El escritor imaginario
El escritor imaginario escribe libros imaginarios en un pa¨ªs imaginario. Son novelas imaginarias pobladas de personajes y hechos imaginarios, inspirados por sentimientos imaginarios que se expresan en un estilo y un lenguaje imaginarios. Lectores imaginarios obtienen un placer imaginario de su lectura imaginaria, y dan su aplauso imaginario al escritor imaginario, quien de vez en cuando gana un premio, obtiene reconocimientos y galardones imaginarios que aumentan su ¨¦xito imaginario, dejando atr¨¢s el tiempo imaginario en que... Mmmmh...
Pero basta. Este desdichado pastiche guarda respecto a su modelo -un inolvidable poema de Nicanor Parra- la misma distancia insalvable que El baile de la Victoria guarda respecto a la idea -por muy mansa y caritativa que ¨¦sta sea- que cualquier lector m¨ªnimamente educado pueda haberse hecho de lo que es una buena novela.
EL BAILE DE LA VICTORIA
Antonio Sk¨¢rmeta
Planeta. Barcelona, 2003
384 p¨¢ginas. 20 euros
Lo de traer aqu¨ª a colaci¨®n a Nicanor Parra no es arbitrario. Convoca su recuerdo el propio Antonio Sk¨¢rmeta (nacido en Antofagasta, Chile, en 1940) al comienzo de su libro, dedicado nada menos que a Jorge Manrique, Nicanor Parra y Erasmo de Rotterdam (en este orden), a los que Sk¨¢rmeta llama "mi tr¨ªo de ases", con prometedora cursiler¨ªa.
A partir de ah¨ª tiene lugar,
para pasmo y bochorno del com¨²n de los lectores, el m¨¢s desvergonzado c¨®ctel que pueda imaginarse de cinismo, c¨¢lculo e indecencia.
Dec¨ªa Andr¨¦ Gide, o ven¨ªa a decir, que con buenos sentimientos no se hace buena literatura. Un prejuicio m¨¢s que discutible que se confirma sin embargo irrefutablemente cuando esos buenos sentimientos son empleados con intenci¨®n aduladora por un escritor dispuesto a ganarse a cualquier precio el ¨¢nimo de sus lectores, a quienes trata como ni?os bobos frente a los que ¨¦l mismo ejercita toda suerte de zalamer¨ªas.
El baile de la Victoria es una historia de amor y amistad entre dos simp¨¢ticos truhanes que aspiran a redimirse por medio de un sonado Golpe. Con ¨¦l mejorar¨¢n la fortuna de toda una multitud de corazones sencillos, aparte de perjudicar de paso al m¨¢s huev¨®n entre los malos terribles asesinos s¨¢dicos pinochetistas torturadores, hay que ver.
No conviene perder demasiadas l¨ªneas en referir el argumento. No vale la pena hacerlo cuando el propio Sk¨¢rmeta apenas se ha tomado el trabajo de perge?arlo con un m¨ªnimo de verosimilitud o siquiera de paciencia. Tantas han sido, al parecer, las prisas con que ha debido proceder. O tantos la desgana y el aburrimiento que, a estas alturas, le provoca su propio oficio.
Y es que no se trata s¨®lo de
un argumento escu¨¢lido y mil veces repetido. No se trata s¨®lo de personajes estereotipados y de situaciones preconcebidas. Se trata adem¨¢s de los trazos incre¨ªblemente burdos con que se dibuja la m¨¢s burda de las novelas, artificiosamente inflada -para m¨¢s inri- con los expedientes m¨¢s peregrinos: aqu¨ª una postalita tur¨ªstica, all¨ª una vi?eta costumbrista o una pintoresca estampa de hamponer¨ªa; m¨¢s ac¨¢ un "colorido" di¨¢logo en chileno castizo, m¨¢s all¨¢ unas gotitas de cr¨ªtica social, o una lecci¨®n filosofal, o una proclama ecol¨®gica, o un ripio ecum¨¦nico, o -para que nada falte- una sonrojante escena de sexo diluida en el m¨¢s rijoso lirismo, todo en forma de aplicados ejercicios de taller literario.
Pues de Santiago de Chile se trata, por ah¨ª se menciona el r¨ªo Mapocho y el smog; y pues de Chile, por all¨¢ se cita, vaya por d¨®nde, a Gabriela Mistral y a Pablo Neruda y a Violeta Parra y a V¨ªctor Jara y a los desaparecidos y hasta al mism¨ªsimo juez Garz¨®n.
Sin que, entre h¨¦roes y villanos, falte, conciliadora, la figura del honrado y buenazo sargento de carabineros dispuesto a contribuir gratuitamente en la reparaci¨®n de una lamentable injusticia, no vaya a pensarse que eran todos unos jodidos cabrones los polic¨ªas que estuvieron al servicio de Pinochet.
El baile de la Victoria postula un nuevo modelo de lector: el lector eskarmentado. Disculpen el deplorable juego de palabras, pero es todo lo m¨¢s que consigue inspirar esta novela de marras, caricatura de la peor especie de populismo literario.
En su Elogio de la locura, Erasmo de Rotterdam habla de quienes "corren tras la fama imperecedera publicando libros", y dice que todos ellos le deben mucho a la Estulticia, "especialmente aquellos que emborronan el papel con majader¨ªas".
La propia Estulticia asegura que, si alg¨²n escritor le pertenece m¨¢s que ninguno, es aquel que se siente "tanto m¨¢s dichoso cuanto m¨¢s disparata, porque sin lucubraci¨®n alguna escribe todo lo que se le ocurre, todo lo que le viene a los puntos de la pluma, o lo que sue?a, sin m¨¢s gasto que un poco de papel, y no ignora que, cuan mayores tonter¨ªas escriba, m¨¢s aplaudido ser¨¢ de la mayor¨ªa, es decir, por los ignorantes y por los necios. ?Qu¨¦ le importa que tres sabios le desprecien si aciertan a leerle? ?Y qu¨¦ representa el parecer de tan pocos ante la inmensa muchedumbre que le aclama?".
Eso, ?qu¨¦ representa?
En cuanto a Jorge Manrique... Mejor dej¨¦moslo en paz.
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