La imaginaci¨®n razonada
Ocurre con Bioy Casares que su nombre brota de manera instant¨¢nea cuando mencionamos a Borges: si no sombra, amigo que de tan ¨ªntimo resulta disuelto en el otro, un poco tambi¨¦n hermano tanista, compa?ero de una larga y dilatada trayectoria personal y literaria que a menudo se confunde, se cruza y se enreda una y otra vez.
Su propia obra parece injustamente crecida como un meandro en ese cauce poderoso que es la obra de Jorge Luis Borges. As¨ª, Bioy ha visto su narrativa relegada siempre a una dimensi¨®n m¨¢s modesta, a los extramuros del dispendio con que celebramos al autor de El Aleph. La invenci¨®n de Morel, su m¨¢s celebrada novela, nacida de las cenizas de toda su obra anterior, es el ejemplo m¨¢s claro de lo que venimos diciendo. Escrita en 1940, fue "apadrinada" por Borges con un pr¨®logo del que ya resulta indisoluble la propia novela, fundamentalmente porque de todo aquel largo ejercicio est¨¦tico que constituyen las l¨ªneas que le dedic¨® su amigo y mentor, ha quedado el calificativo "perfecto" que concedi¨® Borges no a la novela, sino a la trama de la novela. Poco importa ya la precisi¨®n: nadie sale indemne de ese pr¨®logo, ning¨²n lector puede aventurarse por las p¨¢ginas siguientes sin suspicacia respecto de lo que va a descubrir y que ha sido tan rotundamente calificado por un autor poco dado al regalo de sus elogios.
Recuerdo aquel caluroso verano lime?o en que devor¨¦ esta novela empinada y agridulce de un autor que para m¨ª era entonces desconocido: recuerdo tambi¨¦n que en el placer que me proporcionaron sus p¨¢ginas siempre qued¨® un regusto extra?o, vagamente triste o insuficiente. Sospech¨¦ que hab¨ªa ocurrido lo que con el tiempo doy por algo obvio: no creo que haya en la historia de nuestra literatura un regalo m¨¢s envenenado que ese adjetivo con que Borges calific¨® La invenci¨®n de Morel, conden¨¢ndonos a sus lectores a caer bajo el embrujo de una hip¨¦rbole que fue m¨¢s producto de la admiraci¨®n que uno sent¨ªa (como muchos lectores) por las sentencias y ditirambos de Borges que por propia intenci¨®n de ¨¦ste.
Ocurre as¨ª que La invenci¨®n de Morel es una novela que hay que leer a contracorriente, remontado con esfuerzo el calificativo borgiano para descubrir toda su inquietante belleza, esa irreprochable factura que la sit¨²a en el terreno de la mejor ciencia ficci¨®n, limpia de aquel elogio que parad¨®jicamente le enturbia sus manifiestas virtudes, la mayor de las cuales es, sin lugar a dudas, haber resistido el embate del tiempo y ofrecerse as¨ª siempre novedosa, audaz, a ratos vagamente proustiana, trufada de esas ¨¢giles reflexiones con que Bioy Casares ha sustentado lo mejor de su obra, esa imaginaci¨®n razonada de la que nos habla el propio Borges en el pr¨®logo.
El narrador -de quien nunca sabemos su nombre- llega huyendo por oscuros motivos a una isla en la que descubre unas extra?as construcciones abandonadas, podridos estanques y maquinarias inclasificables que ganan su inter¨¦s y azuzan su inquietud de hombre solitario y huido. Pronto esta inquietud se ver¨¢ incrementada por el arribo a la isla de un grupo de personas entre las que se encuentra Faustine, inasible mujer de la que se enamora el protagonista con la desesperaci¨®n que confiere la soledad absoluta donde se halla instalado. Pero tambi¨¦n porque ella no se digna siquiera a mirarlo en ninguna de las muchas ocasiones en que el narrador, superando el vertiginoso miedo de hacerse visible para los visitantes, se acerca a ella, se tiende a su lado o compone un jardincillo min¨²sculo que la mujer se obstina en no ver jam¨¢s. Aquel desd¨¦n implacable y minucioso pronto se revela de otro orden, acaso m¨¢s terrible: Faustine, como el resto del alegre grupo que acude a la isla como en una inocente excursi¨®n de fin de semana, es una proyecci¨®n generada por una m¨¢quina del misterioso Morel para repetir de manera infinita una peque?a secuencia de la vida de estos personajes. El protagonista desespera al saber que ella puede existir en alg¨²n lugar del mundo o que acaso existi¨® y ya no existe m¨¢s y escribe en los papeles que deja a la posteridad: "Al hombre que, bas¨¢ndose en este informe, invente una m¨¢quina capaz de reunir las presencias disgregadas, har¨¦ una s¨²plica: b¨²squenos a Faustine y a m¨ª, h¨¢game entrar en el cielo de la conciencia de Faustine. Ser¨¢ un acto piadoso".
Asombrosa y de rara hermosura, la novela marca la solidez de un narrador particular¨ªsimo que ha dado brillantes p¨¢ginas a la literatura hispanoamericana abordando aqu¨ª un g¨¦nero -la ciencia ficci¨®n- que se ha manejado con poca frecuencia en la narrativa de ese continente. La invenci¨®n de Morel, sin embargo, no nos resulta una novela de g¨¦nero. Como ocurre con todas las buenas novelas, que siempre parecen situarse m¨¢s all¨¢ de cualquier etiqueta.
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