Del Parlamento a la campa
Tiene raz¨®n Ibarretxe cuando dice que no es una ruptura lo que propone, porque no se trata de que la eufem¨ªsticamente llamada "reforma del Estatuto" vaya separada a la sustancial reforma que propone a la vez de la Constituci¨®n espa?ola. Su reforma exige impl¨ªcitamente un cambio constitucional, en el que tendr¨ªa cabida la soberan¨ªa del pueblo vasco -porque decidir su futuro en exclusividad y aparte del resto de los espa?oles es soberan¨ªa-. Y su proclamaci¨®n es coherente con el concepto nacionalista de la "soberan¨ªa originaria" sacada del ba¨²l de la m¨ªtica, no de ning¨²n tratado pol¨ªtico ni hist¨®rico, y que exime de contar con el resto de los espa?oles, obligados a aceptarla so pena de convertirse en crispantes y carentes de la virtud del di¨¢logo. Su reforma estatutaria cabe en su reforma constitucional: no es una ruptura.
Adem¨¢s, el 'lehendakari' pone fecha de caducidad al cambio constitucional que plantea: s¨®lo servir¨¢ para una generaci¨®n
Ibarretxe exige un cambio de Constituci¨®n por el que cada pueblo pueda decidir su futuro, lo quieran o no. Menos los vecinos de Amorebieta, que no pueden hacer un refendum para rechazar la central t¨¦rmica porque, razonablemente, no tienen soberan¨ªa para hacerlo. S¨®lo tiene soberan¨ªa el "pueblo vasco", y la Constituci¨®n espa?ola debiera asumirla con respeto, con di¨¢logo y con amabilidad. Mienten los adversarios pol¨ªticos de Ibarretxe; y si no, amenazaba Egibar dirigi¨¦ndose al PP y al PSE, que digan al pueblo vasco que no puede decidir libremente su futuro.
La contestaci¨®n, la misma que dio la ejecutiva del PNV de Vizcaya a los concejales de su partido en Amorebieta, es que no puede; que su futuro lo deciden libremente los vascos con el resto del pueblo espa?ol, en el marco pol¨ªtico aceptado como un Estado democr¨¢tico por toda la comunidad internacional, y que ampara y respeta la autonom¨ªa de los vascos. Si contestaran que s¨ª, posibilitar¨ªan la acracia m¨¢s completa, el cantonalismo m¨¢s salvaje, el caos para la resoluci¨®n de todos los conflictos por la v¨ªa del enfrentamiento, el hombre lobo para el hombre. Pero, adem¨¢s, el lehendakari pone fecha de caducidad a ese cambio constitucional: solamente servir¨¢ para el tiempo de una generaci¨®n. Mera etapa hasta la independencia de todos los territorios vascos, incluidos los de la Rep¨²blica francesa.
La base te¨®rica del Plan Ibarretxe, almibarada con exhortaciones al respeto y al di¨¢logo, es una reacci¨®n hacia el medievo y la entronizaci¨®n del m¨¢s fuerte, sin capacidad de sustituirlo por v¨ªas pac¨ªficas. Y se ofrece amablemente a jugar la partida, a demandar respeto, a exigir di¨¢logo, cuando precisamente ha roto la baraja, cuando le ha dado la raz¨®n hist¨®rica a ETA y a Otegi. Ten¨ªa ¨¦ste raz¨®n para mostrarse feliz en el pleno del Parlamento, porque descubr¨ªa, con toda l¨®gica, que se hab¨ªa levantado el acta de defunci¨®n del Estatuto y se abandonaban a las v¨ªctimas que han ca¨ªdo en la defensa de la legalidad en el altar ignominioso de la estupidez. Para qu¨¦ jugarnos la vida si ETA tiene raz¨®n, si se la damos haci¨¦ndola necesaria, porque nunca quiso constituciones y estatutos. Damos as¨ª la raz¨®n a sus asesinatos, a sus tropel¨ªas y a su estrategia, una vez que ¨¦sta es asumida por Ibarretxe. Porque, de no haber sido por la permanencia asesina de ETA, base de la invenci¨®n del conflicto con Espa?a, nunca habr¨ªa podido plantear tama?o desvar¨ªo. Con el abandono del Estatuto por los nacionalistas e IU, en Euskadi atravesamos un estadio en el que no existe marco para la convivencia. Menos mal que ah¨ª est¨¢ el Estado para evitar estos caprichos, y tambi¨¦n la responsabilidad del PP y de su alternativa, el PSOE, que le han advertido a Ibarretxe que pierda toda esperanza.
Resulta de una osad¨ªa temeraria reclamar desde casa el cambio sustancial de toda la Constituci¨®n para dar acogida a las pretensiones secesionistas, y de fundamentaci¨®n preliberal, de una de las comunidades de Espa?a. Ha sido un debate fuera de sitio, porque no se trataba tan s¨®lo de la legitimidad del Gobierno vasco o del Parlamento para iniciar la reforma del Estatuto, sino, sobre todo, de la legitimidad (la falta de legitimidad en este caso), de las instituciones vascas para alterar esencialmente la Constituci¨®n espa?ola.
Y unos d¨ªas despu¨¦s, en las campas de Foronda, plet¨®rico de osad¨ªa y satisfecho con poner en crisis a todos, Ibarretxe hizo lo que le faltaba por hacer: mandarle a la jubilaci¨®n, antes de que decidan las bases de su partido, a Arzalluz. El gu¨ªa, ahora, es ¨¦l.
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