C¨®mo puede ayudar Bush a Tony
El jueves pasado, los que se dirig¨ªan hacia la manifestaci¨®n contra Bush se cruzaron, al llegar al centro de Londres, con la gente que volv¨ªa de un funeral en la catedral de Westminster por Hugo Young, uno de los principales comentaristas liberales de Gran Breta?a. Algunos, quiz¨¢, incluso acudieron a los dos actos.
Hugo Young pas¨® los ¨²ltimos a?os de su vida intentando conseguir que los brit¨¢nicos se dieran cuenta de que son europeos. A primera vista, parece ir¨®nico que su funeral coincida con una celebraci¨®n solemne y ostentosa de la "relaci¨®n especial" entre Estados Unidos y Gran Breta?a, de cuyos mitos e ilusiones tanto desconfiaba ¨¦l. Pero pensemos en ello un momento. La forma en la que los brit¨¢nicos han acogido la visita de Estado del presidente Bush demuestra hasta qu¨¦ punto Gran Breta?a se ha convertido, efectivamente, en un pa¨ªs europeo. Una visita de Eisenhower a Churchill, hace 50 a?os, habr¨ªa sido muy distinta.
Ser un pa¨ªs europeo no significa ser antiamericano. En muchos aspectos, significa ser muy americano: en la m¨²sica, la vestimenta, el entretenimiento, la comida r¨¢pida e incluso el ingl¨¦s que hablan la mayor¨ªa de las personas menores de 30 a?os. Los brit¨¢nicos estamos much¨ªsimo m¨¢s americanizados que hace 50 a?os. Incluso para criticar a Estados Unidos acudimos a Estados Unidos; no hay m¨¢s que ver la inmensa popularidad de Michael Moore entre nosotros.
No, ser europeos en el a?o 2003 no significa ser antiamericanos; significa verse desgarrados a prop¨®sito de Estados Unidos. Es esa mezcla de fascinaci¨®n y resentimiento, de que nos encante El ala oeste de la Casa Blanca y detestemos a George W. Bush. En nosotros, el lado estadounidense es un poco m¨¢s intenso que para la mayor¨ªa de los europeos continentales, porque compartimos la lengua y la historia. Pero tambi¨¦n los polacos, los italianos o los alemanes tienen sus propias historias de amor y odio con Estados Unidos. Gran Breta?a tiene una derecha m¨¢s o menos pro-americana y una izquierda m¨¢s o menos pro-europea. Como Italia. Como Espa?a. Somos iguales; s¨®lo que un poco m¨¢s.
Por supuesto, se puede decir que todo el mundo est¨¢ as¨ª en estos momentos, y es verdad que, en un mundo unipolar, nadie queda al margen de lo que hace la hiperpotencia. Pero los chinos, los indios o los africanos no viven en esta intensa ambivalencia cotidiana respecto a Estados Unidos. S¨®lo les ocurre a los pueblos que se han acostumbrado a pensar que forman parte de una ¨²nica civilizaci¨®n occidental (es decir, Canad¨¢ y Australia est¨¢n tan desgarrados como nosotros).
En el momento de su muerte cruelmente prematura, hace unos meses, Hugh Young estaba profundamente decepcionado por c¨®mo parec¨ªa que Tony Blair se hab¨ªa alineado con Estados Unidos en detrimento de las relaciones de Gran Breta?a con Europa. Pero Tony Blair es un microcosmos de la Gran Breta?a actual, un pa¨ªs europeo inc¨®modamente suspendido, como otros muchos pa¨ªses europeos, entre las torres gemelas de la UE y EE UU. No se trata meramente de que se ponga de parte de la Uni¨®n Europea a prop¨®sito de los aranceles para el acero. En la mitad de los temas de pol¨ªtica internacional, como el proceso de paz para Israel y Palestina, Ir¨¢n, el medio ambiente y el Tribunal Penal Internacional, Blair est¨¢ m¨¢s cerca de sus hom¨®logos europeos que de Bush. Como se?al¨® en un elocuente discurso pronunciado en el Guidhall de Londres la semana pasada, su misi¨®n es aproximarlos.
Por consiguiente, entre la comida supervisada por la famosa cocinera Nigella Lawson y los sandwiches de pepino de la reina, va a reanudar sus esfuerzos: intentar¨¢ empujar al Gobierno de Bush hacia unas posiciones m¨¢s "europeas" respecto a diversos problemas, desde Guant¨¢namo y el acero hasta Irak e Ir¨¢n. En el discurso pronunciado el mi¨¦rcoles en el sal¨®n de banquetes de Whitehall, Bush alent¨® enormemente a su "amigo", y no por pura bondad. Porque tanto ¨¦l como su Gobierno son mucho m¨¢s complicados que la caricatura habitual con la que se les representa en Europa. No todos son nacionalistas, unilateralistas, militaristas y de exterma derecha. Ni mucho menos. Por ejemplo, algunos, de vez en cuando, tienen un genuino deseo misionero de llevar las bendiciones de la democracia a Oriente Pr¨®ximo. El presidente Bush transmiti¨® ese mensaje el mi¨¦rcoles, aunque reconoci¨® los errores cometidos en el pasado por Estados Unidos con su apoyo a las clases dirigentes autocr¨¢ticas de los pa¨ªses ¨¢rabes. Este fervor democratizador recuerda al ¨²ltimo presidente de Estados Unidos que realiz¨® una visita de Estado a Londres, Woodrow Wilson. En Irak puede verse el "wilsonismo con botas", como lo denomina el estudioso franc¨¦s Pierre Hassner, si bien no es la ¨²nica tendencia visible en la pol¨ªtica aplicada por Estados Unidos. El columnista de The New York Times Tom Friedman, que no es ning¨²n amigo de Bush, ha calificado la ambici¨®n estadounidense de transformar el mundo ¨¢rabe mediante su democratizaci¨®n como una revoluci¨®n liberal puesta en marcha por conservadores radicales. El propio Bush habl¨® de "una revoluci¨®n democr¨¢tica".
?Servir¨¢ un cambio de tono en el Gobierno de Bush para salvar el abismo actual entre Estados Unidos y Europa? Pr¨¢cticamente seguro que no. Casi todos los europeos tienen ya una imagen tan negativa y tan asentada del presidente Bush que es dif¨ªcil ver qu¨¦ podr¨ªa hacerles cambiar de opini¨®n. Y esa opini¨®n, quiz¨¢, es injusta. El discurso del sal¨®n de banquetes tuvo mucho de sensato, aunque sospecho que no fue una obra tan personal del orador como los grandes discursos de Tony Blair. En privado, Bush puede ser afectuoso, simp¨¢tico y bastante listo. Por desgracia, todo eso no sirve para nada. En estos casos, la imagen es la realidad.
Pero existe otra realidad: la mitad de Estados Unidos est¨¢ de acuerdo. Lo que hemos visto en Londres es una reuni¨®n entre el primer ministro de un pa¨ªs dividido y el presidente de otro; y no hablo de Corea ni Chipre. A medida que la unidad patri¨®tica producida por los atentados del 11 de septiembre ha ido desvaneci¨¦ndose y en Irak siguen muriendo soldados estadounidenses, la gran divisi¨®n que exist¨ªa en el momento de la elecci¨®n de Bush ha reaparecido. Una encuesta reciente del Centro de Investigaciones Pew mostraba un pa¨ªs dividido por la mitad, 50/50, y m¨¢s polarizado que nunca. Y no se trata s¨®lo de la toma preelectoral de posiciones entre republicanos y dem¨®cratas. Es una profunda escisi¨®n cultural entre las costas, m¨¢s progresistas, y el interior y el sur, religiosos y conservadores; lo que a veces se llama, para granconfusi¨®n por nuestra parte, el Estados Unidos "rojo" (la zona conservadora) y el Estados Unidos "azul" (las zonas costeras progresistas). La zona "azul" tiene unas actitudes mucho m¨¢s similares a las de los europeos. Por ejemplo, en la encuesta de Pew, el 72% de los dem¨®cratas dec¨ªa que el Gobierno tiene que hacer m¨¢s cosas para ayudar a los necesitados, aunque suponga incrementar el d¨¦ficit, frente a s¨®lo el 39% de los republicanos. De modo que podr¨ªamos decir, seg¨²n se prefiera, que la mitad de los estadounidenses son europeos, o que la mayor¨ªa de los europeos son dem¨®cratas.
Un estadounidense muy europeo, George Soros, ha prometido dedicar la pr¨®xima etapa de su vida y una porci¨®n de sus miles de millones a derrocar a George W. Bush. El apasionado desd¨¦n con el que los estadounidenses progresistas e internacionalistas hablan de Bush s¨®lo es comparable al apasionado desd¨¦n con el que los republicanos conservadores hablan de Clinton y todas sus obras. En Estados Unidos, por lo general, la guerra civil cultural se libra a prop¨®sito de asuntos nacionales, pero tiene enormes repercusiones en su papel en el mundo. Los principales aspirantes dem¨®cratas a la candidatura presidencial han empezado a explicar sus posturas sobre pol¨ªtica exterior, y lo que se est¨¢ viendo es una especie de internacionalismo progresista y agresivo -firme con el terrorismo y firme con las causas del terrorismo- que encaja muy bien con la visi¨®n de Blair de lo que tienen que hacer Europa y Estados Unidos juntos en el mundo. Y los resultados de las encuestas en toda Europa sugieren que la llegada de un presidente distinto podr¨ªa transformar la relaci¨®n transatl¨¢ntica.
La conclusi¨®n es evidente. Tony Blair quiere que Gran Breta?a se sienta a gusto siendo lo que ya es, un pa¨ªs europeo. Ahora, la clave para reparar las agitadas relaciones pol¨ªticas con el continente no est¨¢ en Londres, sino en Washington. Hay un aut¨¦ntico favor que George W. Bush puede hacerle a su amigo Tony, y es perder las elecciones presidenciales del pr¨®ximo mes de noviembre. ?Quiz¨¢ Su Majestad podr¨ªa suger¨ªrselo?
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