25 a?os en el escenario
Juan Pablo II, desafiando las previsiones, cumple un cuarto de siglo al frente de la Iglesia cat¨®lica
Juan Pablo II es un extraordinario superviviente. S¨®lo as¨ª se explica que pueda celebrar hoy, con 83 a?os, el 25 aniversario de su elecci¨®n como Romano Pont¨ªfice, pese a un historial cl¨ªnico impresionante: el misterioso atentado que estuvo a punto de costarle la vida en 1981; la enfermedad de Parkinson que sufre desde inicios de los noventa; varias intervenciones quir¨²rgicas, ca¨ªdas y luxaciones, y una terrible artrosis que ha terminado por confinarle a una silla de ruedas. Hace cinco a?os, muchos de los art¨ªculos que se dedicaron a su 20 aniversario en el trono de Pedro, fueron concebidos casi como notas necrol¨®gicas, borradores de un epitafio al Papa polaco, due?o y se?or de la escena internacional durante tanto tiempo.
Frente a sus antecesores, distantes s¨ªmbolos del poder divino, el Papa desprende calor humano
El Papa ha vivido su pontificado de cara a los medios y posiblemente quiere terminarlo as¨ª
Pero Juan Pablo II ha seguido adelante. La pr¨¢ctica totalidad de los mandatarios que le enviaron telegramas de felicitaci¨®n aquel 16 de octubre de 1978, d¨ªa de su elecci¨®n, han desaparecido de la escena p¨²blica -muchos de ellos tambi¨¦n de la privada-, y el mundo ha cambiado substancialmente, con la ¨²ltima escalada terrorista y la instauraci¨®n del nuevo concepto jur¨ªdico-militar de la guerra preventiva. Pero en la Santa Sede sigue reinando el mismo monarca absoluto, aunque su poder real sea hoy una inc¨®gnita en una corte entregada ya a la b¨²squeda de un sucesor.
Quien haya seguido la trayectoria de Karol Wojtyla, el primer pont¨ªfice extranjero en los ¨²ltimos 450 a?os de historia vaticana, comprender¨¢ el porqu¨¦ de su insistencia de seguir en activo, firme ante las c¨¢maras de televisi¨®n, incluso en esta hora terrible del ocaso. El Papa polaco ha vivido su pontificado de cara a los medios de comunicaci¨®n, en mitad del escenario y todo apunta a que quiere terminarlo as¨ª. Su dominio del medio es absoluto quiz¨¢s por su pasado de actor, lo que no significa que Wojtyla no crea a fondo en su papel. Desde el primer momento supo que era necesario establecer una buena comunicaci¨®n con la prensa para hacer llegar su mensaje al mundo. Su objetivo era devolverle a la Iglesia cat¨®lica una posici¨®n preeminente en la escena internacional. En el plano interno, Wojtyla, como miembro de una Iglesia perseguida -aunque la jerarqu¨ªa polaca se demostr¨® m¨¢s s¨®lida que el r¨¦gimen comunista-, ven¨ªa a celebrar la tradici¨®n, a cortarles las alas a te¨®logos y movimientos internos ansiosos de una modernizaci¨®n de la Iglesia.
El nuevo Papa se presentaba ante el mundo con un perfil sorprendente y contradictorio. Ante la opini¨®n p¨²blica, Wojtyla era la imagen misma de la modernidad, un pont¨ªfice din¨¢mico que practicaba la nataci¨®n en su piscina de la residencia de Castelgandolfo, y el monta?ismo en los Alpes italianos. Frente a sus antecesores, que se hab¨ªan presentado al mundo como distantes s¨ªmbolos de un inasible poder divino, subidos en la silla gestatoria, Juan Pablo II desprend¨ªa calor humano. En el plano interno, sin embargo, el Papa polaco dio enseguida pruebas de la concepci¨®n restauradora que hab¨ªa de caracterizar su papado. Su misi¨®n era restablecer los principios del catolicismo ortodoxo en los cinco continentes y a ella se dedic¨® de inmediato.
Una de sus primeras iniciativas fue condenar con firmeza la teolog¨ªa de la liberaci¨®n que avanzaba en Am¨¦rica Latina. Acto seguido se lanz¨® a tumba abierta en la condena de la religi¨®n comunista. Su contribuci¨®n al desplome de los reg¨ªmenes comunistas de la Europa del Este es parte de la historia contempor¨¢nea, aunque el Papa y sus colaboradores m¨¢s pr¨®ximos han hecho esfuerzos por nivelar ese anticomunismo feroz con una condena igualmente severa de los excesos del capitalismo. Se ha acusado a Karol Wojtyla de ser un Papa autoritario, de no haber escuchado las llamadas insistentes de una parte de la jerarqu¨ªa y del clero en pro de una mayor democratizaci¨®n de la Iglesia. Se le ha censurado por su inmovilismo absoluto en otras materias que exigen urgentes cambios: desde el acceso de las mujeres al sacerdocio, hasta la aceptaci¨®n de los curas casados. Es un hecho que el Papa ha dejado de lado los aspectos m¨¢s espinosos de esa reforma interna de la Iglesia por la que muchos claman. En su defensa hay que decir que dirige una de las instituciones m¨¢s complejas que existen, y que entre sus prioridades nunca estuvo la de dar satisfacci¨®n a los sectores m¨¢s evolucionados de la misma. El Papa quer¨ªa, sobre todo, acercarse a las masas, llenar auditorios, estadios, campos de f¨²tbol, explanadas. Y en ese cap¨ªtulo su ¨¦xito ha sido total. Los llenos monumentales que se vieron en Roma, en la Jornada Mundial de la Juventud, en agosto de 2000, constituyen todo un r¨¦cord.
Seducir a las masas no ha sido el ¨²nico objetivo del largo pontificado de Juan Pablo II. Los esfuerzos del Papa por establecer buenas relaciones con las dem¨¢s fes han sido constantes en todos estos a?os. En su primera enc¨ªclica Redemptor Hominis, Wojtyla se present¨® como defensor de todas las religiones, lo que representaba un cambio cualitativo en la tradici¨®n vaticana. Esta apertura no le ha impedido en la ¨²ltima fase de su pontificado, defender el esp¨ªritu de la carta Dominus Iesus, en la que el cardenal Joseph Ratizinger, prefecto de la Congregaci¨®n para la Doctrina de la Fe, y uno de sus m¨¢s estrechos colaboradores, afirmaba la supremac¨ªa absoluta de la fe cat¨®lica sobre las dem¨¢s.
Pero ha sabido llevar adelante una elocuente pol¨ªtica de gestos. Ha sido el primer Papa en pisar una sinagoga, en Roma, y una mezquita, en Damasco, en visitar el anglicano Reino Unido, y el que m¨¢s se ha esforzado en restablecer los lazos con la Iglesia ortodoxa, un objetivo que le ha llevado a visitar Grecia en 2001. Por si esto fuera poco, Juan Pablo II ha sido el primero en pedir perd¨®n por el da?o causado por los hijos de la Iglesia en dos mil a?os de Cristianismo, y el primero en reconocer que la propia instituci¨®n que dirige ha podido generar el antisemitismo tan extendido a¨²n entre los cat¨®licos.
Los intelectuales y pol¨ªticos jud¨ªos no quedaron plenamente satisfechos con este documento expiatorio, pero cuando el Papa en persona introdujo una copia del mismo entre las piedras del llamado Muro de las Lamentaciones, en la Ciudad Vieja de Jerusal¨¦n, durante su visita oficial en marzo del 2000, todo fueron elogios y reconocimientos al Pont¨ªfice.
Juan Pablo II ha sido claro y terminante en las cuestiones de dogma, aunque, siguiendo a sus dos inmediatos predecesores, se ha preocupado por despersonalizar un poco la imagen antropom¨®rfica de Dios del que afirm¨®, en una de sus ¨²ltimas catequesis, "no es el anciano con barbas", que vemos en algunas ilustraciones de libros religiosos. Wojtyla, tan sensible a los problemas sociales, se ha mantenido inflexible, sin embargo, en la condena de los m¨¦todos anticonceptivos, incluso frente a la plaga del sida que ha diezmado la poblaci¨®n africana. En la m¨¢s pura tradici¨®n cat¨®lica ha condenado el aborto, con palabras todav¨ªa m¨¢s apocal¨ªpticas que sus antecesores, el divorcio, las parejas de hecho, las relaciones homosexuales, la eutanasia, y ha defendido la familia tradicional como ¨²nica fuente de estabilidad social.
El balance de sus 25 a?os de gobierno de la Iglesia es, del mismo modo que su pontificado, sumamente contradictorio. Sus paseos internacionales, seguido por una escolta period¨ªstica sin precedentes, no han impedido que otras religiones se extiendan peligrosamente en Am¨¦rica Latina en los ¨²ltimos tiempos. Sus posiciones intransigentes en materia doctrinal y moral, han seguido alejando a la sociedad europea de la Iglesia. Las vocaciones sacerdotales europeas s¨®lo se mantienen en auge en su nativa Polonia, aunque la poblaci¨®n es cada vez menos practicante en su propio pa¨ªs. Su sucesor encontrar¨¢ una Iglesia en estado cr¨ªtico, como la que recibi¨® Wojtyla de su antecesor. Los males de esta vieja instituci¨®n no se curan en un pontificado, ni siquiera en el de un Papa tan extraordinario como Juan Pablo II. Un sorprendente superviviente.
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