El arreglaferias

Todos los que saltaron al ruedo fueron inv¨¢lidos, sobreros incluidos. S¨®lo el presidente tuvo dudas. Estaba en si se lo hac¨ªan o lo eran. Se lo hicieron tan bien que tuvieron que devolver a dos. No hab¨ªa m¨¢s sobreros rese?ados. En realidad, menos el sexto, todos merecieron ser devueltos. Para eso hace falta valor. No lo tuvo. Permiti¨® con ello dar un espect¨¢culo indigno de tildarse como corrida de toros. Corta iba la feria en concesiones de trofeos. Las ferias, para que se precien, han de ser triunfalistas. En este punto, al responsable del palco le sobraron rea?os. La presidencia hizo de arreglaferias.

El primer beneficiario, Joselito. In¨¦dito en el primero, aparc¨® el arte y tir¨® de galer¨ªa en el otro. Lo mejor, el silencio con que se siguieron sus andanzas por el ruedo. M¨¢s despegado, ventajista, tropezado y desorientado no puede estar un artista de su cach¨¦. Lo peor, las dos orejas que se llev¨® por el morro.

A Javier Conde le dieron el premio en su primero. La ovaci¨®n, tras brindar y caer la montera boca abajo, se qued¨® enana, cuando, tras trapazo por alto, se fue del rabo de aquello de puntillas cual primera bailarina de ballet ruso que se precie. ?Qu¨¦ clamor! Clamor que a su vez empeque?eci¨® cuando retorn¨® de la misma guisa al rabo de aquello. El ¨¦xtasis. Su toreo roz¨® lo c¨®mico.

Jes¨²s Mill¨¢n, a la postre, fue el m¨¢s entregado y voluntarioso de la terna. Codicioso, deseoso de triunfar a toda costa, termin¨® reiterativo y pesado en su primero. En el que cerr¨® festejo y feria, mucho m¨¢s entonado y creativo, supo sacar lo poco que el animal ten¨ªa. Era de casa, no iba a ser menos. Tambi¨¦n le dieron premio. Triste final para una feria en la que toros para lucirse los toreros se fueron con los trofeos al desolladero. Quiz¨¢s pesan los festejos a estas alturas de la temporada. O quiz¨¢s sea que la torer¨ªa de a pie est¨¢ en crisis.