La democracia en Madrid
Parafraseando a Tocqueville en su primer p¨¢rrafo de La democracia en Am¨¦rica, podemos decir que nada llama m¨¢s la atenci¨®n de la pol¨ªtica madrile?a que su ¨ªntima conexi¨®n con el mundo inmobiliario. De ¨¦l puede afirmarse literalmente lo mismo que el autor franc¨¦s se?alara respecto de la "igualdad de condiciones" en Estados Unidos. A saber, la "prodigiosa influencia que... ejerce sobre la marcha de la sociedad, pues da a la opini¨®n p¨²blica una cierta direcci¨®n, un determinado giro a las leyes, m¨¢ximas nuevas a los gobernantes y costumbres peculiares a los gobernados". Har¨ªa falta poseer la misma sagacidad de que hizo gala este te¨®rico para dar cuenta exacta de c¨®mo este fen¨®meno ha acabado por colonizar la pr¨¢ctica pol¨ªtica de esta comunidad aut¨®noma -y, lamentablemente, la de otras muchas tambi¨¦n-. A falta de un Tocqueville, este dato nos vino de una esperp¨¦ntica comisi¨®n encargada de evaluar las dimensiones de la trama que se escond¨ªa detr¨¢s de la chocante deserci¨®n de Tamayo y S¨¢ez. Y de una no menos extravagante votaci¨®n en el Consejo de Caja Madrid.
Las pr¨®ximas elecciones auton¨®micas del 26 de octubre deber¨ªan ser expresivas de c¨®mo han digerido los madrile?os la traum¨¢tica experiencia de combinar la can¨ªcula con el no menos t¨®rrido espect¨¢culo de una clase pol¨ªtica en guerra abierta por ver qui¨¦n estaba m¨¢s implicado en el mundo inmobiliario. La expectaci¨®n generada por las comparecencias, bien reflejada en los ¨ªndices de audiencia, deber¨ªa corresponderse ahora con alg¨²n signo evidente de que los ciudadanos han tomado buena nota de todo cuanto all¨ª aconteci¨®. La gran cuesti¨®n estriba en saber si su reacci¨®n ir¨¢ m¨¢s en la l¨ªnea de una abstenci¨®n activa -el "todos est¨¢n despedidos"- o en la manifestaci¨®n directa del voto. La primera opci¨®n tiene el inconveniente de que nunca se podr¨¢ afirmar que responde a una reacci¨®n pol¨ªtica activa m¨¢s que a la l¨®gica desmovilizaci¨®n provocada por unas in¨¦ditas elecciones repetidas. Basta pasearse por Madrid para percibir la falta de tensi¨®n electoral en la calle y presumir un elevado ¨ªndice de abstenci¨®n.
Si no deseamos quedarnos en meros observadores pasivos de esta combinaci¨®n entre "democracia de audiencia" y democracia de partidos, deber¨ªamos, sin embargo, hacer el esfuerzo de desentra?ar si las responsabilidades pueden trasladarse por igual a uno u otro partido. Tengo para m¨ª que hay una distancia decisiva entre la actitud de la izquierda y la de la derecha en todo este asunto. Tiene que ver con la sorprendente naturalidad con la cual el PP asumi¨® las implicaciones en intereses inmobiliarios de muchos de sus m¨¢s cualificados representantes; con la negaci¨®n de todo tipo de incompatibilidad entre negocios privados y cargos p¨²blicos; y con la desfachatez con la que se trat¨® de tapar todo este montaje aludiendo a las responsabilidades propias del PSOE -que sin duda las tiene y han quedado sin purgar-. Pero este ¨²ltimo partido al menos ha mantenido la posici¨®n de denunciar la aberraci¨®n que supone la esencial connivencia entre el pelotazo inmobiliario y la gesti¨®n de los asuntos p¨²blicos, y la imperiosa necesidad de buscar un espacio de autonom¨ªa para lo m¨¢s propiamente pol¨ªtico.
Bien mirada, la actitud del PP no es del todo irracional. A lo largo de los ¨²ltimos a?os ha propiciado una ¨ªntima complicidad de muchos ciudadanos con un sistema por el que pasan a identificar sus intereses propios con los de los mismos especuladores. Gran parte de nuestras clases medias, que han invertido casi todos sus ahorros en el ladrillo, han hecho suyas las premisas sobre las que se sostiene todo este sistema. ?De verdad estar¨ªan dispuestos a propiciar una reforma de toda la estructura del suelo para favorecer a los m¨¢s necesitados? Aparte de sus consecuencias sist¨¦micas, que pueden provocar un aut¨¦ntico caos financiero, este ejemplo thatcheriano de capitalismo popular sirve para desvelar una visi¨®n de la pol¨ªtica en la que lo p¨²blico se reduce a una mera gesti¨®n de intereses privados. ?Vamos a asistir pasivos a la continuaci¨®n de este espect¨¢culo o ha llegado el momento de recuperar la dignidad de la pol¨ªtica, de una pol¨ªtica verdaderamente sintonizada a los intereses generales?
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