?Vivan las matem¨¢ticas!
En julio pasado se hizo p¨²blica la noticia de que la mayor¨ªa de los alumnos de selectividad suspendi¨® en Matem¨¢ticas; y tampoco eran muy satisfactorios los resultados en otras asignaturas cient¨ªficas, como la Qu¨ªmica o la F¨ªsica. "Nuestro futuro est¨¢ en peligro. O desarrollamos la capacidad en ciencia y tecnolog¨ªa o nos quedamos atr¨¢s", manifestaron algunos, como el presidente de la Sociedad Espa?ola de F¨ªsica. En un mundo en el que la ciencia y la tecnolog¨ªa afectan a nuestras vidas y econom¨ªas en formas tan intensas como extendidas, es dif¨ªcil no solidarizarse con semejantes manifestaciones; no darse cuenta de que nuestras limitaciones cient¨ªficas de hoy se plasmar¨¢n ma?ana en dependencia tecnol¨®gica, lo que es tanto como decir en limitaciones econ¨®micas en el comercio internacional y en incapacidad de liderazgo mundial. Pero no es de estas cosas de lo que quiero hablar hoy.
Nos escandalizamos, o al menos algunos se escandalizan, al saber de los malos resultados de nuestros j¨®venes en matem¨¢ticas, pero ?no recordamos la mala fama social, la leyenda negra, que desde hace generaciones afecta a esta venerable, varias veces milenaria, materia? ?Es que alguien no ha o¨ªdo, cuando no dicho ¨¦l mismo, alguna vez: "pobre hijo/a m¨ªo/a, que debe padecer ese tormento que es estudiar matem¨¢ticas"? Es consolador asignar las responsabilidades a otros cuando nos encontramos con un problema, y desde luego en materia de la ense?anza p¨²blica de Ciencias existen motivos sobrados para criticar un sistema que est¨¢ permitiendo que las asignaturas cient¨ªficas decaigan de una forma tan preocupante como escandalosa, pero en lo que a la imagen social de las matem¨¢ticas el problema no es ni nuevo ni institucional.
Malo es para el futuro del pa¨ªs tantos suspensos en Matem¨¢ticas, pero peor, mucho peor, es lo que todos esos j¨®venes -y los millones de adultos que comparten con ellos no suspensos, pero s¨ª ignorancia- no aprenden ni comprenden de la ciencia de Pit¨¢goras, Euclides, Newton, Leibniz, Euler, Cauchy, Hilbert o G?del, por citar algunos. No se trata s¨®lo de que las matem¨¢ticas est¨¢n en todas partes, que por alguna raz¨®n (que no comprendemos) la Naturaleza obedezca, o parezca obedecer, leyes que se expresan en t¨¦rminos matem¨¢ticos. "?C¨®mo puede ser que la matem¨¢tica -un producto del pensamiento humano independiente de la experiencia- se adec¨²e tan admirablemente a los objetos de la realidad?", se preguntaba Albert Einstein en 1921. Miremos por donde miremos nos las encontramos. Ya sea contemplando el alzado del Parten¨®n, que muestra varios ejemplos de lo que los matem¨¢ticos denominan "relaciones ¨¢ureas"; en las leyes que dan cuenta tanto del movimiento expansivo del majestuoso y gigantesco universo como de las oscilaciones de un humilde p¨¦ndulo; en los fen¨®menos altamente sensibles a las condiciones iniciales (fen¨®menos ca¨®ticos se denominan) como es el tiempo meteorol¨®gico; en los procesos estoc¨¢sticos que subyacen en las operaciones de corredores de bolsa que ejecutan ¨®rdenes y compran y venden t¨ªtulos continuamente, o en la geometr¨ªa de infinidad de estructuras naturales y sociales, desde el perfil de las costas hasta la red arb¨®rea del sistema venoso, para cuya descripci¨®n son extremadamente ¨²tiles los denominados fractales.
No dudo, sin embargo, que a pesar de la fuerza de este ¨²ltimo argumento, de que se acepte que, efectivamente, las matem¨¢ticas permiten comprender mejor el mundo, muchos -acaso la mayor¨ªa- pensar¨¢n que nadie puede saber todo, y que no por no comprender la electr¨®nica y matem¨¢ticas que se hallan detr¨¢s del funcionamiento de una, por ejemplo, tarjeta de cr¨¦dito la utilizamos peor. ?No vivimos, al fin y al cabo, en un mundo de especialistas? Ahora bien, aun aceptando este mezquino modo de pensar, existe un poderoso argumento a favor de las matem¨¢ticas que yo quiero recordar aqu¨ª.
Pocas disciplinas, t¨¦cnicas o instrumentos pueden competir con las matem¨¢ticas a la hora de tomar consciencia de las habilidades intelectuales, cognitivas, que posee nuestra especie. Sostengo que las matem¨¢ticas dan lugar a experiencias inolvidables; experiencias, al alcance de cualquier inteligencia normal, como pueden ser: comprender que la ra¨ªz cuadrada de 2 no se puede escribir en base a los familiares n¨²meros enteros (ni siquiera como un cociente de ellos); entender la demostraci¨®n del teorema de Pit¨¢goras; darse cuenta de que existen diferentes "grados" de infinito; o instruirse en los fundamentos y posibilidades que abre el c¨¢lculo diferencial e integral. Nadie es igual despu¨¦s de haber pasado por semejantes experiencias; en cierto sentido le cambian a uno la vida, porque se da cuenta de lo que es capaz de hacer, de que existe un universo mental al que puede acceder, aunque s¨®lo sea asom¨¢ndose a territorios que indudablemente esconden m¨¢s tesoros, muchos, la mayor¨ªa, inaccesibles sin someterse, ahora ya s¨ª, a un largo y exigente proceso educativo. El primer amor, contemplar un cuadro de Vel¨¢zquez o de Picasso, leer un texto de Cervantes o de Neruda, escuchar una pieza de Mozart, una canci¨®n de los Beatles o de qui¨¦n sabe que otro grupo o cantante (?Sabina, por qu¨¦ no?), puede suscitar en cualquiera emociones o sensaciones inolvidables, pero no del tipo de las que provocan las matem¨¢ticas, posiblemente el ¨²nico, o el mejor, instrumento para darnos cuenta de que aunque no seamos una especie elegida, s¨ª lo somos privilegiada en lo que a posibilidades y variedad de comprensi¨®n se refiere. Algo de esto quer¨ªa decir Jacobi cuando escribi¨® a Legendre en julio de 1830: "La finalidad primordial de las matem¨¢ticas" no consiste "en su utilidad p¨²blica y en la explicaci¨®n de los fen¨®menos naturales...
rendir honor al esp¨ªritu humano".
Una cultura que no comprende, dificulta, o que no fomenta el acceso a tales posibilidades es una cultura miope, torpe, limitada. Unos padres que no se esfuerzan para que sus hijos puedan disfrutar de todo lo que las matem¨¢ticas elementales ofrecen, les sirven mal, no importa que se desvivan por poner a su alcance todo tipo de esas "maravillas" que la sociedad actual ha creado. Sumergidos como estamos en la actualidad en nuestro pa¨ªs en un mundo medi¨¢tico en el que prolifera lo abominable, el chismorreo m¨¢s odioso, las matem¨¢ticas nos permiten-a todos- darnos cuenta de lo poderosos que son nuestros cerebros, al igual de que existen muy diversos y entretenidos universos cognitivos que a nadie est¨¢n vedados. No se necesita ser Rembrandt, Beethoven o Kafka para comprender lo que son y significan la pintura, la m¨²sica o la literatura. Tampoco ser Gauss o Poincar¨¦ para comprender qu¨¦ son y qu¨¦ significan las matem¨¢ticas. No est¨¢ tampoco de m¨¢s recordar tambi¨¦n que, como escribi¨® el matem¨¢tico brit¨¢nico Godfrey Hardy en su justamente c¨¦lebre Apolog¨ªa de un matem¨¢tico (1940): "Las civilizaciones babil¨®nica y asiria han perecido... pero sus matem¨¢ticas son todav¨ªa interesantes y el sistema sexagesimal de numeraci¨®n se utiliza todav¨ªa en astronom¨ªa... Las matem¨¢ticas griegas 'perduran' m¨¢s incluso que la literatura griega. Arqu¨ªmedes ser¨¢ recordado cuando Esquilo haya sido olvidado, porque las lenguas mueren y las ideas matem¨¢ticas no". Ojal¨¢ Esquilo y la buena literatura nunca sea olvidada, esforc¨¦monos en ello al igual que en conservar lo m¨¢s sanos posibles nuestros idiomas, pero que nadie dude de que lo que nunca morir¨¢ ser¨¢n, como se?alaba Hardy, verdades matem¨¢ticas como el teorema de Pit¨¢goras o lo que es y representa el n¨²mero pi.
Jos¨¦ Manuel S¨¢nchez Ron es catedr¨¢tico de Historia de la Universidad Aut¨®noma de Madrid y miembro electo de la Real Academia Espa?ola.
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