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El jefe me manda al Liceo a la presentaci¨®n del nuevo puro Cohiba Siglo VI. No es el acto m¨¢s adecuado para una no fumadora tan sensible como yo, pero, con lo mal que est¨¢ lo de ganarse la vida, no es cuesti¨®n de hacerse la estrecha. Vale que los actos sociales de los fumadores son muy aburridos, pero es que los actos sociales de los no fumadores todav¨ªa lo son m¨¢s. Nada, nada. Me visto de finolis, me pongo un libro de Cabrera Infante en el bolso y all¨¢ voy.
"Apuesto joven", le digo al apuesto joven que me abre la puerta, "?la zona de no fumadores, por favor?". El apuesto joven me mira sin comprender. Precisamente hoy en el Liceo s¨ª se permite fumar. Entro en el Sal¨®n de los Espejos tosiendo y abanic¨¢ndome, y me coloco junto al extintor. Hay tanto humo en el ambiente que esto parece una coreograf¨ªa del ballet Zoom, del programa Aplauso. Los asistentes al acto avanzan en mares de sociabilidad, como sobre ruedas, transportando sus copas de vino con la delicadeza de un equilibrista. Antes de beb¨¦rselas, eso s¨ª, las centrifugan. Algunas de las invitadas famosas se han disfrazado de hombre, con traje de rayadillo, porque parece que es lo sexy cuando fumas puros. S¨®lo les dir¨¦ que en mi bolso caben todos los bolsos de todas las se?oras de la sala. Junto al escenario, dos parejas hablan de "la cultura del puro", de "la cultura del vino" y de "la cultura de la buena mesa". Estoy segura de que antes de que yo llegara han hablado de "la cultura del perro rottweiler" y pronto hablar¨¢n de "la cultura del frigor¨ªfico de dos puertas panelable". M¨¢s all¨¢, un hombre de pelo blanco recogido en una coleta le propone a otro: "?Hacemos un Drolma o qu¨¦?". A su lado, un caballero se ajusta el bolso de Armand Basi en bandolera y suelta este chiste: "Yo me lo fumo todo. Si est¨¢ limpia y es mayor de 18 a?os... ?Me lo fumo todo...!".
Distingo a dos tipos de fumador: el que fuma para excitar y el trascendente. Falta mi preferido: el que mordisquea y escupe al suelo
Un se?or se sienta a mi lado. "?Eres periodista?", me pregunta. Decirle la verdad -que no- implicar¨ªa m¨¢s de un monos¨ªlabo, as¨ª que contesto: "Gr?s". ?l menea la cabeza, chasquea la lengua y se r¨ªe con displicencia: "Ya se nota que eres periodista. ?Por lo que apuntas!". Y a?ade: "Yo tambi¨¦n soy periodista, pero no pienso apuntar nada. Con el dossier de prensa voy sobrao". Y desenfunda su tarjeta. Es un tal Fernando Mart¨ªnez, director de un peri¨®dico electr¨®nico llamado Ambigu.net, dedicado a la gastronom¨ªa. Al instante, aparece otro se?or y se sienta a mi otro lado. "Me suena tu cara. ?Periodista, no?" y tambi¨¦n desenfunda su tarjeta. Es un tal Llu¨ªs Mesalles, editor de otro peri¨®dico electr¨®nico, llamado boletin-turistico-com. Me doy cuenta de que a estos se?ores el hecho de apuntar les parece muy poco profesional. Algo tan extravagante como salir del hotel para escribir una cr¨®nica sobre disturbios callejeros. Me levanto a buscar una copa (as¨ª, viajo). "Tr¨¢eme un Minute Maid de naranja, que me duele mucho la pierna", me dice don Mart¨ªnez. Cuando vuelvo, a?ade: "Vas a flipar cuando saquen el picoteo. Ver¨¢s a todos ¨¦stos, cuando salga el jam¨®n. A m¨ª, es que me da verg¨¹enza ajena". Supongo que usa el verbo flipar porque cree que -a pesar de mi edad- si apunto, es que debo de ser estudiante en pr¨¢cticas. Los periodistas con mundolog¨ªa no llevan ni bol¨ªgrafo.
En el escenario, dos sopranos y un tenor del Conservatorio del Liceo interpretan la escena del brindis de La traviata. El p¨²blico les acompa?a: "La, la, la, la, la...". Cuando termina, todos aplaudimos excepto los dos se?ores de los peri¨®dicos electr¨®nicos. "?De qu¨¦ medio eres, t¨²? ?Tienes columna propia?", me pregunta don Mart¨ªnez, el del Minute Maid. "Porque yo te dar¨¦ un art¨ªculo que no ha sacado nadie, nadie. Tengo la soluci¨®n para acabar con el tabaquismo. Mira: apunta, apunta (que veo que te gusta apuntar). A ver: a m¨ª, lo ¨²nico que me sacar¨ªa del tabaco es que costase un precio que no pudiera pagar. Y puedes poner mi nombre y sacar mi foto, que yo doy la cara si hace falta". Tras los aplausos, sale el bailar¨ªn Antonio Canales, que ejerce de presentador. "Y despu¨¦s de estas maravillosas voces... de estos ¨¢ngeles...", empieza. Pero don Mart¨ªnez me interrumpe y no puedo escuchar c¨®mo sigue. Me susurra: "Para el art¨ªculo del tabaco ?se me est¨¢n ocurriendo una de cosas...!". Pero no aparto los ojos del escenario porque un representante de la empresa distribuidora del Cohiba explica que el puro que presentan "tiene un fondo dulz¨®n y ligeramente especiado". Da instrucciones sobre c¨®mo cortarlo y encenderlo, as¨ª que saco del bolso las tijeras de trocear el pollo que siempre llevo. En la sala, a pesar del humo, distingo a dos tipos de fumador: el fumador del tipo Monica Lewinsky, que fuma para excitar, y el tradicional fumador trascendente, al que reconoceremos porque enciende el puro como si estuviese poni¨¦ndole una vela a la princesa Diana. Falta el fumador del tipo Edward G. Robinson, que es mi preferido. ?ste mordisquea el puro y escupe las part¨ªculas al suelo. Para ello, suele tener contratado a un obrero que se coloca debajo de la mesa para ir recolectando los trozos.
"Y el final del art¨ªculo ya lo tengo", me advierte don Mart¨ªnez, el del Minute Maid. "Apunta: ?que tomen buena nota los se?ores del Gobierno y los de la Uni¨®n Europea que tanto presumen!". Y yo apunto. Pero en cuanto puedo, me vuelvo al bar.
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