Dos comedias subvertidas
Uno. Me encant¨® ?Excusas! en el Pr¨ªncipe; dudo que haya otra comedia mejor en la cartelera madrile?a: por texto, por direcci¨®n y por reparto. En su versi¨®n original catalana, Excuses fue un triunfo en el Romea, har¨¢ dos o tres temporadas. Y, como les dije, el mes que viene se presenta en Londres. All¨ª van a quedarse de una pieza, supongo, al descubrir que al gran Alan Ayckbourn le han "salido" dos reto?os catalanes, Joel Joan y Jordi S¨¢nchez, los autores de esta fant¨¢stica funci¨®n, tan negra y desesperada como Absurd Person Singular o Absent Friends. Tambi¨¦n se quedan un tanto de una pieza (pero aplauden como locos) los espectadores del Pr¨ªncipe, la sala donde se eterniz¨® La cena de los idiotas; quiz¨¢ porque "repite" Pep¨®n Nieto y porque esperan un vodevil agridulce como el exitazo de Francis Veber. ?Excusas! es un gran eslalon que se desliza a toda m¨¢quina de la farsa costumbrista al apocalipsis moral seg¨²n la vieja Ley de Murphy: todo lo que pueda ir mal ir¨¢ a peor. A primera vista, un cr¨ªtico ¨¤ la page se?alar¨ªa que es una "comedia de tresillo", de "cenas de matrimonios", para decirlo con terminolog¨ªa de Alfonso Paso. La subversi¨®n radica en que aqu¨ª al tresillo le prenden fuego: los protagonistas de ?Excusas! son treinta?eros a la deriva -dos arquitectos y sus respectivas parejas- contemplados sin la menor clemencia. Pasa un a?o entre la primera cena y la segunda, y m¨¢s desastre, m¨¢s caos y m¨¢s desentendimiento no pueden caber en un comedor. S¨®lo un personaje se salva de la quema: el m¨¢s l¨²cido, el de la periodista Susana, testigo mudo de la hecatombe final.
A todos los cr¨ªticos (que, en el fondo, tenemos alma de comadrona) nos asustan los trasvases: un cambio de ciudad, de reparto, un nuevo teatro, una simple corriente de aire, y el ni?o, tan lozano, puede pillar un catarro fatal. Felizmente, no es ¨¦ste el caso: Pep Anton G¨®mez, que firm¨® la puesta en Barcelona, no pod¨ªa haber encontrado en Madrid mejor elenco, ni dirigirlo mejor. Me qued¨¦ con ganas de echarle flores a Pep¨®n Nieto (aunque no le hacen ninguna falta) por su gran trabajo en La cena de los idiotas. De nacer cuarenta a?os antes, y aunque Cassen bord¨® su papel, hubiera sido un Pl¨¢cido de a¨²pa. Nieto es un c¨®mico "de la vieja escuela": casi siempre compone el mismo tipo (el poverello, el gordito inocent¨®n) pero es un tigre en el escenario, que no deja escapar una r¨¦plica, ni un gesto, ni una posibilidad humor¨ªstica: gran, gran c¨®mico, con una energ¨ªa constante. Si Nieto es el augusto/v¨ªctima, Luis Merlo es el clown s¨¢dico. Nunca le he visto mejor, porque aqu¨ª resiste la mayor tentaci¨®n de un "joven gal¨¢n": caer simp¨¢tico, dulcificar las terribles aristas de su personaje. Ana Labordeta ha sido para m¨ª un descubrimiento: naturalidad de alt¨ªsimo voltaje. Y Melani Olivares, a la que descubr¨ª en la serie Polic¨ªas, una confirmaci¨®n rotunda: como su compa?era, exhala vida y verdad por los cuatro costados. Corran al Pr¨ªncipe: una comedia como ?Excusas! y un cuarteto como ¨¦ste no aparecen con frecuencia.
Dos. La Schaub¨¹hne de Berl¨ªn ha recalado por dos d¨ªas en el Lliure de Barcelona con Schoppen & Ficken, o sea, la versi¨®n alemana de Shopping & Fucking, la funci¨®n que revel¨® a Mark Ravenhill, uno de los cabezas de fila de los neoangrys brit¨¢nicos. Shopping fue, a mi juicio, uno de esos curiosos casos de texto "sobredimensionado" por la cr¨ªtica de su pa¨ªs: no pasaba de ser una primera obra, con hallazgos en situaciones y lenguaje, pero cuyo "esc¨¢ndalo" la convirti¨® en un "profundo diagn¨®stico del malestar generacional", como un Mirando hacia atr¨¢s con ira de los noventa. En Shopping se entrelazan dos historias: una, la m¨¢s c¨®mica, vendr¨ªa a ser un poco la versi¨®n hard de Bajarse al moro, y la otra, la m¨¢s tremebunda, que narra el sangriento romance entre un ex junkie y un chapero con sida, la hubiera firmado Eloy de la Iglesia en su mejor ¨¦poca. Pero Thomas Ostermeier, el joven le¨®n de la Schaub¨¹hne, ha subvertido, esta vez desde la direcci¨®n, una comedia que en siete a?os se ha quedado vieja. La operaci¨®n resulta tan singular como fascinante: potenciar los excesos (y los vac¨ªos) del texto de Ravenhill en clave de slapstick feroz, negro y violento. Un slapstick, adem¨¢s, quintaesencialmente ingl¨¦s: el que acu?aron los c¨®micos Rick Mayall y Adrian Edmondson en sus series televisivas The Young Ones y su secuela, la demoledora Bottom. Para que ese ejercicio de subversi¨®n quir¨²rgica funcione se requiere un director con mano maestra y un elenco con una t¨¦cnica apabullante, y Ostermeier posee ambas cosas. El "modelo" de Mayall, lun¨¢tico y desmesurado, corre a cargo de Thomas Bading, que interpreta a Mark, el ex junkie que busca liberarse de "todo tipo de adicciones" y acaba enamorado como un becerro, y el de Edmonson se lo apropia el impresionante Bern Stempel, un dealer con aspecto de funcionario psic¨®pata; una m¨¢quina de generar amenaza, con una simple mirada de sus ojos redondos y fijos, de pez abisal, o la suave pero terror¨ªfica convicci¨®n de sus discursos mesi¨¢nicos, a caballo entre el Teach de American Buffalo y los educad¨ªsimos asesinos de las primeras obras de Pinter. El chapero es Andr¨¦ Szymanski, perfecto en su papel, aunque los h¨¦roes c¨®micos de la velada son Jule Bowe, que interpretando a Lul¨² parece una joven Josele Rom¨¢n, espl¨¦ndida en la escena en la que consigue un trabajo de traficante de pastillas recitando un fragmento de El Rey Le¨®n, y, sobre todo, Bruno Cathomas, una turbina de energ¨ªa el¨¦ctrica (a nuestros ojos, m¨¢s mediterr¨¢nea que germ¨¢nica) que interpreta a Robbie, el fool de la comedia: interpela al p¨²blico con una gracia irresistible, lucha a brazo partido con una camilla de hospital en el mejor estilo Keaton y, cumbre absoluta, arrasa con la inveros¨ªmil acrobacia que ha de realizar para colocarse en un sof¨¢ ocupado por Lul¨² y el temible Brian. Toda una lecci¨®n de teatro, y una de esas visitas que no se olvidan.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.