Los indiferentes
Las sombras son tambi¨¦n protagonistas: en el v¨ªdeo que ha reproducido el crimen del Marem¨¤gnum rodean al asesinado Wilson Pacheco y a los que le propinan la paliza antes de echarle al mar. Tenemos detalles acerca de la personalidad de la v¨ªctima y de sus agresores, pero nada sabemos de los que, como sombras ahora huidizas, asistieron a los hechos desde una cercan¨ªa casi ¨ªntima. ?Qui¨¦nes son esos individuos que, a juzgar por la pel¨ªcula que se ha difundido, permanecieron completamente indiferentes ante lo que estaba sucediendo y continuaron, sin prisas, su camino por los muelles?
La comprobada cercan¨ªa de tales testigos ha acabado de poner el dedo en la llaga no porque se desconociera la herida, sino porque hasta la difusi¨®n del v¨ªdeo aqu¨¦lla pod¨ªa disimularse bajo el oportuno manto de la oscuridad. Era m¨¢s f¨¢cil imaginarse la escena de cuatro matones golpeando hasta la agon¨ªa a un desgraciado borracho que asistir a otra en que inocentes ciudadanos muestran absoluta indiferencia ante el crimen.
Incluso el mar se ha hecho m¨¢s acusador. Que Pacheco hubiera sido "arrojado al mar" ten¨ªa la tranquilizadora connotaci¨®n -aun para los barceloneses que conocen perfectamente su puerto- del delito cometido por especialistas que las pel¨ªculas nos han mostrado hasta la saciedad: un lugar oscuro, un muelle vac¨ªo, un ajuste de cuentas ajeno al ritmo bienpensante de la ciudad. Sin embargo, las im¨¢genes de la pel¨ªcula emitida durante el juicio no s¨®lo niegan esta perspectiva, sino que se aferran a aquella contraria que, como todos sab¨ªamos desde el principio, era la ¨²nica posible: un lugar iluminado, un muelle repleto, despreocupadamente p¨²blico. Wilson Pacheco fue arrojado al mar, pero a un mar domado por nuestro asfalto y tan familiar como las calles de la ciudad. Lejos de ahogarse en una profundidad abismal se ahog¨® en una de nuestras aceras.
Esto da mayor relieve a las sombras puesto que las que se divisan en el v¨ªdeo se encarnan inquietantemente en nuestra cotidianidad. No hay, con toda probabilidad, gran diferencia entre los indiferentes testimonios del crimen del Marem¨¤gnum y muchos de sus contempor¨¢neos. Es posible que el hecho de que Pacheco fuera ecuatoriano -"no vale la pena tirarse al agua por un sudaca", dijo uno de los agresores- contribuyera a aquella actitud por parte de algunos, pero en lo sustancial creo que el comportamiento hubiera sido el mismo, se tratara de quien se tratara y una vez que la v¨ªctima se hab¨ªa convertido en un bulto sin la menor importancia.
Hay un componente extremadamente s¨®rdido en el supuesto hedonismo de nuestros d¨ªas y, como es obvio, de nuestras noches. La Diversi¨®n, as¨ª en may¨²sculas y como valor absoluto, ha dado pie a una suerte de culto, tan masivo como estupidizante, en el que todo es justificable en aras a servir al m¨¢s tonto de los dioses que ha concebido la mente humana: culto, por lo dem¨¢s, y como era de esperar, aprovechado hasta las ¨²ltimas consecuencias por los grandes engranajes del negocio y del consumo, a los que la transformaci¨®n del goce en pura mercanc¨ªa est¨¢ dando r¨¦ditos inimaginables hace poco. En el extremo opuesto de la espontaneidad que se le supondr¨ªa la Diversi¨®n, planificada de este modo hasta el ¨²ltimo detalle, tiene mucho de totalitario y basta comprobar en cualquiera de nuestras ciudades sus efectos demoledores. Y el fomento de la indiferencia ante lo "no divertido", no ser¨ªa, desde luego, el menor.
No es de descartar, tampoco, que las sombras que aparecen en el v¨ªdeo, o al menos algunas de ellas, sintieran temor. Los gestos y los movimientos captados por la c¨¢mara, figuras que contin¨²an caminando tranquilamente y sin aparentes sobresaltos cuando los vigilantes arrastraron a Pacheco y finalmente se desprenden de ¨¦l, nos informan m¨¢s de indiferencia que de temor. Pero hay una franja bien determinada de la geograf¨ªa humana en la que temor e indiferencia coinciden y quiz¨¢ se necesitan mutuamente. Pudo pasar que los espectadores del crimen simularan indiferencia por temor y, si fue as¨ª, tambi¨¦n actuaron de una forma bien representativa de lo que sucede en nuestras calles.
No hace falta llegar a la violencia de los vigilantes de la discoteca del Marem¨¤gnum para percibir esa otra violencia, difusa, que atraviesa las ciudades. El mat¨®n, a diversas escalas y en los ¨¢mbitos m¨¢s diversos, se ha convertido en un personaje habitual y, lo que es m¨¢s desasosegador, natural. La matonizaci¨®n de la vida cotidiana es un estilo pero, no nos enga?emos, tambi¨¦n una ideolog¨ªa, aunque est¨¢ agazapada en el hipot¨¦tico vac¨ªo ideol¨®gico. Sus consecuencias son sensibles: la propagaci¨®n del temor y, una vez ¨¦ste se instala en la atm¨®sfera, el cultivo de la indiferencia.
Deber¨ªa emitirse peri¨®dicamente el v¨ªdeo del linchamiento de Wilson Pacheco, pero sin insistir en la pobre v¨ªctima, merecedora de paz, ni en los siniestros agresores, ejemplares demasiado c¨¦lebres de mat¨®n. Una y otros podr¨ªan borrarse de la escena para otorgar a las sombras todo su protagonismo. Ellas son nuestra lecci¨®n de futuro. Sobre aquellos indiferentes a los que aludi¨® en una novela Alberto Moravia en 1929 -titulada precisamente as¨ª, Los indiferentes- irrumpi¨® un monstruo devastador. ?Qu¨¦ otro monstruo espera nuestra indiferencia?
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