Por una cultura de la derrota
El historiador Wolfgang Schivelbusch ha dedicado su ¨²ltimo libro (The culture of defeat. On national trauma, mourning and recovery) al estudio de tres grandes derrotas de la historia moderna. Los casos del sur de Estados Unidos tras la Guerra de Secesi¨®n, de Francia luego de la guerra franco-prusiana de 1871 y de Alemania despu¨¦s de la Primera Guerra Mundial son ilustrativos, seg¨²n este erudito alem¨¢n, de un curioso proceso simb¨®lico que permite a las naciones perdedoras sublimar la derrota militar por medio de una cultura de la singularidad o la superioridad espiritual. El perdedor, al decir de Schivelbusch, reacciona al trauma con un ej¨¦rcito de mitos: mitos tan poderosos y providenciales como los que le impone su propio vencedor. En algunos casos, como la Francia finisecular o la Alemania de entreguerras, esos mitos se traducen en un revanchismo militar que lo mismo aspira a la reconquista de Alsacia y Lorena que a la humillaci¨®n de toda Europa.
El enfoque de Schivelbusch podr¨ªa trasladarse con provecho a otras experiencias de derrota militar. Por ejemplo, M¨¦xico en 1847, Espa?a en 1898 o Alemania, Italia y Jap¨®n en 1945. Lo valioso de estos casos es que, al igual que en el sur de Estados Unidos, la cultura de la derrota carece del frenes¨ª de la revancha militar y se manifiesta, sobre todo, en una redefinici¨®n intelectual y pol¨ªtica del tama?o y la identidad del derrotado. Despu¨¦s de la p¨¦rdida de m¨¢s de la mitad del territorio virreinal de la Nueva Espa?a, las ¨¦lites mexicanas afianzaron su nacionalismo y propiciaron una pol¨ªtica exterior de contrapesos entre Europa y Estados Unidos. En el trasfondo hist¨®rico de una buena parte de la literatura y la pol¨ªtica espa?olas, entre Alfonso XIII y Franco, est¨¢ el trauma del "desastre" del 98. Pero, a diferencia de aquella Espa?a, un imperio venido a menos que intent¨® restituir su grandeza a trav¨¦s de la lengua, la diplomacia, la guerra en Marruecos y la dictadura, los tres grandes perdedores del siglo XX, Alemania, Italia y Jap¨®n, pa¨ªses con una larga tradici¨®n imperial, optaron por una democracia retra¨ªda, celosa de cualquier rearme del orgullo nacional.
?C¨®mo acercarnos a la historia de Cuba desde una filosof¨ªa de la derrota? Lo primero que salta a la vista, en el caso de esta peque?a naci¨®n caribe?a, es el contraste entre una ideolog¨ªa nacionalista, aferrada a s¨ªmbolos heroicos de grandeza militar, y una historia colonial, republicana y revolucionaria desprovista de importantes confrontaciones internacionales en las que Cuba haya sido parte y no simple escenario de alg¨²n conflicto. Tres grandes enfrentamientos imperiales han tenido lugar en esa isla: el de 1762, entre Gran Breta?a y Espa?a, ya al final de la Guerra de los Siete A?os, cuando La Habana fue ocupada durante un a?o por los ingleses y devuelta a cambio de la Florida; el de 1898, entre Espa?a y Estados Unidos, que deriv¨® en una intervenci¨®n norteamericana de cuatro a?os y el surgimiento de una rep¨²blica semisoberana, y el de octubre de 1962, entre la Uni¨®n Sovi¨¦tica y Estados Unidos, provocado por la instalaci¨®n de misiles sovi¨¦ticos en la isla y que no lleg¨® al estallido de una guerra nuclear, como deseaba Fidel Castro, gracias al pacto Kennedy-Jruschov.
En el primero, la participaci¨®n militar de los cubanos se limit¨® a una docena de criollos que pelearon al lado de Espa?a, por lealtad a Carlos III, y que fueron derrotados. En el segundo, el Ej¨¦rcito Libertador, encabezado por M¨¢ximo G¨®mez, Calixto Garc¨ªa y Bartolom¨¦ Mas¨®, comparti¨® la victoria con las tropas de Wheeler, Shafter, Lee y Roosevelt, sin cuyo auxilio el conflicto se habr¨ªa mantenido en un empate similar al de la Guerra de los Diez A?os. En el tercero, la intervenci¨®n de los cubanos puede reducirse a un evento: el derribo de un U2 norteamericano por ¨®rdenes directas de Fidel Castro. De manera que, lejos de ser una naci¨®n guerrera, acostumbrada a medir fuerzas con rivales vecinos, Cuba ha sido un teatro de operaciones donde los grandes imperios atl¨¢nticos se disputan la hegemon¨ªa del Caribe. Las guerras de Cuba han sido, pues, guerras anticoloniales como las de 1868 y 1895, guerras raciales como la de 1912 o guerras civiles como las revoluciones antimachadista y antibatistiana. La ¨²ltima guerra civil cubana fue la revoluci¨®n anticomunista, entre 1960 y 1965, un proceso desconocido por la historiograf¨ªa contempor¨¢nea, en el que unos revolucionarios cubanos vencieron a otros.
La condici¨®n subordinada de Cuba en los conflictos internacionales repugna al imaginario mesi¨¢nico del nacionalismo cubano, cuyos defensores no se conforman con la funcionalidad geopol¨ªtica de la isla y aspiran al protagonismo hist¨®rico de una peque?a naci¨®n con un gran capital simb¨®lico: ser rival de Estados Unidos. Este malestar en los m¨¢rgenes estimula la construcci¨®n de mitos triunfalistas como aquel que asegura que Estados Unidos intervino en 1898 cuando los cubanos estaban a punto de vencer a Espa?a o el que establece que en 1961 las milicias cubanas derrotaron al "imperialismo yanqui" en Playa Gir¨®n. La evidencia hist¨®rica de que los independentistas cubanos no estaban ganando la guerra a fines de 1897 o de que los 1.500 miembros de la Brigada 2506 carecieron de cobertura a¨¦rea y naval de Estados Unidos en Bah¨ªa de Cochinos no resulta suficiente para deshacer tales mitos. El eterno reproche a Estados Unidos, por escamoteo de una victoria ficticia, o la invenci¨®n de un triunfo militar sobre la potencia vecina parecen fantas¨ªas de una debilidad y una peque?ez mal asumidas.
En la ¨¦poca revolucionaria, las ansias de gloria militar del nacionalismo cubano alcanzaron su apogeo. Sin embargo, las incursiones de Cuba en las guerrillas latinoamericanas, en los a?os sesenta y setenta, o en los movimientos descolonizadores africanos, en los a?os setenta y ochenta, habr¨ªa que entenderlas como participaciones en guerras civiles ajenas, monitoreadas desde lejos por las grandes potencias de la guerra fr¨ªa. Las victorias del ej¨¦rcito cubano en Angola, por ejemplo, fueron compartidas con el MPLA y la Uni¨®n Sovi¨¦tica y no se verificaron contra el rival hist¨®rico de Cuba, Estados Unidos, sino contra la UNITA y Sur¨¢frica. La ¨²nica vez que el ej¨¦rcito cubano se ha enfrentado directamente con tropas norteamericanas fue durante la invasi¨®n de Estados Unidos a Granada, en 1983, cuando el destacamento que encabezaba el coronel Tortol¨® huy¨® derrotado, sin que jam¨¢s el Gobierno de Fidel Castro lo reconociera p¨²blicamente. Ser¨ªa saludable para el nacionalismo cubano, lo mismo en la isla que en el exilio, desarrollar una cultura de la derrota. Que los vencedores se abstengan de pregonar su victoria y que, a cambio, los perdedores aprendan a reconocer su fracaso. Si este pacto de humildad, este "oficio de perder", como le llama el escritor Lorenzo Garc¨ªa Vega, es m¨¢s o menos v¨¢lido en una guerra entre adversarios decentes, en pol¨ªtica, y sobre todo en una pol¨ªtica democr¨¢tica, es indispensable para garantizar la legitimidad de todos los actores. Como se sabe, los desequilibrios del problema cubano, tanto en La Habana como en Miami, se deben a la perenne confusi¨®n entre guerra y pol¨ªtica, entre pueblo y Gobierno, entre ciudadan¨ªa y poder, entre enemistad y oposici¨®n. Cuando esos nudos totalitarios se desaten, el nacionalismo dejar¨¢ de ser una ideolog¨ªa de Estado e, incluso, una doctrina de r¨¦gimen, y se convertir¨¢ en lo que alg¨²n d¨ªa fue: un conjunto de emociones c¨ªvicas.
Rafael Rojas es historiador cubano exiliado en M¨¦xico, codirector de la revista Encuentro.
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