Es mentira
Vengo de leer la noticia en los principales peri¨®dicos de Europa, la noticia en portada, pero ni los trucos de Internet ni las osadas afirmaciones radiof¨®nicas, ni el blablabl¨¢ de la televisi¨®n ni las llamadas de mis amigos o de mi familia, ni sus l¨¢grimas ni las m¨ªas podr¨¢n convencerme de que Manolo, nuestro Manolo, ha muerto. Ni siquiera cuando le traigan (dir¨¢n que le han tra¨ªdo, son astutos) y le exhiban; si eso ocurre, aceptar¨¦ que Manolo ha muerto. Porque ¨¦l mismo se pregunt¨®: "?Est¨¢n las cosas porque son o son porque est¨¢n?", respondi¨¦ndose: "El movimiento engendra fantasmas de existencias o el espacio es s¨®lo paisaje para la vida y la muerte de la materia" (Poema de Dard¨¦). Y tambi¨¦n (en Ciudad): "... pero s¨®lo ser¨¢s libre al llegar a Memoria, la ciudad donde habita tu ¨²nico destino"; por lo tanto, Manolo no puede estar muerto, porque mi paisaje de ninguna de las maneras admite semejante eventualidad y porque, en la ciudad, pa¨ªs, continente o planeta llamado Memoria, su existencia no es un fantasma ni un espejismo creado por un conjunto de movimientos, sino la materia de la que se alimentan los mejores recuerdos.
Por fin Terenci va a tener cerca a alguien que le ense?ar¨¢ a comer bien mientras hablan de cine
De modo que pongamos Tatuaje en el est¨¦reo y conduzcamos a la orfandad surgida de las negras ma?anas del a?o de la peste 2003 y sus infames noticias. Conduzcamos a la orfandad por el pasillo. A la cocina. Manolo no puede haber muerto en Bangkok, ?no se dan cuenta? Ser¨ªa como un capic¨²a, ni siquiera un gran escritor como ¨¦l puede conseguir un final tan literario. De hecho, las primeras informaciones fueron de lo m¨¢s contradictorias. Mi hermana mencion¨® el aeropuerto de Melbourne. Elisenda Nadal dijo Hong-Kong. ?Bangkok? ?Venga, hombre!
Aunque, debo reconocerlo, en el hipot¨¦tico caso -s¨®lo hipot¨¦tico, que quede claro- de que don Manuel V¨¢zquez Montalb¨¢n hubiera fallecido y no se hubiera largado con los p¨¢jaros de Bangkok a echarle un ojo a los mares del Sur (lamento usar esta met¨¢fora: seguro que muchos otros recurren a ella), la parte buena (para ambos) es que por fin Terenci va a tener cerca a alguien que le ense?ar¨¢ a comer bien mientras hablan de cine.
Pero Manolo no puede haber muerto precisamente un d¨ªa en que no tengo bacalao en mi despensa.
F¨ªjense que, en lo que llevo escrito, y no soy m¨¢s que una de las muchas personas que no nos resignamos ante su p¨¦rdida, estoy refiri¨¦ndome a Manolo no por su literatura, sino en su literatura; no por su vida, sino en su vida. Sin valoraciones, qui¨¦n soy yo para valorarle, pero empujada por la fuerza de mi cari?o hacia su existencia completa. Pues era un escritor total que empalmaba la acci¨®n con la did¨¢ctica y ¨¦sta con la escritura y todas amamant¨¢ndose de la ¨¦tica y de viejas lealtades de las que ¨¦l no pod¨ªa prescindir porque le produc¨ªa demasiado asco la insoportable pervivencia de los infames y no quer¨ªa proporcionarles munici¨®n extra.
Le conoc¨ª en un ascensor, ¨¦l iba a la redacci¨®n de TeleExpr¨¦s y yo a la de Fotogramas. ?Eso importa? Manolo estuvo presente para mi generaci¨®n desde el principio, no puedo recordar un mundo en el que la verdad no fuera comentada de una manera u otra por Manolo, padre y hermano, hermano sobre todo, de nuestra educaci¨®n sentimental.
T¨ªmido en los ascensores, delicioso en las mesas compartidas. El buen yantar y la buena conversaci¨®n le pon¨ªan ojos de chinito, risas de ni?o travieso. Seguramente el ni?o que recorr¨ªa el Barrio Chino cobrando recibos de una compa?¨ªa funeraria se cobraba su revancha comiendo en Casa Leopoldo (Rosa, querida, tambi¨¦n t¨² lloras hoy) y explicando an¨¦cdotas sin fin.
Pero si tengo que recordarle como si se fuera, como si nos hubiera dejado, sumiendo este paisaje en una niebla a¨²n m¨¢s sombr¨ªa, pensar¨¦ en ¨¦l tal como se puso al volante de su coche, una de las ¨²ltimas nocheviejas, saliendo de la casa ampurdanesa de Georgina y Oriol, despu¨¦s de la fiesta, vestido con el regalo que unas amigas le hab¨ªan hecho: un magn¨ªfico albornoz blanco. "Para que te lo pongas en uno de esos balnearios a los que vas", le dijeron. Y ¨¦l, serio como un juez, se puso el albornoz y dijo que era hora de volver a casa. Ana le sigui¨® y ¨¦l entr¨® en el coche y, mientras arrancaba, alc¨¦ la mano para despedirme y grit¨¦: "?Casper, Casper, feliz A?o Nuevo!".
"Bangkok tuvo mucha importancia en el pasado de Carvalho", o algo as¨ª, alguien tan trastornado como yo me telefonea para contarme que Manolo deja escrita esta frase en su ?¨²ltima? -no me lo creo- novela. Mira que si es verdad, mira que si el ateo solidario, el laico leal, manej¨® su vida hasta el punto de escribir la palabra fin donde y cuando le dio la gana.
He encontrado pescado para un guiso. Quiz¨¢ un arroz. ?Qu¨¦ hago, Manolo? ?Le pongo ?ora?
Babelia
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