Neu?", le pregunta ¨¦l. "Una riuada", contesta ella. "Encara no he anat a veure'l", a?ade ¨¦l. "Est¨¤ molt espavilat", le tranquiliza ella. A continuaci¨®n me postro a los pies de Marina y le digo que su frase sobre la seguridad ciudadana me vuelve loca. Ella me contesta lo de que hay que cambiar las leyes, y tambi¨¦n me repite aquello de que los menores que delinquen son encarcelados y soltados a las dos horas, etc¨¦tera. A nuestro lado hay un anciano con gorra de Michael Moore y bast¨®n. Un padre lleva de la mano a su hija, vestida de rosa.
Petit y Marina se sientan a la mesa, que es larga, tipo Santa Cena. Los espont¨¢neos se instalan a sus lados y empiezan a comer cacahuetes. Hay botellas azules de Solan de Cabras y de Coca-Cola. Y Marina, esa mujer que no puede poner un polic¨ªa detr¨¢s de cada delincuente, empieza a hablar y nos seduce a todos, por no decir todos y todas. Cuenta que conoci¨® a Jordi Petit cuando fue alumno suyo y, por tanto, en una ¨¦poca en que "era m¨¦s petit". La frase suscita unos comentarios en forma de gag en la segunda fila. Dice tambi¨¦n que era muy especial, aquel alumno que te hace la pregunta inteligente. Tambi¨¦n nos explica que en estos tiempos de literatura light le parece "consolador" que salgan libros como el suyo. Esto del "consolador" suscita m¨¢s gags en la segunda fila. A las ocho en punto, Marina habla del tercer aspecto del libro que le interesa destacar. Y el tercer aspecto que destaca le queda superbien, muy apa?ado, porque el tercer aspecto es que, a veces, las personas que han estado en grupos minoritarios pecan de victimismo (que no es el caso de Petit) y que a las mujeres, aunque no seamos un grupo minoritario, tambi¨¦n se nos considera grupo minoritario, porque hemos contado poco. ?Uy lo que ha dicho! No vean la cara de complacidas que ponemos las mujeres de la sala. Qu¨¦ sonrisas arrobadas. Qu¨¦ cabezazos de estar de acuerdo.
Antes de que Jordi Petit tome la palabra oigo que los de la segunda fila hablan de ir a bailar por la noche. Por lo que oigo, dudan entre ir al Salvation o al Arena. "Al Arena ni locas, que est¨¢ heter¨ªsima", advierte el que lleva una c¨¢mara de v¨ªdeo en la mano. Y el caso es que ya hace tiempo que el Arena se ha puesto muy de moda entre las amigas h¨¦teros de los gays, de manera que a lo mejor los gays acabar¨¢n emigrando a otra discoteca sin h¨¦teros, que no tardar¨¢ en ser colonizada tambi¨¦n por los h¨¦teros, siempre tan apuntones, y as¨ª, sucesivamente, por toda la ciudad, como en el juego de las sillas. "?Que vienen los h¨¦teros!", se oir¨¢. Y todos los de la discoteca huir¨¢n en estampida a otro bar, hasta que hayan dado la vuelta entera a la ciudad y vuelvan al Arena. Es como en ese tebeo de Ralf K?nig llamado Super Paradise, donde los dos protagonistas, Konrad y Paul, est¨¢n en una playa de Mikonos. De repente, les explota un globo en la cara. "Ha sido un cr¨ªo", dice uno de ellos. "Si hay cr¨ªos es que hay h¨¦teros", contesta el otro, enfadado. Y a?ade: "?Es que es verdad! Siempre que encontramos un lugar agradable donde ponernos c¨®modos, tarde o temprano los h¨¦teros acaban por instalarse en ¨¦l".
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