Ciencia y pol¨ªtica
La fiesta ha terminado. Pedro Duque ha regresado felizmente de su aventura en la Estaci¨®n Espacial Internacional (ISS). Las c¨¢maras, corresponsales especiales y pol¨ªticos involucrados pueden descansar. Es hora, sin embargo, de reflexionar acerca de lo que ha significado este acontecimiento espacial.
Y lo primero que hay que se?alar al respecto es que la misi¨®n de Pedro Duque, al igual que el tratamiento informativo y evaluaci¨®n que de ella se ha hecho, constituyen un ejemplo especialmente transparente de la relaci¨®n entre ciencia y pol¨ªtica. La ciencia es, por supuesto y por encima de todo, conocimiento, un esfuerzo constante por agrupar en leyes con capacidad predictiva todo aquello que sucede en la naturaleza, desde, por ejemplo, la maquinaria que forma un min¨²sculo virus hasta la estructura del universo. Ahora bien, para poder obtener tales conocimientos son imprescindibles recursos econ¨®micos, por los que compiten tenazmente los cient¨ªficos. En el mundo medi¨¢tico en el que vivimos, un mecanismo bastante eficaz para ayudar a atraer tales recursos es la capacidad de suscitar el inter¨¦s de los medios de comunicaci¨®n, y as¨ª no es extra?o que individuos e instituciones cient¨ªficas o tecnol¨®gicas no pongan reparos en (cuando no se apresuren a) destacar de manera interesada aspectos de sus tareas que poseen alg¨²n atractivo social. El Programa ?tomos para la Paz, lanzado por el presidente Eisenhower en un famoso discurso que pronunci¨® en 1953 en la ONU, pose¨ªa algunas de esas caracter¨ªsticas: defend¨ªa el papel beneficioso de la energ¨ªa nuclear para el bienestar de la humanidad, as¨ª como para un mejor entendimiento entre las naciones, aunque dejaba de lado el hecho de que Estados Unidos continuaba con vigor sus programas de armamento nuclear. La NASA ha sido hist¨®ricamente maestra en utilizar la propaganda para reforzar su imagen p¨²blica, imprescindible a la hora de conseguir los cuantios¨ªsimos recursos econ¨®micos que ha necesitado y necesita. En los tiempos del Programa Apolo, que llevar¨ªa a Neil Armstrong a pisar el 20 de julio de 1969 la Luna, sus dirigentes insist¨ªan en sus declaraciones que de sus trabajos en, por ejemplo, medicina espacial, ciencia de los materiales o de la combusti¨®n se derivar¨ªan grandes beneficios para la sociedad, desde la salud p¨²blica al transporte. No conozco de estudios rigurosos que hayan evaluado posteriormente en qu¨¦ medida tales promesas se cumplieron, teniendo en cuenta, por supuesto, como un elemento a considerar el coste por resultado, porque, naturalmente, de programas de la magnitud de los de la NASA u otros organismos aeroespaciales siempre se obtiene alg¨²n r¨¦dito para la sociedad y para el avance del conocimiento. Asimismo, en los ¨²ltimos a?os no faltan quienes sospechan que la NASA ha seleccionado como objeto de sus intereses el de averiguar si hay agua y vida en Marte por lo f¨¢cil que es atraer con este tema la atenci¨®n popular.
Cuando durante los ¨²ltimos d¨ªas ve¨ªamos al astronauta Duque aparecer sistem¨¢ticamente en televisi¨®n, dialogando con el presidente del Gobierno, explicando c¨®mo es la vida en el espacio o realizando declaraciones para los medios de comunicaci¨®n, me asaltaba un sentimiento de familiaridad, de algo ya visto. Los llamamientos de nuestro astronauta en favor de la importancia de la investigaci¨®n cient¨ªfica para el presente y futuro de Espa?a son muy de agradecer. Que durante m¨¢s de una semana los espa?oles nos hayamos visto inundados de noticias en las que la ciencia y tecnolog¨ªa espacial ocupan un lugar aparentemente central, muy importante en cualquier caso, es positivo, ?c¨®mo no iba a ser positivo? Pero, ?merece la pena el precio pagado? O, ?qu¨¦ m¨¢s hay detr¨¢s de lo que ve el ojo a simple vista?
Sobre el precio (13 millones de euros), hay que decir que es bastante elevado si lo comparamos con lo que reciben muchos grupos de investigadores de primera l¨ªnea de nuestro pa¨ªs: con lo que Espa?a ha desembolsado se podr¨ªa dotar generosamente un buen laboratorio, de esos que tanto y con tanta frecuencia reclaman nuestros cient¨ªficos. En cuanto al argumento de que el gasto merece la pena ya que as¨ª nuestro pa¨ªs se suma a un proyecto internacional de enorme inter¨¦s, aumentando de esta forma tanto su prestigio como su potencial cient¨ªfico, se pueden se?alar bastantes cosas. La primera, que el atractivo cient¨ªfico y tecnol¨®gico de la Estaci¨®n Espacial Internacional no es tan grande como algunos defienden. Su origen est¨¢ claro: una iniciativa de cooperaci¨®n entre Estados Unidos y Rusia, en la que los intereses pol¨ªticos fueron determinantes; intereses como el deseo norteamericano de favorecer, tras la desaparici¨®n de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, al complejo pol¨ªtico-militar-industrial ruso, que desde el abandono y destrucci¨®n de la estaci¨®n Mir carec¨ªa de objetivos (y de recursos) claros. Se trataba y trata, en definitiva, de convertir al viejo enemigo en amigo y colaborar en que mantenga algo de su autoestima. De manera sistem¨¢tica, la NASA ha destacado la importancia de los experimentos en condiciones de microgravedad que se llevar¨¢n a cabo en la ISS (experimentos a los que Pedro Duque se ha sumado), pero muchos cient¨ªficos distan de compartir tal juicio. Catorce a?os de casi continua ocupaci¨®n de la estaci¨®n Mir ofrecieron muy poco a la ciencia, mientras que el robotizado telescopio espacial Hubble ha aportado y contin¨²a aportando un inmenso y valios¨ªsimo caudal de resultados. "A?os de investigaci¨®n en el transbordador espacial y en la Mir", manifestaba hace unos a?os ante el Comit¨¦ de Ciencia y el Subcomit¨¦ del Espacio y la Aeron¨¢utica del Congreso estadounidense el f¨ªsico Robert Park, miembro destacado de la American Physical Society, "no han producido en absoluto evidencia de que un medio de microgravedad ofrezca alguna ventaja para procesar o manufacturar. De hecho, existen fundadas razones cient¨ªficas para dudar de que la ofrezca", tras lo cual a?ad¨ªa: "Existen unos pocos experimentos b¨¢sicos en ¨¢reas tales como la turbulencia y las transiciones de fase en fluidos que pueden beneficiarse de un medio de microgravedad, pero no son experimentos de alta prioridad y podr¨ªan llevarse a cabo de cualquier modo en plataformas no tripuladas o en el transbordador espacial".
Es cierto que el viaje de Duque hay que enmarcarlo tambi¨¦n en la colaboraci¨®n que la Agencia Europea Espacial (ESA) mantiene con la ISS, ya que Espa?a es un miembro fundador de esta organizaci¨®n, habiendo sido nuestra pertenencia a ella muy positiva. No obstante, no es, en modo alguno, obligatorio para los Estados miembros participar en todos los programas que mantiene la ESA.
Y en cuanto a si sum¨¢ndonos a la "aventura espacial" a?adimos algo a nuestro prestigio internacional como naci¨®n, es dudoso que as¨ª sea. El prestigio en ciencia y en pol¨ªtica se gana en otros foros: en lo que a la ciencia se refiere, se obtiene con resultados de investigaciones que dejan huella, que marcan pautas que siguen investigadores de otros pa¨ªses, o disponiendo de instituciones ejemplares, prestigiosas y bien dotadas. Los tiempos en que la exploraci¨®n del espacio constitu¨ªa una poderosa arma de propaganda pol¨ªtica est¨¢n muy disminuidos, si no es que han pasado, a la espera de un futuro hoy por hoy lejano.
Si hay que competir en escenarios en los que pol¨ªtica internacional y ciencia se mezclan, otros escenarios son mejores: como lograr que el ITER (International Thermonuclear Experimental Reactor), cuyo fin ser¨¢ lograr que se pueda obtener energ¨ªa nuclear de fusi¨®n para usos pac¨ªficos, se instale en Vandell¨°s, algo en lo que, justo es reconocer, se esfuerza el Gobierno espa?ol. El ITER, es otro ejemplo n¨ªtido de la relaci¨®n entre ciencia y pol¨ªtica. Varios pa¨ªses optan a ¨¦l, Francia entre ellos, y no es imposible ver que los esfuerzos franceses tienen bastante que ver no s¨®lo con el indudable inter¨¦s cient¨ªfico y tecnol¨®gico que posee en proyecto, sino tambi¨¦n con el deseo de nuestro vecino de mantener su influencia pol¨ªtica internacional, especialmente en el ¨¢rea de la Uni¨®n Europea, mientras que entre los factores con los que Espa?a supone que cuenta en su favor figura el del posible apoyo de Estados Unidos, deudor de nuestro pa¨ªs desde la guerra en Irak. Desde esta perspectiva, el ITER no es sino un elemento m¨¢s, aunque sea peque?o, en la configuraci¨®n de un mapa u orden geopol¨ªtico mundial nuevo, por el que se esfuerzan pa¨ªses como Espa?a. Pero de esto, de esta nueva dimensi¨®n de la relaci¨®n entre ciencia y pol¨ªtica, habr¨ªa que hablar con m¨¢s calma.
Jos¨¦ Manuel S¨¢nchez Ron es miembro de la Real Academia Espa?ola y catedr¨¢tico de Historia de la Ciencia en la Universidad Aut¨®noma de Madrid.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.