En el Mald¨¤
El Servicio de Prevenci¨®n y Extinci¨®n de Incendios y Salvamento del Ayuntamiento ha precintado el cine Mald¨¤. Cuando un cine cierra, aunque sea por no cumplir la normativa de seguridad, lo justo es que alguien lo lamente y se sume al g¨¦nero period¨ªstico de la melancol¨ªa cin¨¦fila. Hag¨¢moslo, pues. Sin ser una autoridad en la materia como lo fue Jordi Torras, autor de Viaje sentimental por los cines de Barcelona (Parsifal Ediciones), s¨ª fui cliente del Mald¨¤ y he visto desaparecer unas cuantas salas (Jaime I, Provenza, Oriente, Iris, Delicias, Versalles, Spring, Loreto, Galer¨ªas Condal, Adriano, Ars...), algunas reconvertidas en pr¨®speras sucursales de bancos y cajas de ahorros. Si bien el v¨ªdeo no logr¨® acabar con el cine, s¨ª se carg¨® el circuito de reestreno (dobles programas a un precio razonable en salas generalmente cochambrosas pero con ese ro?oso encanto que tanto fascina a los j¨®venes felices e indocumentados).
El DVD y el v¨ªdeo permiten, en efecto, la revisi¨®n de casi cualquier t¨ªtulo. Pero no resuelven la gran ventaja de los cines de reestreno: acoger a personas que no quer¨ªan estar en casa y que pasaban d¨ªas enteros sentadas ante una pantalla por la que desfilaban im¨¢genes c¨®micas, tr¨¢gicas o est¨²pidas. All¨ª acud¨ªamos jubilados, virtuosos del escaqueo, al¨¦rgicos al encierro dom¨¦stico y estudiantes que, en lugar de cumplir con nuestro deber acad¨¦mico, busc¨¢bamos en el cine una forma glamourosa de rebeli¨®n. Me consta que hubo, en muchas salas, m¨ªticas pajilleras de ¨²ltima fila. Yo, sin embargo, nunca me tropec¨¦ con ninguna (lo m¨¢s vicioso que encontr¨¦ fue, en el cine Bonanova, un vejestorio de p¨¦simo aliento que intent¨® meterme mano).
Mi recorrido habitual inclu¨ªa el Savoy, el Alexis, el Galer¨ªas Condal, el Petit Pelayo y el Mald¨¤ por una cuesti¨®n de horario: ten¨ªan sesi¨®n matinal y continua. Eso permit¨ªa entrar a las diez de la ma?ana y no salir hasta la hora de comer, lo cual te resolv¨ªa buena parte de una agenda que resultaba dif¨ªcil de llenar, a no ser que fueras a clase. Fue una escuela an¨¢rquica de cinematograf¨ªa (los s¨¢bados, el horario te permit¨ªa ver cuatro o cinco pel¨ªculas). Los proyectores eran tan defectuosos como las pel¨ªculas y las diapositivas de los anuncios ("visite nuestro servicio de bar") constitu¨ªan una invitaci¨®n al suicidio. Pero molaba ir acumulando pel¨ªculas como quien colecciona cromos y observar el paso del tiempo en las manchas de humedad de unos techos alt¨ªsimos, siempre a punto de venirse abajo.
Creo recordar que, en un momento dado, el Mald¨¤ pas¨® a formar parte del C¨ªrculo A, que era el colmo de lo progresista, una cadena exhibidora que result¨® crucial para construir una oferta algo m¨¢s completa que la que impon¨ªa a Pajares y a Ozores como referentes intelectuales. Por aquel entonces, los cin¨¦filos m¨¢s recalcitrantes coleccion¨¢bamos los prospectos con la ficha t¨¦cnica que se daba en estos cines, le¨ªamos la revista Casablanca y lleg¨¢bamos incluso a hacer una ficha con cada pel¨ªcula vista (reparto y nombre de la sala). De aquel periodo fetichista s¨®lo conservo una caja llena de fichas ordenadas alfab¨¦ticamente, por el nombre de los directores. Al enterarme del cierre del Mald¨¤, no ca¨ª en el derrame nost¨¢lgico-pringoso, aunque s¨ª revis¨¦ los centenares de fichas, buscando pel¨ªculas vistas en aquella sala. Les hago una selecci¨®n. Hay tres del polaco Andrjez Wajda, un ejemplo de buen director de cine social y politizado: El director de orquestra, Las se?oritas de Wilko y El hombre de m¨¢rmol. Y hay m¨¢s: La noche de San Lorenzo, de los hermanos Taviani (Paolo y Vittorio, dec¨ªamos los que nos las d¨¢bamos de listos); Sacco e Vanzetti, de Giuliano Montaldo; La ansiedad de Veronika Voss, de Rainer M. Fassbinder, y la extraordinaria Tiempo de revancha, de Adolfo Aristarain. El ejercicio de hurgar en el pasado confirma que no todos los cines son iguales. Y que programar tambi¨¦n consiste en buscar a un p¨²blico m¨¢s inquieto, una tendencia que, sin ser mayoritaria, est¨¢ representada por los dignos herederos del cine de arte y ensayo no entendido como impostura presuntuosa, sino como aportaci¨®n a la variedad. Los dos ¨²ltimos t¨ªtulos que deb¨ªan proyectarse en el Mald¨¤ demuestran la evoluci¨®n de las inquietudes del cine y algunos de sus fracasos. Si entonces abundaban el testimonio pol¨ªtico y el vanguardismo formal, esta semana se iban a proyectar Desnudos, de Doris Dorrie, y Besen a quien quieran, de Michel Blanc. Son reflexiones que, lejos de revolucionar el orden establecido, se limitan a constatar, con humor amargo y sin efectos especiales, las debilidades hormonales y sentimentales de parejas y divorciados asustados y desconcertados, a punto de ser precintados por no cumplir la normativa de seguridad y de ser devorados por la inexorable prosperidad de bancos y cajas de ahorros.
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