Ratisbona, prosperidad que permanece
A orillas del Danubio alem¨¢n, una ciudad vital despu¨¦s de tantos siglos
El visitante percibe en Ratisbona -Regensburg en alem¨¢n- los datos seguros de una prosperidad que viene de antiguo. Las innumerables viviendas y salones g¨®ticos que contin¨²an sirviendo de ¨¢mbito a la vida cotidiana -caf¨¦s, librer¨ªas, tiendas de alimentaci¨®n, peluquer¨ªas- son la segura se?al de unas edificaciones civiles que, s¨®lida y bellamente construidas hace siglos, siguen siendo ¨²tiles a sus moradores y propietarios, sin que ¨ªnfulas de nuevos ricos o urgencias especulativas les hayan tentado a reconvertirlas a la modernidad. Pues las antiguas trazas han sido escrupulosamente respetadas, y podemos encontrar una nutrida oferta de m¨²sica en CD o los m¨¢s modernos aparatos reproductores de v¨ªdeo y audio al pie de las nervaduras de piedra que sostienen una b¨®veda con un roset¨®n, sin que los sistemas de iluminaci¨®n o exposici¨®n de art¨ªculos propios de los tiempos que vivimos hayan da?ado la estructura p¨¦trea de los lugares. A veces, el espacio g¨®tico del nivel de la calle se asienta sobre construcciones m¨¢s viejas, s¨®tanos rom¨¢nicos e incluso romanos. Sin embargo, cuando los romanos se establecieron aqu¨ª, fundando Castra Regina, uno de los l¨ªmites septentrionales del imperio, ya hab¨ªa habido pobladores desde la prehistoria.
Goethe, que residi¨® por alg¨²n tiempo en Ratisbona, dijo que el paraje es tan maravilloso que ten¨ªa sin duda que servir de emplazamiento a una ciudad. Y ten¨ªa raz¨®n: all¨ª, el joven e impetuoso Danubio recibe las aguas del Regen, dando ocasi¨®n a ciertas islas cargadas de recuerdos, y al noroeste lo rodea la selva b¨¢vara. Pero ya los celtas hab¨ªan encontrado acogedor el paraje, bautizando su poblado con el nombre de Radaspona.
Del Imperio Romano, y de la voluntad de Marco Aurelio, subsisten las rotundas trazas de la Porta Praetoria y de la muralla que franqueaba, y en el Museo Hist¨®rico hay algunas piezas que hablan de aquellos tiempos oscuros, como el tesoro de monedas y torques que alg¨²n soldado romano enterr¨®, acaso ante el agobiante sitio de los b¨¢rbaros. Del esplendor medieval hay tambi¨¦n muchos testimonios: es muy notable el Ostentor, puerta torre de la antigua fortaleza. Pues murallas y torres defendieron la ciudad que sucesivamente fue sede de los Agilulfos (duques de Baviera), de los reyes carolingios y de la Dieta Imperial, y que creci¨® a lo largo del tiempo con hermosos edificios eclesi¨¢sticos -la catedral g¨®tica de San Pedro, con su preciosa capilla rom¨¢nica del claustro; el monasterio de San Emmeram, hoy palacio Thurn und Taxis; la iglesia de San Ulrico; la de los carmelitas; la Alte Kapelle...- y viviendas civiles, con altas torres como la Torre Dorada, o la de la familia Baumburger, o la que se alza en Wahlenstrasse, algunas con pinturas en la fachada como los enormes David y Goliat que decoran la de Goliathhaus. De la importancia hist¨®rica de la ciudad quedan tambi¨¦n testimonios patentes, y el Viejo Ayuntamiento conserva el sal¨®n de recepciones de sus tiempos de ciudad libre imperial, y la estancia en que se reun¨ªan los pr¨ªncipes electores de la Dieta.
Historias y personajes
Pero junto a esta memoria institucional est¨¢n los recuerdos de otras historias personales significativas: el Goldene Kreuz, en Haidplatz -la plaza triangular escenario de torneos medievales-, donde el emperador Carlos V am¨® a B¨¢rbara Blomberg y la hizo madre de Juan de Austria; la leyenda de la isla del Danubio en que estuvo detenido, por incidentes derivados del servicio imperial, el poeta Garcilaso de la Vega; la casa en que vivi¨® el pintor Albrecht Altd?rfer, de cuyos frescos para los Ba?os del Administrador Arzobispal queda una imagen de fuerte contenido er¨®tico; la casa en que muri¨® el astr¨®nomo Johannes Kepler, mientras reclamaba, al parecer sin ¨¦xito, ciertos salarios atrasados que le deb¨ªa el emperador, o la residencia en que estuvo Napole¨®n.
Del prop¨®sito de permanencia de la ciudad puede ser prueba firme la Historische Wurstk¨¹che, una peque?a taberna-salchicher¨ªa erigida junto al Danubio hace m¨¢s de 500 a?os. Pese a sufrir las peri¨®dicas inundaciones de las copiosas aguas, la casita -y su terraza- siguen siendo punto de reuni¨®n y solaz para los regenburgueses. La vetusta taberna se alza muy cerca de un edificio emblem¨¢tico de la ciudad, la Estaci¨®n de la Sal, y del Steinerne Br¨¹cke, el Puente de Piedra, uno de los puentes rom¨¢nicos m¨¢s antiguos de Alemania, con un hombrecillo tallado que se?ala tambi¨¦n aqu¨ª la vieja leyenda de la ayuda del diablo constructor y su frustraci¨®n cuando un perro, un gallo y una gallina, primeros seres vivos que atravesaron el puente reci¨¦n construido, le dejaron sin el alma humana que esperaba. Y al otro lado del puente, Stadtanhof marca una brusca y sorprendente diferencia arquitect¨®nica, dando indicios de lo que Ratisbona tuvo de punto fronterizo y de su peculiar cultura urbana.
Sin embargo, la ciudad no se ha quedado dormida en su pasado, y en la actualidad es un punto comercial e industrial relevante. Importantes firmas de la industria automovil¨ªstica, la electr¨®nica, la mec¨¢nica, est¨¢n instaladas en su per¨ªmetro. Universitaria, polit¨¦cnica, con tradici¨®n en la ense?anza musical, Ratisbona ofrece esa imagen de lugar muy asentado en la historia pero que quiere ser mucho m¨¢s que un archivo o un museo. Con su suelo adoquinado, sus muros de colores apastelados y sus tejas escamosas en los empinados tejados que les dan plasticidad de grandes seres vivos, Ratisbona tiene buenas cervecer¨ªas, caf¨¦s -alg¨²n caf¨¦-concierto modernista, como el F¨¹rtenhof-, museos interesantes, itinerarios para estupendos paseos callejeros o ribere?os, y un Danubio navegable en el buen tiempo que facilita visitas a hermosos o pintorescos lugares, como el Walhalla que erigi¨® a orillas del r¨ªo aquel rey delirante que se llam¨® Luis I. Y todo a esa medida accesible y confortable -la ciudad tiene 140.000 habitantes- que permite al visitante abarcarla entera y con gusto y disfrutar de su imagen pr¨®spera de lugar pujante, lleno de vitalidad despu¨¦s de tantos siglos. Una estampa europea que invita a una mirada optimista.
- Jos¨¦ Mar¨ªa Merino (A Coru?a, 1941) es autor de la novela El heredero. Alfaguara, 2003.
GU?A PR?CTICA
C¨®mo ir
- Ratisbona se sit¨²a a 125 kil¨®metros al norte de M¨²nich. El trayecto en tren (www.bd.de) cuesta unos 20 euros.
- Lufthansa (902 22 01 01), a M¨²nich, por ejemplo, desde Madrid y Barcelona (compra con 14 d¨ªas de antelaci¨®n), 298 y 282 m¨¢s tasas, respectivamente, hasta el 15 de diciembre.
- Air Berlin (901 11 64 02) conecta varios aeropuertos espa?oles con M¨²nich a trav¨¦s de Palma de Mallorca, desde 59 euros el trayecto.
- Iberia (902 400 500). Ofertas para compras en www.iberia.com (tarifas sin tasas): con 21 d¨ªas de antelaci¨®n, de Madrid, a partir de 194; de Barcelona, 160. Y de ¨²ltima hora, de Madrid, 148; de Barcelona, 135.
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