Ruinas y violines
No deja de resultar sorprendente, pese a la resignaci¨®n con que parece aceptarse, la escasa permeabilidad que se da entre las literaturas de las diferentes lenguas peninsulares. Ser¨ªa interesante debatir sus causas y sopesar el papel que en ello juegan no s¨®lo las respectivas pol¨ªticas culturales, sino tambi¨¦n, y quiz¨¢ m¨¢s decisivamente, los medios de comunicaci¨®n. El caso es que la publicaci¨®n en castellano de un autor catal¨¢n adquiere siempre un cierto car¨¢cter de exotismo. Y s¨®lo en casos muy contados su difusi¨®n atraviesa las capas de aprensi¨®n o de indiferencia que parecen suscitar, entre los lectores de habla castellana, las onom¨¢sticas con marcada denominaci¨®n de origen: esos Jordi, esos Francesc, esas Dolors, esos Eduard.
EL SILENCIO DE LOS ?RBOLES
Eduard M¨¢rquez
Traducci¨®n de Ram¨®n Minguill¨®n
Alianza. Madrid, 2003
152 p¨¢ginas. 11 euros
Lo m¨¢s sorprendente, con todo, es el modo en que se incumplen los prejuicios m¨¢s generalizados. Pues s¨®lo muy ocasionalmente los narradores "perif¨¦ricos" (por as¨ª llamarlos, haciendo uso de un tendencioso eufemismo) practican modalidades de lo que cabe entender por localismo. Lejos de eso, resulta casi decepcionante la uniformidad tanto de los temas enfocados como de los planteamientos narrativos e incluso estil¨ªsticos. Lo cual refuerza la tesis, sostenida por algunos, de que, en rigor, apenas cabe hablar, al menos por lo que a Espa?a respecta, de narrativas distintas, sino m¨¢s bien de una misma narrativa en distintas lenguas. No cabr¨ªa, en rigor, hablar de narrativa catalana, o gallega, o vasca, sino, m¨¢s propiamente, de narrativa en lengua catalana, o en lengua gallega, o en euskera.
Rep¨¢rese si no en una novela como El silencio de los
¨¢rboles, de Eduard M¨¢rquez (Barcelona, 1960), que s¨®lo accidentalmente, se dir¨ªa, ha sido escrita en catal¨¢n por un autor catal¨¢n. Lo mismo podr¨ªa aparecer firmada -y conste que subrayarlo no supone nada en contra- por un autor suizo o serbio.
Los personajes de la novela
llevan nombres como Andreas Hymer, Ernest Bolsi o Amela Jensen. La acci¨®n transcurre en una ciudad sitiada de la que no se da el nombre, aunque todo mueve a pensar que se trata de Sarajevo, capital que el autor visit¨® hace alg¨²n tiempo. Una tr¨¢gica historia de amor, protagonizada por una pareja de m¨²sicos, act¨²a de cord¨®n en torno al cual se trenza una especie de coro epistolar formado por las cartas en las que distintos personajes expresan a novias, familiares, amigos o simples conocidos las tribulaciones y las congojas a que se ven sometidas sus vidas en el prolongado estado de excepci¨®n creado por la guerra. Todos estos personajes comparten una extra?a distracci¨®n: acuden regularmente a un desmantelado museo de la m¨²sica en el que un viejo luthier cuenta arrebatadas historias frente a las vitrinas y espacios vac¨ªos donde se expon¨ªan antes los instrumentos. Una de esas historias, la del desgraciado amor del luthier con una violinista, constituye el otro hilo conductor de la novela, que salta alternativamente de uno a otro de sus m¨²ltiples planos narrativos, y que yuxtapone h¨¢bilmente pasado y presente para reconstruir las dos historias de amor.
El mito de Orfeo sirve de referente metaf¨®rico a partir del cual la novela se postula muy expl¨ªcitamente como bienintencionada ilustraci¨®n del modo en que los poderes del amor y del arte ofrecen resistencia a los efectos deshumanizadores del horror. Eduard M¨¢rquez ha declarado que la novela tiene su origen en el impacto que le produjo un pasaje de L'agulla daurada, de Montserrat Roig, donde se cuenta c¨®mo, durante el sitio de Leningrado, en la Segunda Guerra Mundial, un gu¨ªa del Ermitage segu¨ªa dando sus explicaciones frente a los marcos vac¨ªos. La deliberada imprecisi¨®n de los referentes geogr¨¢ficos y pol¨ªticos tiende a subrayar, en El silencio de los ¨¢rboles, el car¨¢cter universal de la situaci¨®n dibujada, que podr¨ªa darse cualquier d¨ªa en cualquier ciudad contempor¨¢nea. Lo que importa a M¨¢rquez es justamente el asidero que, en cualquier circunstancia, ofrecen al hombre el amor y la belleza, la imaginaci¨®n y la memoria. Pero es precisamente la determinaci¨®n de sustraer a la novela de su realidad concreta la que termina por desactivarla.
Toda la novela, por otra parte, rezuma un culturalismo a la postre cargante, impostadamente mitteleuropeo. Cierto es que el esquematismo del planteamiento y la contenci¨®n general del estilo (no exento de los desbordamientos ret¨®ricos a que suele exponerse la literatura "musicogr¨¢fica", por as¨ª llamarla) refrena los peligros que por ese lado apuntan. Pero el sonido de los violines no deja de resultar chirriante entre el silenciado ruido de las bombas y los disparos, entre las apagadas alarmas, las calles sin gritos.
Basta pensar en un libro como
el reciente Capital de la gloria, de Juan Eduardo Z¨²?iga (o el muy anterior Largo noviembre en Madrid, del mismo autor), para hacerse cargo de la esencial artificiosidad de El silencio de los ¨¢rboles, no importa cu¨¢n amplia sea la base documental del relato, ni su carga testimonial.
Eduard M¨¢rquez es un escritor s¨®lido y concienzudo. Poeta adem¨¢s de narrador, y autor de varias novelas infantiles, en su trayectoria destacan dos interesantes libros de relatos: Zugzwang (1995) y L'eloqu?ncia del francotirador (1998), as¨ª como la novela anterior a ¨¦sta, Cinc nits de febrer (2000), publicada en castellano tambi¨¦n por Alianza, y que tuvo una buena acogida por parte de la cr¨ªtica. El silencio de los ¨¢rboles supone, en relaci¨®n a estos t¨ªtulos anteriores, un paso adelante camino a zafarse del intelectualismo y de la abstracci¨®n que en ellos predomina. Pero es un paso dado en ninguna direcci¨®n. O mejor dicho: es un paso de baile. Un elegante paso de vals en los muy concurridos salones, de rom¨¢nticos desconchados y ajados terciopelos, en que se celebra el festival internacional de bel letrismo.
Es evidente que su condici¨®n de escritor en lengua catalana no inhibe a Eduard M¨¢rquez de practicar una literatura saludablemente desentendida de toda marca nacional, absorta en sus muy propios intereses literarios. Pero una novela como El silencio de los ¨¢rboles parece un lujoso producto de duty free cultural, de los que terminan por adquirirse en cualquier aeropuerto cuando se regresa de un viaje sin haberse tra¨ªdo nada.
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