Un pontificado entre luces y sombras
El pontificado de Juan Pablo II, que cumple estos d¨ªas 25 a?os, ha coincidido con acontecimientos de gran significaci¨®n a nivel mundial: la revoluci¨®n conservadora de Ronald Reagan y Margaret Thatcher; la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn y el avance del neoliberalismo; la vitalidad del cristianismo latinoamericano de signo liberador y el avance del neoconservadurismo en sus distintas modalidades; el avance de la involuci¨®n en toda la cristiandad y el protagonismo de los movimientos neoconfesionales; el proceso de globalizaci¨®n de la econom¨ªa mundial y el avance de los movimientos de resistencia global; la "revancha de Dios" o el despertar de los fundamentalismos en no pocas religiones y los primeros pasos en el di¨¢logo interreligioso. Juan Pablo II no ha sido ajeno a ninguno de esos acontecimientos.
Constantes han sido sus condenas del comunismo y su apoyo a los movimientos que lucharon pac¨ªficamente contra las dictaduras socialistas. Fue protagonista destacado en la ca¨ªda del Muro de Berl¨ªn y en la instauraci¨®n de las democracias en el Este de Europa. Tras la ca¨ªda del socialismo real, empero, no ha levantado su voz cr¨ªtica con la misma energ¨ªa contra las desigualdades sociales que est¨¢ generando la globalizaci¨®n neoliberal en la mayor¨ªa de esos pa¨ªses. Su preocupaci¨®n fundamental parece haberse centrado en recuperar el Este para el catolicismo.
En sus viajes a los diferentes pa¨ªses de Am¨¦rica Latina, el Papa ha reconocido los derechos de las poblaciones ind¨ªgenas y negras, sus identidades culturales y religiosas; ha responsabilizado a los pa¨ªses del Norte del subdesarrollo de los pa¨ªses del Sur; ha denunciado la situaci¨®n inhumana de los ni?os de la calle; ha apoyado las reivindicaciones del Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra en Brasil. Pero estas declaraciones de solidaridad con los sectores excluidos del sistema no se compaginan f¨¢cilmente con las frecuentes condenas contra el cristianismo latinoamericano liberador, la Iglesia popular, y los te¨®logos y te¨®logas de la liberaci¨®n, que han vivido bajo sospecha durante todo el pontificado. Desde su llegada a la Congregaci¨®n para la Doctrina de la Fe, el cardenal Ratzinger, otrora perito del concilio Vaticano II, controla compulsivamente todo lo que dicen o escriben dichos te¨®logos. En 1984 la Congregaci¨®n para la Doctrina de la Fe public¨®, con la aprobaci¨®n del papa, la Instrucci¨®n sobre algunos aspectos de la teolog¨ªa de la liberaci¨®n, en la que dirig¨ªa contra la teolog¨ªa de la liberaci¨®n una condena desproporcionada en el tono e inexacta en su contenido, muy similar a la dirigida por P¨ªo IX en el Syllabus contra los errores modernos 120 a?os antes.
Juan Pablo II ha sido uno de los cr¨ªticos m¨¢s severos del capitalismo. En sus discursos y enc¨ªclicas ha denunciado las desigualdades creadas por este sistema. En la enc¨ªclica Laborem Exercens (1981) defendi¨® la dignidad del trabajador y del trabajo, y la primac¨ªa de ¨¦ste sobre el capital. En la Sollicitudo Rei Socialis (1987) llamaba la atenci¨®n sobre los mecanismos econ¨®micos, financieros y sociales, maniobrados por los pa¨ªses m¨¢s desarrollados, que hacen m¨¢s r¨ªgidas las situaciones estructurales de pobreza de unos y de riqueza de otros, y propon¨ªa un modelo de relaciones pol¨ªticas y econ¨®micas entre los pueblos regidas no por el propio inter¨¦s sino por el principio de la solidaridad. En la enc¨ªclica Centesimus Annus (1991) denunci¨® "las carencias humanas del capitalismo", que se traducen en el dominio de las cosas sobre los hombres. Hizo ver que el mercado deja al descubierto muchas de las necesidades humanas y que la derrota del socialismo no convierte al capitalismo en el ¨²nico modelo econ¨®mico.
Pero, al mismo tiempo, ha descalificado todos los socialismos, tambi¨¦n el democr¨¢tico, que intentan aunar libertad e igualdad, y apoya a organizaciones cat¨®licas vinculadas, directa o indirectamente, con los poderes econ¨®micos y financieros; organizaciones que, a su vez, est¨¢n ubicadas en la c¨²pula del Vaticano.
Juan Pablo II ha pedido perd¨®n en m¨¢s de 100 ocasiones. Es una actitud religiosa y humana que responde a los valores m¨¢s genuinamente evang¨¦licos. Ha condenado el Holocausto con m¨¢s coraje que sus predecesores y ha pedido perd¨®n a los jud¨ªos. Sin embargo, ha beatificado al cardenal Alojzije Stepinac, arzobispo de Zagreb entre 1941 y 1945, acusado de colaborar con el nazismo durante la Segunda Guerra Mundial, y a P¨ªo IX, papa de 1846 a 1878, declaradamente antisemita.
Ha defendido los derechos humanos en la sociedad y ha denunciado prof¨¦ticamente sus permanentes transgresiones. Pero, a su vez, desconoce los derechos de los cristianos y se olvida de practicar la democracia de puertas para dentro de la comunidad cristiana. Ejemplar ha sido su compromiso con la democracia en los diferentes foros internacionales. Con todo, durante su visita a Chile, legitim¨® la dictadura de Pinochet o al menos al dictador, d¨¢ndole la comuni¨®n, sin exigirle previamente un cambio de conducta ni imponerle como penitencia la entrada en la senda de los derechos humanos.
Ha rehabilitado a te¨®logos, reformadores y cient¨ªficos excomulgados o sometidos a los castigos de la Inquisici¨®n por sus predecesores, como Lutero, Galileo, Rosmini, etc. Pero hoy sigue imponiendo sanciones a los te¨®logos, m¨¢s de quinientos a lo largo de los veinticinco a?os de su pontificado: a unos, retir¨¢ndoles el t¨ªtulo de "te¨®logos cat¨®licos", a otros prohibi¨¦ndoles ense?ar y publicar. Con el agravante de que algunos de ellos fueron llamados por Juan XXIII y Pablo VI a participar en el concilio Vaticano II como asesores y otros hacen teolog¨ªa en el horizonte de dicho concilio. La teolog¨ªa est¨¢ en el punto de mira del Vaticano, y muy especialmente de la Congregaci¨®n para la Doctrina de la Fe, y se encuentra en estado de cautividad.
Creo que el Papa polaco no ha entendido la modernidad. Esa es quiz¨¢ su principal asignatura pendiente y uno de sus desencuentros m¨¢s llamativos. Con ello no estoy diciendo que la modernidad no tenga su tal¨®n de Aquiles. Claro que lo tiene, como han demostrado fil¨®sofos nada sospechosos de pre-modernos como Max Horkheimer y Theodor Adorno. En el pensamiento de Juan Pablo II la modernidad no es objeto de an¨¢lisis sereno y riguroso, sino una pesadilla o, si se prefiere, una obsesi¨®n. Adopta ante ella una actitud beligerante. La modernidad es criticable, claro est¨¢, pero quiz¨¢ no en los aspectos criticados por Juan Pablo II, quien ve a la modernidad como la principal responsable de la crisis actual del cristianismo y de la disoluci¨®n de la unidad cat¨®lica, y no repara en que la causa de la crisis del cristianismo se encuentre quiz¨¢ en la orientaci¨®n antimoderna de ¨¦ste.
Las beatificaciones y canonizaciones constituyen un buen test para conocer la personalidad del Papa y valorar su orientaci¨®n religiosa. Ha demostrado una gran celeridad en los proceso de beatificaci¨®n y canonizaci¨®n de personas en sinton¨ªa con su modelo de cristianismo de restauraci¨®n: Teresa de Calcuta va a ser beatificada siete a?os despu¨¦s de su muerte; la canonizaci¨®n de Escriv¨¢ de Balaguer se produjo a los de 27 a?os de su fallecimiento. Muy r¨¢pidas han sido tambi¨¦n las canonizaciones del padre P¨ªo, religioso italiano con fama de taumaturgo, y de la religiosa espa?ola Madre Maravillas, que se opuso a la reforma conciliar del Carmelo y cre¨® una Congregaci¨®n preconciliar. M¨¢s lento es el ritmo de otros procesos, los de los te¨®logos y obispos latinoamericanos de la liberaci¨®n m¨¢rtires como el obispo argentino Angelelli, el arzobispo salvadore?o Oscar Arnulfo Romero, monse?or Gerardi, obispo auxiliar de Guatemala, los jesuitas de la Universidad Centroamericana (UCA). Varios de esos procesos ni siquiera se han iniciado. Me parece que las beatificaciones y canonizaciones de este pontificado se realizan con criterios de ortodoxia m¨¢s que de ortopraxis, atendiendo a la fidelidad a la Tradici¨®n m¨¢s que al Evangelio.
La ambig¨¹edad del actual pontificado se aprecia en su actitud ante la mujer. En la Mulieris dignitatem Juan Pablo II utiliza el discurso de la excelencia sobre la mujer: la criatura m¨¢s excelsa de la creaci¨®n, la obra m¨¢s perfecta. Pero a rengl¨®n seguido, todo son discriminaciones: no puede acceder al sacerdocio, no puede representar a Cristo, porque Cristo fue var¨®n. No puede acceder al mundo de lo sagrado, reservado a los varones ordenados. No puede asumir puestos de responsabilidad, porque Cristo reserv¨® esos puestos a los ap¨®stoles y a sus sucesores, todos varones.
Juan Jos¨¦ Tamayo es director de la C¨¢tedra de Teolog¨ªa y Ciencias de las Religiones Ignacio Ellacur¨ªa, de la Universidad Carlos III de Madrid, y autor de Nuevo paradigma teol¨®gico, Madrid, 2003.
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