La seducci¨®n de Marruecos
Aunque viera la luz en Bilbao, en el primer tercio del XIX, Jos¨¦ Mar¨ªa de Murga Mugartegui fue conocido en su tiempo como el Moro vizca¨ªno. Viajero y aventurero impenitente, estuvo presente como observador en la campa?a de Crimea (1855). As¨ª, el 11 de septiembre de ese a?o, relata la toma de Sebastopol, as¨ª como su participaci¨®n en el asalto de Malakof. Durante los a?os siguientes visit¨® diversas ciudades europeas. "Cansado y aburrido de recorrer pa¨ªses en los que, exceptuando el lenguaje, no encontraba sino una desesperante monoton¨ªa, quise dar m¨¢s variedad a mis ojos y nuevas sensaciones a mi alma", escribe.
Siguiendo ese impulso, en 1863 pasa a Marruecos, desplaz¨¢ndose entre la costa y la sierra, donde estaban enclavadas Tetu¨¢n, Larache, Mequ¨ªnez, Rabat, Sal¨¦, Fez. Encuentra una poblaci¨®n extra?a, abigarrada, misteriosa, integrada por negros, rife?os, jud¨ªos... y aventureros de origen incierto. A la hora de estudiar sus itinerarios tuvo en cuenta las experiencias que sobre los hombres y las tierras encontrara en los viajes de Domingo Badia. No viaj¨® a la usanza de pr¨ªncipe, como hab¨ªa llegado Al¨ª Bey, sino pobremente vestido y haci¨¦ndose una leyenda de renegado.
Iba vestido con andrajos, apoyado sobre un tosco bast¨®n. De ciudad en ciudad se trasladaba sobre un borrico fam¨¦lico. Hizo de casi todo para curiosearlo todo. Tan pronto fue soldado de artiller¨ªa como peregrino en las romer¨ªas de santones, lazarillo de ciegos, hu¨¦sped en las juder¨ªas, contador de historias en las caravaneras, mercader en los aduares... Como curandero alcanz¨® reconocimiento, pues con este fin se hab¨ªa preparado antes de emprender el viaje.
Cuando su fama se fue extendiendo, sus servicios eran reclamados tanto en las casas principales como en los poblachos del interior. Sirvi¨® como galeno en las mezquitas, en los patios nunca profanados antes por cristianos, en los salones donde las esposas de un notable enfermaban de tedio, en los habit¨¢culos donde agonizaba un renegado o en los caminos donde un vagabundo mor¨ªa de inanici¨®n. Esto le permiti¨® ir conociendo la vida cotidiana con sus detalles, algo imposible de adquirir por otros procedimientos que no fuera la observaci¨®n directa. Casi todo lo fiaba a la memoria y rara vez anotaba noticias e impresiones. Cada dato, cada conversaci¨®n, cada amistad era una fuente para poder aconsejar luego sobre la mejor conducta a seguir.
No se sabe el a?o en que regres¨® de su primer viaje, pero parece que lo hizo en 1866. Repuesto de la aventura, se dispuso a redactar Recuerdos Marroqu¨ªes del Moro Vizca¨ªno, Jos¨¦ Mar¨ªa de Murga (a) el Hach Mohamed el Bagd¨¢dy. La descripci¨®n que realiza de los renegados, sus h¨¢bitos, tragedias y anhelos, es tan apasionante como un relato de g¨¦nero. Se trata de un reportaje, redactado con soltura, gracia y dosis de picard¨ªa. Un cap¨ªtulo llamativo es el que titula Los Beni Chifa: Los hijos de la carro?a. Incorpora tambi¨¦n diversos apuntes sobre las etnias que habitan Marruecos, m¨¢ximas evang¨¦licas o la dif¨ªcil convivencia de los musulmanes con los jud¨ªos.
Lo m¨¢s importante de su segundo viaje no estuvo tanto en el camino como en el caminante. El protagonista estaba achacoso. Nadie que no tuviese la voluntad que ¨¦l pose¨ªa se hubiese atrevido a organizarlo. El 12 de abril de 1873, aunque se encontraba enfermo, se present¨® en Algeciras. Al d¨ªa siguiente, en Ceuta. De all¨ª pas¨® a Tetu¨¢n para iniciar su segundo peregrinaje.
Un pa¨ªs encantado
Murga lleg¨® a C¨¢diz a mediados de octubre de 1876 para realizar un tercer viaje por un Marreucos apenas explorado por aquel entonces. En noviembre, sin haber atravesado el Estrecho, se agrav¨® su dolencia de h¨ªgado, que le estaba matando desde a?os atr¨¢s. Falleci¨® el 30 del mismo mes, "despu¨¦s de cinco d¨ªas de cama". Contaba 49 a?os.
A sus allegados relataba que Marruecos no se semejaba a nada de cuanto hab¨ªa contemplado hasta entonces. "Se parece a s¨ª mismo, y esto, ya no es por s¨ª peque?a cosa... Hay gentes que deber¨ªan, al menos una vez, venir para ac¨¢ donde todo es nuevo, donde no hay nada que se parezca a nada de ah¨ª; donde nadie encuentra gu¨ªas de viajeros, y donde no hay malas tabernas con el t¨ªtulo de fondas pomposamente anunciadas". Ya en septiembre de 1864 escrib¨ªa: "Me divierto aqu¨ª como no lo he hecho en los d¨ªas de mi vida... me he hecho un completo moro, he adoptado mucho de sus costumbres y en muchas ocasiones pienso como ellos". Son las que escribi¨® p¨¢ginas encantadas y la suya una existencia que sigue esperando una acabada biograf¨ªa.
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