Las patrias
La reflexi¨®n llega con puntualidad con la hoja del calendario, con la ajedrea que sazona las aceitunas de los olivos valencianos, con el controvertido tema de la caza del tordo o zorzal en los ancestrales paranys, con el incipiente oto?o y con el 9 d'Octubre de discursos y actos institucionales, que el vecindario, mayoritariamente, evita u olvida, acogi¨¦ndose al car¨¢cter festivo y relajante de un largo puente entre un d¨ªa laboral y el otro.
?Qu¨¦ es la patria aqu¨ª y ahora? Los maestros les indican a los ni?os en las escuelas viejas historias de moros y cristianos, de reyes conquistadores y pa?uelillos donde se envuelven el afecto y la ternura de los enamorados. Los maestros, teniendo como fondo los sones del tamborcillo y la dulzaina, hablan de ra¨ªces e identidad, de la incorporaci¨®n de estas tierras a la llamada cultura occidental, de la creaci¨®n de un reino y de las Cortes Valencianas. Pero Ahmet, que lleg¨® hace un par de lustros al Baix Maestrat y est¨¢ involucrado en lo de la ESO, se dirige al auditorio escolar en valenciano, y con acento distante y jocoso increpa que ya est¨¢ harto de lo de moros y cristianos, que en esa historia siempre pierden los mismos. El auditorio calla, porque sabe que la patria y la familia, y el trabajo y el sustento y hasta la lengua de Ahmet, est¨¢n aqu¨ª en Europa, en la permisiva geograf¨ªa hispana, en el no menos permisivo Pa¨ªs Valenciano. Naciera donde naciese, Ahmet forma parte de este paisaje humano que algunas denominan patria grande o chica, que tanto da.
Que el lugar de nacimiento, ni la sangre o el linaje le asignan a uno patria. Que los patriotas y revolucionarios que asaltaron en Par¨ªs la Bastilla hace m¨¢s de doscientos a?os ya ten¨ªan los conceptos claros: ciudadanos y ciudadanas en Dijon o en Castell de Cabres. Los colonos europeos que declararon la independencia de Norteamerica todav¨ªa lo ten¨ªan m¨¢s claro. Y en los Estados Unidos del ultra conservador Bush, un ciudadano nacido en la vieja Austria de valses, pantalones de cuero y sombrerito tirol¨¦s, se convierte en gobernador de California por obra y arte de los votos de otros ciudadanos californianos, cuyo lugar de nacimiento ignoramos. En esa patria californiana, en ese paisaje humano se hace como imposible recurrir, el d¨ªa de su fiesta nacional, a viejas historias medievales de reyes justicieros, valientes y cristianos, que despojaron de sus alquer¨ªas y cultivos a moros nacidos en estas tierras. De tal guisa le debi¨® narrar alguien la historia a Ahmet. La iron¨ªa distante del mozalbete valenciano con rizos azabache tiene una explicaci¨®n.
Como tiene una explicaci¨®n la lenta pero palpable recuperaci¨®n de la principal se?a de identidad que tiene el paisaje humano valenciano: su lengua hist¨®rica que articula con correcci¨®n acad¨¦mica Ahmet. Una lengua que ni articulaba, ni tuvo la intenci¨®n de articular, el ministro de los madriles -nacido en Cartagena, aunque eso no es determinante para el caso-, Eduardo Zaplana. Un valor cultural que nadie impuso y muchos olvidaron; una lengua no utiliza y menospreciada por amplios sectores del conservadurismo urbano que unas veces vota a la derecha y otras a una izquierda demasiado tibia y poco identificada con el paisaje humano valenciano que unos llaman patria chica y otros patria grande, que tanto da. Y por eso, mientras prepara la salmuera para las aceitunas con ajedrea -que con salmuera las condimentaban tanto moros como cristianos-, a uno le da por quedarse con la patria de Ahmet en valenciano.
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